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Miradas fuera de mi rincón

La ciudad flotante continúa su recorrido; sus historias son tantas como la gente que traslada
Foto: Facebook Margarita Robleda

Viajar, ensancha el alma fue el primer texto del viaje, para La Jornada Maya, con el subtítulo: “El tránsito permite conocernos de nuevo, en el asombro de la aventura”.

El Esmerald Princess, con una capacidad de alojar a 3 mil 80 pasajeros y mil 200 tripulantes, navegando el primer tramo entre Los Ángeles hasta Nueva York, atravesando el Canal de Panamá, del Pacifico al Atlántico, y en el segundo recorrido, de Nueva York hasta Halifax, Canadá, retornando al muelle que se encuentra frente a la estatua de la Libertad, es una ciudad flotante que vive tantas historias como navegantes traslada y que para los ojos de una aspirante a escritora, se transformó en un festín de posibilidades. 

Durante la trayectoria, tuvimos días de Altamar, que los organizadores llenaban de actividades con un programa que la noche anterior aparecía bajo la puerta, o con la app en el celular que nos daba, además de la temperatura, la hora (un descanso, porque ésta, conforme avanzábamos, iba cambiando), la cuenta de gastos, donde localizar a los amigos, wasap entre pasajeros, preguntas, ofertas y propuestas. Entre otros.

En los días de visita, los grupos se dividían en cuatro: los que se quedaban en las amenidades, los que bajaban a curiosear, los que trabajaban para nosotros, incluyendo al que tenía una mesita con toallitas frías y agua helada para recibir a los que llegaban y una aprendiz de escritora, que estaba encantada, porque la vista de la terraza al mar y la decisión de estar ahí, le habían recuperado el hilo de la historia, a pesar de parecerles tan extraño a los demás, su deseo de “guardarse”. 

Al cabo de los días, comencé a ver al grupo de seres humanos en los que la vida nos ha ido convirtiendo. De pronto la película de Wally, aquel robot en un Nueva York destruido, que busca compañía y cuando descubre que los seres humanos huyeron de la tierra y viven en una nave espacial esperando señales de que pueden sobrevivir, para bajar: son enormes y no pueden caminar. 

El barco estaba lleno de sillas eléctricas, los tamaños corporales son inmensos y, aunque admiré que a pesar de todo siguen viajando y no están en sus casas esperando a la carroza, me dolió ver en lo que la “civilización” nos ha convertido. Las horas sentadas frente a los emisores de entretenimiento, las cantidades y calidad de lo que comemos y la carencia de sentido de vida nos están destruyendo. Aunque por el otro extremo está el gimnasio saturado de personas que se pasan horas presionando a su cuerpo para cumplir las coerciones sociales de belleza. ¡Ayyyy! ¿Cuál es el punto de equilibrio? 

Los gritos de una niña a la que la mamá intentó quitarle la tablet para hacer otra actividad, manifestaban una adicción que va mucho más allá, de un simple berrinche. No pude evitar preguntarme sobre su futuro y lo que nos hace falta a todos para despertar.

Solo bajé dos veces. En un cayo en las Bahamas, por la curiosidad de ver si tenían algo mejor que nuestras maravillosas playas de la península, y déjenme decirles que no; Isla Mujeres y Cozumel siguen siendo las reinas, y en Newport, Rhode Island, porque mi hermanito me pidió que fuera al Museo del Tenis para ver si aún estaban en exhibición los campeones juveniles de la Copa Yucatán, que después se volvieron campeones mundiales.

Se piensa que Estados Unidos es Nueva York, San Francisco, Dallas… la verdad, es que el verdadero Estados Unidos son las inmensas planicies del centro, llenas de pequeños pueblos que alimentan al país. Ellos estaban en el barco y sentí como tenían una gran curiosidad por asomarse a ver dónde la “realeza” norteamericana, como los Kennedy, los Rockefeller y demás, se reúnen en el verano. Me llamó la atención los automóviles de colección que circulaban cual paseo dominical; muchos de ellos paseando a sus perros. En la bahía, infinidad de niños se entrenaban con sus pequeños barcos de vela. 

A Newport lo hemos visto en las películas: tenis, veleros, romances, traiciones. A poco más de tres horas, en tren, la ciudad de Nueva York reúne a sus destacados en Newport y a los que nos “colamos” a mirarlos y a imaginar sus historias. 

El espacio se acaba, la imaginación no, como tampoco el deseo. Seguiremos reporteando.

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Lea, de la misma autora: ¿Quién inventó las fronteras?

 

Edición: Fernando Sierra


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