El ser humano aprendió a caminar, a correr, a montar caballo, a manejar carreta, automóvil, lancha y submarino; a trasladarse en autobús, en tren y en avión, e incluso, alejarse de la Tierra y llegar a la Luna en un cohete espacial.
Hoy quiero compartir con ustedes mi aventura náutica que me llena de asombro y ensancha el horizonte. Hay momentos en la vida que de pronto se compaginan varios factores y se dan situaciones sorpresa que no estaban en el calendario. La solicitud de un cuento, el pago en dólares y la información de rebajas del precio de un navío que cruzará el Canal de Panamá, lograron captar mi curiosidad y me arrancaron de mi espacio de protección y confort en el que nos sumió la pandemia y del que estaba decidida a salir, so pena de afincarme en él, para siempre.
Así pues, con todos los trámites realizados, tome mi avión a Los Ángeles para embarcarme desde el Puerto de San Pedro, en el barco Esmerald Princess para llegar a Nueva York, después de 19 días de travesía.
En el par de viajes anteriores mi curiosidad se enfocó en admirar las bellezas arquitectónicas, ahora lo que me tiene verdaderamente impactada es la organización del barco. La nave, con 269 metros de eslora y 59 de altura, tiene capacidad para alojar a 3 mil 80 pasajeros en mil 539 camarotes, 900 de ellos con balcón, y cuenta con mil 200 tripulantes para atendernos.
Hace unos días, en un hotel de los Ángeles, donde las paredes de papel transmiten todo tipo de conversaciones y sonidos, el silencio del barco es un delicioso contraste. Desde mi balcón puedo ver las maniobras de carga y descarga de alimentos, combustible y demás, y de adentro para afuera, la basura. ¿Cuánta basura se puede reunir cada día en semejante mega productor? Lo más seguro es que hasta hace muy poco se volcaría al mar, pero ahora, con una conciencia más clara de las consecuencias, se lleva a tierra, donde compañías cobran por deshacerse de tanto. No he investigado, pero la cantidad de líquido utilizado, solo puede provenir del procesamiento del agua de mar.
Pensar que el tiempo que a las carabelas les tomaba cruzar el Atlántico propiciaba el escorbuto por la falta de vitamina C. Dicha enfermedad tiraba los dientes o estos se rompían por la dureza de las galletas; el agua se pudría, el vino se avinagraba… padecían ausencia y excesos de vientos, falta de higiene y privacidad, y ahora nos quejamos por el mínimo inconveniente.
Los norteamericanos, están dispuestos a viajar hasta su último suspiro; utilizan sillas de ruedas motorizadas e incluso oxígeno, pero aquí están. En Canadá son tan caras las casas para mayores, que éstos prefieren viajar por el mundo donde conviven con otros en circunstancias similares y son tratados con amabilidad.
Todas las noches, bajo la puerta llega un programa lleno de propuestas para atender intereses variados, donde se encuentra tanto la samba para el ejercicio, como el estudio de la biblia, cine al aire libre, concursos, bailes, encuentro de grupos de solteros o de LGBTQ, entre otros.
Hay tripulantes de 27 países, siempre habrá alguien que conozca nuestro idioma. Por lo pronto me encontré con un encantador Manuel de Quintana Roo que lleva 15 años navegando.
En las novelas de Agatha Christie no era raro encontrar personajes femeninos que viajaban solas por el mundo. Con el tiempo caí en cuenta de que generalmente eran europeas y en los últimos tiempos norteamericanas. Analizando más, descubrí que a las mujeres latinoamericanas nos cuesta trabajo hacerlo. Ya viajamos por trabajo, no por placer. Por eso cuando me preguntaban asombrados si viajaría sola en un crucero, durante tantos días, mi respuesta fue: ¿Sola? ¡No! Voy conmigo y con unos amigos que voy a conocer ahí.
He platicado con un señor de Taiwán que vive en Nueva York, con un alemán de 83 años, con una mujer afroamericana en silla de ruedas. El barco tiene 19 pisos llenos de amenidades y mis intereses, distintos a la mayoría, es tratar de terminar una novela que llevo atorada y que la paz y sosiego que me da la navegación me ha permitido reconectar.
Cuando me preguntan si saldré a pasear, respondo que prefiero entrar en mí. Esta ciudad flotante, nos regala, en su amplio horizonte, permiso de ser.
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