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El candidato fantasma

Los accidentes son fortuitos, la falta de credibilidad política no.
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Nietzsche murió en 1900, pero su agonía comenzó una década antes, específicamente el 3 de enero de 1889, por la mañana. El día que comenzó el derrumbe, Nietzsche abandonó su casa de la calle de Carlo Alberto, en Turín, rumbo al centro. En el trayecto vio a un cochero maltratar a su caballo que, exhausto, no quería continuar la marcha. Nietzsche intervino; rodeó el cuello de la bestia con sus brazos y rompió en un llanto desolador. Antes de partir, le susurró a la bestia: “Madre, soy tonto” (“Mutter ich bin dumm”). 

Aquí, muy pocos saben realmente lo que pasó; la versión oficial es que el candidato tuvo un accidente en un rancho. Los silencios, en muchas ocasiones, se colman de estridencias; rumores que reptan, alaridos con alas. Esta vez no fue la excepción. Una de las versiones que circula es que recibió la patada de un caballo, lo que ameritó una intervención quirúrgica. 

 

Entérate: 'Huacho' Díaz Mena, candidato de Morena en Yucatán, sufre fractura de brazo

 

La actual campaña tiene particularidades: los candidatos deberán presentarse, ofrecer propuestas y llamar al voto en sólo noventa días. Sí, Phileas Fogg dio la vuelta al mundo en menos tiempo, pero en este periodo están las semanas santa y de pascua, dos baches en el interés mediático de las personas. Con ese paréntesis de atención, los candidatos se encuentran en una carrera a contrarreloj. 

El convaleciente comienza con una mayor desventaja. El lastre de la ausencia de casi una semana —la primera— de uno de los candidatos se reflejará en la votación final; este vaticinio es el resultado del más simple de los silogismos. Se domó con cabestrillo también el azar: para suplir esta desaparición se ha enviado a mítines y caminatas a los hijos del candidato y a su botarga. Pero el candidato no es Rodrigo Díaz de Vivar.

La mala suerte también se intenta conjurar con argumentos gelatinosos, como el que asegura que es la marca lo que importa y no el candidato; es decir, que Morena es la sustancia, y el Huacho, un simple accidente. Tal vez sea verdad, tal vez no. Y ahí está el tuétano de esta situación: la opacidad con la que se ha manejado lo que realmente sucedió, como si la realidad fuera relativa.

Esas verdades alternativas a la que tanto recurren ciertos políticos han alcanzado niveles grotescos en esta campaña. El mismo candidato accidentado ha retorcido hechos y personajes para poner en sintonía su historia con la doctrina de su partido; reescribió su infancia y adolescencia con toques dickensianos

Precisamente el discurso de su partido le ha impedido informar de manera directa dónde y con quién se atendió la fractura. El candidato del oficialismo no se atendió en un centro de salud público sino en un hospital privado: la Clínica de Mérida; los yihadistas de su partido denunciarían que en ese hospital se realizan sólo transfusiones de sangre azul. 

En un intento de justificación ilógico para esa mitología guanga, señaló que ”desafortunadamente en Yucatán, la salud no es para todos, existe mucha desigualdad en el acceso y en la calidad de la atención médica”. No conforme, continuó cavando: ”El día que me accidenté, estaba por San Felipe y tuve que trasladarme a la capital para ser atendido. Tenemos que acabar con esta desigualdad…”. 

No sólo se rompió una clavícula sino también la imagen del candidato, que ni siquiera aún arranca. El incidente equino hace evidentes las fisuras de su relato: detrás de esa fábula de hombre de pueblo se entrevé a un señor feudal del Oriente, hijo de un ex presidente municipal —no de un pescador, como simplificó con maña—, cargo que él igual ocupó. Todas estas mentiras verdaderas tienen el objeto de no desentonar en su nuevo partido. 

En el trabalenguas con el que se justificó el accidente se reconoció que el hombre del pueblo es propietario de un rancho. Habrá que reconocer que en este episodio salió a la luz tal vez la única similitud del candidato con el fundador de su partido: también se va a la chingada. Sin embargo, aquí la pregunta no es cómo se llama el rancho sino cómo lo adquirió alguien que sólo ha ocupado puestos públicos. 

Cuando un caballo cocea puede liberar aproximadamente una tonelada de fuerza y transmitir más de diez mil newtons —unidad que nos dice cuánta fuerza se está aplicando a algo: el golpe más explosivo de Mike Tyson se midió en cuatro mil. Una patada de caballo pulveriza huesos humanos. En este caso específico, también descarrila campañas. 

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Lee, de la misma columna: Una historia de una historia

 

Edición: Fernando Sierra


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