Hermana,
la tormenta que se aproxima
somos nosotras centelleantes,
estamos en camino
— Gabriela Clara Pignataro
(Estas palabras salen de mí inspiradas aunque inseguras, sin saber a ciencia cierta cuál es su propósito de ser. No suelo escribir si puedo evitarlo, pero considero que tanto esta fecha como las condiciones actuales lo ameritan, por lo que me armo de valor y comienzo.)
Hoy vuelve a ser un 8 de marzo, un día dedicado a conmemorar y recordar la lucha de las mujeres en el mundo. No faltarán las felicitaciones de aquellos que confunden la efeméride con una celebración, o los funcionarios que suben a tarimas para pronunciarse contra la violencia de género. Tampoco hace falta mencionar que tanto el uno como el otro son -así lo ha dicho la historia- tan inútiles como las ofrendas florales que nos hacen llegar.
Por si la memoria nos falla, se los recuerdo: la efeméride fue establecida por las Naciones Unidas en 1977 para conmemorar al centenar de trabajadoras (la mayoría inmigrantes) de la fábrica Triangle Shirtwaist Co., que murieron en un incendio mientras realizaban una huelga por mejores condiciones laborales, pues los patrones, Max Blanck e Isaac Harris, ambos judíos, eran conocidos por sus prácticas abusivas y por ser indiferentes a la seguridad de sus trabajadoras. Al final, la justicia patriarcal los absolvió y continuaron con sus vidas, por separado, luego de cerrar la fábrica textil. La muerte de las obreras dio pauta para que se llevaran a cabo regulaciones de seguridad en los espacios de trabajo, y el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Esta tragedia es el verdadero precedente del Día Internacional de la Mujer, por eso ofende y molesta cuando nos felicitan, cuando nos entregan rosas y nos dicen “una flor para otra flor”.
A esas personas que siguen diciendo “feliz día de la mujer” habrá que recordarles que, en México, entre 10 y 11 mujeres son asesinadas al día, al año más de 3 mil, rozando los 4 mil; que la impunidad sigue creciendo y aún así somos juzgadas por callar, por no acercarnos a la autoridad; que el sistema y la sociedad –ambos patriarcales– nos reprocha nuestro silencio pero nos vulnera cuando denunciamos; y qué decir de cuando gritamos, qué decir de cuando salimos a la calle a exigir nuestra libertad, nuestra seguridad, el simple respeto a nuestros derechos humanos, a que ya, por favor, nos dejen de matar; no importa lo que hagamos, siempre seremos unas locas, histéricas, dramáticas. Así lo dice la historia, escrita por hombres y que poco a poco parece olvidarse de nosotras.
He ahí el origen de estas palabras, del título elegido, inspirado parcialmente por la obra de Agustina Bazterrica y sus indignas que viven en un mundo contaminado y bajo el yugo de un dios abusivo, simbolizando el patriarcado. Somos nosotras, las olvidadas, que sólo nos toman en cuenta cuando llega marzo o noviembre, que somos borradas a montones de la faz de la tierra todos los días, que el acoso en las calles y en el trabajo es parte de nuestra realidad, algo que debemos aprender a soportar, en silencio, desde niñas. Las que somos agredidas por nuestras propias parejas, las que somos violadas por nuestros propios familiares, las que somos desaparecidas, golpeadas, calcinadas, descuartizadas, quemadas con ácido, “suicidadas”, simplemente por ser mujeres. Las olvidadas, que tienen que morir para que las autoridades salgan a condenar los hechos y a ofrecer sus condolencias, pero ni siquiera nuestra muerte es suficiente para ser tomadas en serio.
Somos nosotras, en América Latina, las indignas, despojadas de nuestros derechos por un Estado que, perpetuamente, confirma su condición patriarcal; en Argentina, la llegada de Milei a la presidencia significó un retroceso en los derechos humanos, con la prohibición del lenguaje inclusivo y la perspectiva de género, el cierre del ministerio encargado de velar por las mujeres, la búsqueda para derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo; en El Salvador, el rechazo de Bukele a la ideología de género por tratarse de ideas “anti dios” y “anti familia”; en Perú, millones de mujeres resultarán afectadas si el Congreso remplaza el Ministerio de la Mujer por el de la familia, y en México, el gobierno de López Obrador ha decidido inflar los bolsillos de las fuerzas armadas para militarizar el país en vez de tomar acciones contra la violencia de género.
No olvidemos a las hermanas palestinas. Amas de casa, artistas, periodistas, activistas, las mujeres, niñas y adolescentes de Gaza cuyos derechos humanos son vulnerados, de forma sistemática, por un Estado israelí que comete asesinatos deliberados en lugares que servían de refugios, o mientras ellas huían de sus hogares, asediados por innumerables bombas e incursiones terrestres. Además del desplazamiento al que se vieron obligadas a recurrir, las mujeres palestinas sufren, día con día, desapariciones, secuestros, torturas y abusos sexuales por parte del Ejército judío bajo las órdenes de su comandante, Benjamin Netanyahu. Y, encima, los soldados israelíes violan su intimidad, las humillan aún más, tomándose fotos –sonrientes– con la ropa interior de las palestinas que ya no están.
Reitero: a esas personas que siguen diciendo “feliz día de la mujer” habrá que recordarles que no hay nada que festejar: a las mujeres nos siguen olvidando, nos siguen enterrando, nos siguen violando. Y mientras esta situación no cambie, nosotras no nos vamos a callar.
* Fuentes: Datos e información de Inegi, Amnistía Internacional España, Naciones Unidas, @malvestida, Presentes Latam, La Jornada.
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