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Como si se enfrentaran a peligrosos criminales, el martes decenas de policías antidisturbios irrumpieron en la Universidad de Columbia para desalojar a los alumnos atrincherados allí en exigencia de que la institución cese sus relaciones con empresas e individuos que lucran con la acción militar de Israel en Gaza. La escena de uniformados arrestando a estudiantes a petición de las autoridades universitarias que deberían salvaguardar su integridad y su libertad de expresión se ha repetido en diversos campus de Estados Unidos conforme crece el malestar de los jóvenes con el gobierno de Joe Biden y con sus centros de educación por su complicidad en la masacre de palestinos.

 

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Con más de 8 mil actos en unas 850 ciudades, esta ola de protestas es la segunda más intensa del siglo XXI en Estados Unidos, y se inscribe en una larga historia de luchas sociales principalmente estudiantiles que empezó durante la guerra de Vietnam desde los años sesenta del siglo pasado, continuó con las movilizaciones contra el apartheid, hacia 1980, prosiguió contra la guerra de Irak en 2003, pasó por el movimiento Occupy Wall Street contra la voracidad de los capitales financieros y llegó a su punto culminante durante las demostraciones de repudio al racismo estructural que protagonizó el movimiento Black Lives Matter.

Si hoy estas protestas cobran dimensiones inéditas en una sociedad históricamente obsecuente con Israel es porque el régimen de Benjamin Netanyahu (el más derechista en la vida de ese país) lleva adelante una de las peores masacres que se han cometido contra los palestinos, porque la tecnología actual ha puesto los crímenes de guerra de las fuerzas armadas israelíes ante los ojos del mundo, y porque la complicidad de Washington con estas atrocidades se ha vuelto más inocultable que nunca. Ejemplo de ello es el empeño de la Casa Blanca en violentar el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino al vetar su ingreso como Estado miembro de pleno derecho a la ONU y financiar el genocidio ejecutado por Tel Aviv con más de 26 mil millones de dólares en ayuda militar. Las presiones del secretario de Estado, Antony Blinken, para que el bando palestino acepte las condiciones de tregua planteadas por Tel Aviv –la entrega de todos los rehenes israelíes a cambio de 40 días de pausa en el genocidio, que de cualquier modo se llevará a cabo, según declaró Netanyahu– no dejan resquicio de duda de que el papel de Estados Unidos no es el de mediador, sino el de facilitador del exterminio que Israel se propone concretar, según han reiterado sus gobernantes, comenzando por el primer ministro.

 

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En este contexto, las protestas de los estudiantes universitarios constituyen una esperanzadora muestra de solidez moral de la juventud del país vecino frente a una política inhumana y vergonzosa por parte de Washington y sus aliados europeos, los cuales coaccionan al pueblo palestino para que acepte un trato consistente en abrir un compás de espera de 40 días antes de su aniquilación.

Ante semejante aberración ética, está claro que la movilización estudiantil merece el máximo respaldo y que debe exigirse un cese de las hostilidades para dar paso a negociaciones con miras a la única solución legal, sensata y viable: la construcción de un Estado palestino, con base en las resoluciones 242 y 338 de la ONU, en Gaza, la totalidad de Cisjordania, y la porción oriental de Jerusalén. Mientras Occidente frene la verdadera solución con su abasto de armas al régimen genocida, su escudo diplomático y su persecución del disenso, será cómplice de crímenes de lesa humanidad, y dará a los jóvenes razones legítimas para ponerse de pie contra la barbarie.

 

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Edición: Emilio Gómez


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