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Foto: Alejandro Cabrera Valenzuela

Alejandro Cabrera Valenzuela

En memoria de Don Andrés Oxte Tun “nojoch maya”, primer jmeen de la fiesta de Chemax.

En el oriente del estado de Yucatán, la fiesta patronal de Chemax alberga una singularidad que incluye la construcción de un ruedo taurino de forma cuadrada, la participación de cuatro jmeenoób o especialistas rituales y un “sistema de diputados o encargados de la fiesta”, localmente conocidos como “los fiesteros”.  En esta organización festiva destacan los vaqueros y toreros locales quienes son los encargados del manejo del ganado durante las corridas que se verifican del 1 al 13 de junio de cada año. Estos jóvenes, de entre 15 y 30 años de edad, a pie y con sogas, son los encargados de lidiar los toros en el ruedo taurino, previa enseñanza y vigilancia del juez de plaza y de los jefes de vaqueros y toreros.

Al inicio de la fiesta, antes de la primera corrida, tienen lugar dos actos rituales que presiden el jefe de vaqueros y el jefe de toreros. El primero consiste en una ofrenda de saka’ (bebida hecha de maíz cocido sin cal, molido y disuelto en agua), la cual se dice es, para “purificar” todos los objetos que serán utilizados en las corridas de toros, tales como sogas, capotes, caracoles, banderillas y rejones (comúnmente conocidos como “los fierros”). Dichos objetos han permanecido guardados durante un año en el monte y, se considera, deben ser santiguados por “el primer maestro” o el más experimentado de los jmeeno’ob.  Para dicha acción se usa un ramo de hojas de una planta conocida como sipche’ (Bunchosia swatziana), con la cual se riega aguardiente formando cruces sobre dichos objetos y “fierros”, recitando oraciones en lengua maya yucateca. Esta acción, de acuerdo con los especialistas rituales, se lleva a cabo porque se cree que dichos utensilios y artefactos al venir del monte, están cargados de malos vientos o k’aak’as iiko’ob

El segundo acto, consiste en otra ofrenda de saka’ que se entrega después de que objetos y  “fierros” han sido introducidos al ámbito de la población (a un solar lóbrego); los primeros son limpiados y los segundos son  reparados, afilados  y sus soportes pintados de color rojo, por lo que, jocosamente, los “fiesteros” llaman a esta actividad “poner su pinta labios”, pues se piensa –metafóricamente- a rejones y banderillas como mujeres que en las corridas “juegan” y “bailan” con los toros que se lidian frente a la ceiba sembrada en el centro de la plaza cuadrada o ruedo taurino de Chemax. Esta segunda ofrenda de saka’ se hace con la intención de solicitar y pedir a Dios padre, a San Antonio de Padua y a los yumsilo’ob o señores protectores de los mundos y cielos mayas, el amparo divino durante todos los días que dure la fiesta patronal.

En el transcurso de la fiesta, cada mañana, los jmeeno’ob, vaqueros y toreros acuden al “lugar de descanso” de utensilios y fierros, para luego ir a la vivienda del diputado en turno quien les provee lo necesario para limpiar, reparar rejones y “vestir” las banderillas que se utilizarán por la tarde en la corrida de toros. 

En estas actividades, se reconoce y se distingue a “maestros” experimentados, es decir, personas que aprendieron desde hace muchos años cuando fueron vaqueros y toreros y que manejan con destreza el arte de orlar los pares de banderillas. Hay banderillas especiales y las hay aún más distintivas o “de lujo”. Comúnmente, las banderillas se adornan con recortes de tiras de papel de china de múltiples colores adheridos con pegamento y, las “de lujo”, incluyen un contenedor de palomas que puede ser formado con pequeños calabazos o con cartulinas. Estas banderillas son entregadas al torero más sagaz, pues al colocarlas en los lomos del animal debe ser capaz al mismo tiempo de soltar el dispositivo que mantiene cautivas a las palomas y así ser liberadas para poder volar por la plaza para alegría y disfrute de los presentes. 

Cabe señalar que los diputados de la fiesta al salir de sus viviendas hacia la plaza taurina caminan por las calles del lugar acompañados con la algarabía de la música –de charanga y sonido de caracoles–, de jmeeno’ob y de vaqueros y toreros quienes, orgullosos, van luciendo en alto los rejones pintados y las banderillas vestidas.

Para finalizar, hemos de destacar también, la transmisión de conocimientos que se da durante los días de fiesta. “Pintar” rejones y “vestir” banderillas forman parte de un saber que se transmite de padres a hijos, por tanto, es común ver como muchos hombres llevan a sus pequeños para introducirlos en el ambiente de “los fiesteros” y con ello procurar la continuidad de una tradición para los años venideros. 

 

Alejandro Cabrera Valenzuela es antropólogo social del Centro INAH Yucatán

[email protected]

 

Coordinadora editorial de la columna: 

María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social Centro INAH Yucatán

[email protected]

 

Lea, de la misma columna: Las infancias y el Palacio Cantón

 

Edición: Fernando Sierra


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