La península de Yucatán resultó atractiva para extranjeros al mediar el siglo XIX. Los más conocidos, también porque dejaron como legado el libro Incidentes de viaje en Yucatán, fueron John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood; este último autor de bellos dibujos que ilustraron el volumen, y que son reflejo de cómo era la vida cotidiana en la década de 1840 en la península. Sin embargo, los viajeros eran rarezas en ese entonces.
Para emprender viajes durante el siglo XIX era necesario contar con capital suficiente; no porque hoy no lo sea, pero si consideramos que para desplazarse de un país a otro, la vía más económica solía ser la marítima, y que los ferrocarriles tardarían todavía varias décadas en cubrir el territorio nacional. El equipaje no solía ser nada ligero, y a veces la gente utilizaba baúles de madera como maletas. Agreguemos, por lógica también, la comida durante el traslado y en el destino.
El cambio de siglo trajo consigo otra idea acerca de los viajeros y, más que una rareza, comenzó a verse el potencial del turismo como una industria. Pero para desarrollarla era necesario un ingrediente: que la población y el gobierno tomaran conciencia de los atractivos de la zona. Así, encontramos en el Diario Yucateco, en su entrega del 1 de diciembre de 1909, un editorial con el nombre de “El turismo, industria nacional”. Al no estar firmado, se entiende que el texto era parte de la postura del periódico en cuanto a política económica.
El artículo en cuestión llevaba un subtítulo “Atención que merece en otros países y que debía merecer en Yucatán”. La comparación, con Suiza y Francia, resultaba en verdad desventajosa, aunque el texto parte de una premisa: que el estado había desdeñado ya muchas industrias, y que el turismo, si se aprovechaba y explotaba convenientemente, “convertiríase en positivo venero de riqueza”.
El artículo continuaba indicando que “en otras naciones más aventajadas que la nuestra, por razón de cultura, concédese notoria importancia al desarrollo y fenómeno de esta industria, el que se procura por todos los medios sea poniendo de relieve la importancia de las curiosidades, ruinas, recuerdos históricos, sitios pintorescos, fábricas, etc., etc., que merezcan la pena visitarse, ya, por otra parte, haciendo cada vez más cómodo y apetecido el viaje para los turistas, mejorando las vías de comunicación y erigiendo por doquiera fastuosos hoteles cuyo confort brinda bienestar, condiciones que atraen cada vez más a los viajeros, los que cada año se precipitan en legión, visitando aquellos países y dejando tras sí pingües ganancias que redundan al cabo en beneficio de la prosperidad nacional”.
Llama la atención lo que el periódico indica como sitios de interés. El primer lugar son las zonas arqueológicas. Las playas, por cierto, no figuran porque en el mundo todavía no se les consideraba sitios salubres para visitar, aunque la costumbre de hacer “la temporada” en la costa ya se encontraba más que establecida.
Al autor del texto le pareció pertinente resaltar que, en 30 años, Suiza había pasado de obtener 52 millones en 1880 a 200 millones en 2008, por el concepto de hoteles. Yucatán requería hacer algo semejante, que pasaba por “sembrar de hoteles todos los sitios que poseen atractivos”, como habían hecho los suizos; entonces se preguntaba, “¿por qué nosotros, que en Yucatán poseemos el tesoro de nuestras ruinas monumentales, admiración de propios y extraños, no procuramos hacer lo mismo?
Otro ingrediente necesario para hacer del turismo “una fuente inagotable de riqueza, y nuestro Estado de Yucatán obtendría a cada paso, a medida que supiéramos con una inteligente habilidad, no tan solo poner de relieve las riquezas arqueológicas que poseemos, suscitando el deseo de visitarlas, sino también, y esto es urgente, esencial, hacer que aquellas hermosas reliquias del pasado sean más accesibles, haciendo para ello que las vías de comunicación sean de toda la comodidad posible”. Tendrían que pasar 15 años para que un gobierno estatal, el de Felipe Carrillo Puerto, construyera carreteras hacia Chichén Itzá y Uxmal.
Pero faltaba más, y el periódico agregaba: “Desde este punto de vista, es indudable que compete de una especial manera al Gobierno el posesionarse de que, aun por razones de egoísmo y para fomentar la riqueza pública, es absolutamente necesario desechar esa incuria atávica en la cual hemos vivido siempre, ya descuidando por completo la conservación de aquellos notables momentos [sic], ya dejando en completo abandono las vías de comunicación que a ellos conducen; y ojalá que posesionado de todo esto, quiera desde luego dar su apoyo poderoso, insustituible”.
La ecuación resultante parece sencilla, pero el paso de los años ha demostrado que equilibrar la conservación de sitios arqueológicos, playas o bosques, no siempre va de la mano con infraestructura carretera e incluso ferrocarriles; tampoco con la idea de “sembrar hoteles” por todos lados.
Si en 1909 el llamado era prepararse para “legiones de viajeros cuyo oro no es seguramente de desdeñar para un pronto renacimiento de la prosperidad yucateca”, vale la pena evaluar qué se ha hecho bien y qué se debe mejorar para mantener el destino. Propuestas han ido y venido, pero eso está en otras noticias.
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Edición: Estefanía Cardeña
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