Opinión
Margarita Robleda Moguel
07/07/2024 | Mérida, Yucatán
Cuenta un meme del día que el primer varón nacido el 5 de julio del 2024 recibió por nombre Beryl Poseidón, quien seguro tenía por apellidos Chaac Huido porque, el tan esperado, a Dios gracias, nunca llegó.
Las noticias pregonaban que el huracán Beryl, se aproximaba a las costas del Caribe mexicano, catalogado por el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos (NHC) como potencialmente desastroso. La información sobre su paso multiplicaban los temores: “El huracán Beryl arrancó tejados en Jamaica, golpeó barcos de pesca en Barbados y dañó o destruyó el 95 por ciento de las casas en un par de islas en San Vicente y las Granadinas antes de avanzar hacia las Islas Caimán y poner rumbo a la costa caribeña de México, tras matar al menos a siete personas”.
El gobierno, queriendo evitar repetir el modelo de aquel Otis que destruyó Acapulco sin aviso, ahora cerró escuelas, bancos y centros de trabajo e invitó a la ciudadanía a permanecer en sus casas. Los medios y sus repeticiones de las olas embravecidas, los vientos meciendo palmeras y calles transformadas en ríos, así como el conglomerado de pisos de barcos en los puertos de abrigo, provocó las compras de pánico vaciando anaqueles, ¿de qué? de todo, necesario o no, por aquello de “por si…”
Los peninsulares tenemos una larga historia de encuentros con los huracanes. Sabemos de las velas y cerillos o linternas, por si nos quedamos sin luz, llenar piletas, por si falta el agua, infinidad de golosinas por si nos embarga la tristeza; desempolvar la guitarra y los juegos de mesa, así como oraciones para clamar al cielo por su ayuda.
Huracán sin wifi, sería el punto álgido que no quedaba muy claro cómo podríamos sobrevivir. ¿Cómo sería eso de vivir sin estar comunicados con los de lejos? Hubo quien se preparó bajando algunas películas en la tablet, para poder remontar la angustia del silencio con el que se encuentra junto.
La historia nos cuenta que 1955 fue muy peculiar en lo que se refiere a la afectación de los huracanes, ya que en el mes de agosto Hilda inundó por primera vez a la ciudad de Mérida, convirtiéndola en una auténtica Venecia. Se dice que las hamacas tuvieron que subirse más y en muchas casas hubo que dejar las puertas de la calle para que saliera el agua de la lluvia de los patios. El récord de 155 litros por metro cuadrado duró hasta el año 2002 con la llegada del huracán Isidoro y 18 años después, con el chubasco de Cristóbal.
El mismo año de 1955, pero en el mes de septiembre el huracán Janet con categoría 5, sembró destrucción y muerte en la zona sureste de la península de Yucatán. La ciudad de Chetumal perdió su personalidad de hermosas casitas de madera pintadas en colores y reportó el récord de 200 personas fallecidas.
Wilma (2005, su nombre nos dice la cantidad de huracanes previos de ese año), se detuvo frente a Cancún 24 horas. Gilberto, en 1988, reunió a más de 5 mil turistas en el aeropuerto de Cancún, ahí la odisea fue alimentarlos y la experiencia de sobrevivir, gratis e inolvidable.
Estos días de espera de Beryl, encerrados en casa, con los chiquitos asomados en las ventanas preguntando a cada instante, ¿cuándo llega? ¿por qué se tarda tanto? nos invitó a recordar anécdotas y a recuperar las charlas familiares con un café e infinidad de chucherías comestibles mercadas para la ocasión. El talento local que se manifestó en memes con la lucha por el liderazgo entre la estatua del dios griego Poseidón en el mar de Puerto Progreso y el Chaac, dios maya de la lluvia, nos dice del placer de la competencia de quejas que adolecemos: hace unas semanas clamábamos al cielo por lluvia y ahora nos quejamos de su abundancia y seguramente, muy pronto esta será contra los mosquitos.
Han surgido una gran cantidad de cómicos que, con gracia y salero, nos invitan en sus videos a bajarle unas rayitas al estrés como la parodia de “Las tías en un huracán” o las miradas del talentoso Alquizo.
Las culturas mayas precolombinas nos regalaron el nombre de huracán al mencionar a su deidad del viento y las tormentas en el Popol-Vu, en lengua quiché.
La verdad es que, además de agradecidos por estar enteros y bien, tendríamos que comenzar a planear cómo capturar estas aguas torrenciales que pronto serán el mayor tesoro de la humanidad.
Edición: Fernando Sierra