Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
16/07/2024 | Mérida, Yucatán
La mejor artillería contra el avance del fascismo en los últimos meses se disparó desde un hidroavión rojo en el Adriático. Su piloto, un cazarrecompensas italiano, no tuvo reparos de arrojar la frase que recogieron miles: “Mejor cerdo que fascista”.
Y la dijo gruñendo. Se escapó de las garras de la muerte, pero recibió un arañazo en forma de hechizo: sus rasgos eran más de cerdo que de humano. Aún así, siguió navegando donde las nefelibatas remiten al laberinto de las estrellas.
Se llamaba Marco Pagot y fue un expiloto de guerra de la marina italiana. Al negarse a seguir la estela de los cadáveres de sus compañeros pilotos, la maldición le arrancó el nombre y lo convirtió, simplemente, en el porco rosso.
No fue un personaje real, sino la ensoñación de esa imaginación portentosa de Hayao Miyazaki, alma del Estudio Ghibli. La película que protagoniza se estrenó en 1992, y está disponible en el catálogo de Netflix.
Nadie sabe quién desempolvó al personaje y cómo su frase “Mejor cerdo que fascista” se convirtió en trinchera y metralla. Sin embargo, su nueva defensa del cielo ha sido igual o más efectiva que la que realizó en la víspera de la pesadilla de la II Guerra Mundial.
Ahora conocemos los peligros de un gobierno —o de una oposición— fascista: el ex piloto ha dado un grito de guerra para corear en estas turbulencias. Y su imagen y frase han aparecido en mítines en todo el mundo. En su hidroavión rojo, el porco rosso no tiene una patria: tiene una idea, y con eso le sobra.
Estos han sido años fértiles de dictadores y de aspirantes a dictadores. A diferencia de los cielos diáfanos del intermezzo por los que volaba el rojo, ahora una bruma dificulta identificar a los fascistas. Los hay estilo Bukele, que se dan baños en criptomonedas mientras cercan con púas —y le aplauden— nuevos campos de concentración.
O los hay tipo Milei, que hacen malabares con motosierra, clonan a sus perros y venden a precio de ganga el futuro de los argentinos. También los que tienen a la historia de rehén y usurpan adjetivos, como el bolivariano. Y decían que los guiones del Estudio Ghibli eran surralistas.
En México, un presidente de un partido que se forjó en la fragua de principios como la no reelección edifica a mano alzada un triste imperio que se prolongará hasta 2032; la flexibilidad del bótox de los estatutos.
Este bestiario político podría incluir más ejemplos, incluso más estrafalarios. Varios de ellos, incluso, ya figuran en el fuselaje de la nave del piloto Pagot: marcas que se hicieron con la saña de quien le ralla el auto a un abusador. Ahí esta, por ejemplo, Le Pen, víctima del más brillante plot twist político de la temporada.
El personaje de Miyazaki optó por la individualidad, esa con la que sueñan los gobiernos con ponerle la bota sobre el cuello. La frase que ahora se estampa en camisetas y cartelones es, en realidad, una invitación contra los líderes carismáticos, esos que sueñan con altares y estatuas.
Tal vez por eso el héroe inesperado de esta nueva resistencia contra el fascismo es un personaje de ficción: todo líder lleva en su interior la semilla del autoritarismo. La Historia nos ha enseñado que el poder corrompe. La frase “mejor cerdo que fascista” nos salva de ese recuerdo y nos lanza la opción de la imaginación.
Imaginarnos, por ejemplo, que nada está escrito y que está en nuestras manos crearle una vía a la excepción; la esperanza de la singularidad.
Edición: Fernando Sierra