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Las cinco mejores canciones de autores yucatecos: Mi ciudad

La apertura a nuevos ritmos también es un viaje hacia adentro
Foto: Jusaeri

Una cultura es tan vital como su capacidad para dialogar con el tiempo y con otras manifestaciones culturales. Los regionalismos tienen el problema de que, usualmente, se traducen en un anquilosamiento de sus tradiciones y las conducen a territorios donde quedan en riesgo de desaparecer. De hecho, si nos asomamos a la historia de la canción yucateca, veremos que ella es producto de un diálogo con productos culturales muy diversos tanto de origen español como caribeño y hasta de manifestaciones que tienen raíces en la región andina de Colombia. 

Yucatán se abrió musicalmente a esos influjos y encontró su rostro al mirar en un espejo lo que acechaba al fondo de sus ojos.

Un día, sin embargo, alguien puso su mirada en territorios inusuales y comenzó a llenarse de sonidos y de palabras que parecían lejanas, pero no. Eran palabras nuestras también, eran sonidos que nos pertenecían y a los que también pertenecíamos.

De ese feliz encuentro; de esas ganas de mirar hacia otros puntos cardinales y desde lo más profundo de lo que somos, surgió la canción más bella que se la haya hecho a la Ciudad de México, el himno con que la identifican sus habitantes y todos los que hemos pisado sus calles esplendorosas: Mi ciudad.

Siguiendo la línea de la llamada “Nueva Canción Latinoamericana”, influido por el jazz y el bossa nova, por Neruda, por Sabines y por Nicolás Guillén, Guadalupe Trigo (cuyo nombre real fue José Alfonso Ontiveros Carrillo) entabló una conversación maravillosa entre la tradición musical de Yucatán y la música de diversas regiones del país y del mundo, cuyo resultado fue un producto de gran finura, sobre todo en el manejo de las cuerdas, pero en especial de la guitarra (en cuyo magisterio no podemos dejar de lado a Juan Helguera) y del bajo que el “Vitillo” Ruiz Pasos tocaba magistralmente (yo escuché una versión de “Miedo de amar” en la que el bajista veracruzano se lucía).

Mi ciudad, fruto magno de ese diálogo emprendido por Trigo, es un son concebido de manera sinfónica que apunta a las raíces de lo que somos y se proyecta lleno de energía hacia el futuro: “Mi ciudad es chinampa en un lago escondido / es cenzontle que busca en donde hacer nido, rehilete que engaña la vista al girar…”. 

El juego metafórico es puntual e imaginativo: la Ciudad de México (ciudad de todos los mexicanos) es una chinampa, un cenzontle, un rehilete, lo que equivale a decir: Historia, canto entonado con mil voces, identidad en devenir.

La letra de la canción de Trigo, escrita en colaboración con Eduardo Salas, tiene muchos ángulos interesantes para su análisis literario y ellos no podrían agotarse en un artículo periodístico. En el juego metafórico, la Ciudad de México es muchas cosas (recordemos que una metáfora se define como una comparación abreviada y/o como un nombre sustituto). Así, la ciudad es “jinete que arriesga la vida”, “la cuna de un niño dormido”, “un bosque de espejos”, “un sol con penacho y sarape veteados” y algunas otras referencias más.

Sin embargo, la metáfora más interesante de la canción es aquella que solamente está referenciada mas no explicitada como tal en la pieza: la metáfora de la ciudad-mujer (recordemos que la estructura de una metáfora es sencilla y pude codificarse algebraicamente como “X es Y”; un ejemplo sería: “Las nubes (X) son pañuelos blancos (Y)”; cuando el término X queda implícito, se habla entonces de una metáfora pura).

El pasaje de “Mi ciudad” al que me refiero dice: “Por las tardes, con la lluvia, / se baña su piel morena / y al desatarse las trenzas / sus ojos tristes se cierran…”.  A través de una metáfora pura, Trigo imagina a la ciudad como una mujer; la referencia a las trenzas es una metonimia que nos permite saber que se habla de una mujer indígena, y la tristeza de sus ojos nos permite saber que, a pesar de todo el oropel y la algazara, la ciudad es pobre y melancólica.

Este detalle retórico nos da la dimensión literaria de la pieza: no se ofrece una perspectiva idílica y complaciente de la ciudad, sino una mirada amorosa y crítica de la misma. No hay ninguna concesión: el texto crece porque no se diluye en la idealización de un enclave humano en el que los conflictos se ocultan hipócritamente.

Escuchar Mi ciudad nos pone a caminar por las calles de 5 de mayo, por Reforma, por la avenida Juárez; por Coyoacán, por La Merced, por Niño Perdido, por Tepito y La Lagunilla. El rehilete gira y nos muestra todos los colores y olores de México: los colores brillantes y los turbios, los aromas y los tufos, las formas diversas de ganarse la vida, la creatividad, la vitalidad y hasta el cansancio de personajes como los organilleros, que llevan la música a cuestas.

Idealizar un espacio es la peor manera de asesinarlo; Guadalupe Trigo y Eduardo Salas lo entendieron y pusieron su consciencia crítica al servicio de una ciudad maravillosa; no se quedaron en una perspectiva de postal que hubiera hecho de la pieza un bodrio indigerible. Mi ciudad es un himno fervoroso y vital para quienes amamos la ciudad de México.


Lea, del mismo especial:

Edición: Fernando Sierra


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