Opinión
José Díaz Cervera
25/08/2024 | Mérida, Yucatán
Voy camino a la universidad a comenzar de nueva cuenta un semestre más. Me encanta la Sociología de la Literatura (la Sociología me sedujo en la preparatoria con las clases de Froylán López Narváez); me acompaña la radio como desde hace muchos años.
De pronto, al cambiar de estación, escucho una perorata violenta: alguien decía que deberíamos volver a la inquisición para quemar en el Zócalo de la Ciudad de México a todos los morenistas. Era Francisco Martín Moreno, una de las mayores vergüenzas de la literatura mexicana.
Y es que en cuestiones ideológicas podemos disentir, pero nunca caer en la barbarie genocida; eso es bajeza moral y cultural. Los que hablan de la actitud disgregante del régimen, son los verdaderos gestores del encono y del odio.
Como quiera, el discurso de exterminio hacia quien se asume como diferente es sólo un síntoma de algo más complejo que apenas comenzamos a columbrar, circunstancia que para muchos (entre ellos yo) no alcanzaba a ser percibida: no estamos ante un simple cambio de régimen, sino ante una revolución cabal que está instrumentando una estructura nueva en nuestro país y quizá en el mundo entero.
Hay incertidumbre, desde luego, pero también esperanza (36 millones de votos no dan lugar para algo que no sea un legítimo anhelo de bienestar para las mayorías).
Pero la construcción de una sociedad más justa en todos sentidos no es tarea exclusiva del gobierno, sino también de la ciudadanía, y ello requiere una transformación de nuestra mentalidad, misma que sólo es posible a través de una gran cruzada que comprenda que la cultura es la expresión simbólica de lo que somos, no solamente a través de las manifestaciones artísticas, sino, fundamentalmente, de todo aquello que proyecta a una comunidad frente al mundo. Dicha proyección es ética y estética, pues promueve un sistema de valores y una actitud sensible ante el mundo.
Mirar lo que está pasando en nuestro país con los mismos ojos con que mirábamos el pasado, nos conduce a una distorsión. Por eso ahora debemos ponernos al día con las transformaciones y comenzar también a transformar el discurso, la mirada y la actitud ante nuestro entorno, pues de lo contrario seguiremos alimentando genocidas como el ya referido, mismos que desmienten la nobleza implícita que hay en el oficio de quien se dedica a la producción de objetos estéticos.
En el caso de Yucatán (enclave del conservadurismo durante décadas), el cambio se suscitó de una manera insospechada para muchos, y la tarea de construcción parece más ardua de lo que aparenta. No es solamente un cambio de colores, sino una transformación cuya envergadura es mayúscula por todos los matices socioculturales (y desde luego económicos) que están de por medio.
Pensemos, por ejemplo, en las complejidades que supone en nuestras vidas la cultura maya convertida en eslogan y hasta en una especie de engranaje de la mercadotecnia tanto política como comercial: lo maya sin los mayas ha sido la divisa hasta hoy y eso tiene que cambiar; pensemos en el centralismo que ha borrado a 105 de los 106 municipios del estado, dejando a la capital con casi todos los privilegios. Pensemos también en la importancia que tiene el encontrar los caminos para que los artistas sean económicamente autosuficientes y que no dependan de sus simpatías partidistas reales o ficticias para obtener estipendios del gobierno.
¿Cómo hacemos que desde el Estado se promueva un sistema cultural que dignifique a todos sin distinción de ideologías o credos?
La clave está en la generosidad. Estamos en medio de una revolución y hay que ponerse a la altura: desde Yucatán se podría promover una gran revolución cultural que contagie a todo el país. Por ideas frescas y creatividad no pararemos.
Estamos muy cerca de conocer a quienes serán parte del proyecto del nuevo gobierno de Yucatán en esta nueva etapa de nuestra Historia. Los nombres de personajes van y vienen; en cultura, algunos de ellos salieron ya del juego porque fueron promovidos, como es sabido, por individuos impresentables ligados al viejo régimen. Para la cartera de cultura suenan dos o tres candidatos, pero el nombre de Jorge Buenfil es el que se ha escuchado con mayor insistencia y simpatía, e incluso ha sido propuesto abiertamente por la maestra Margarita Robleda en estas páginas.
Yo firmé una carta de apoyo a la moción de que Jorge sea el titular de Sedeculta. Fuimos muchos los que coincidimos con esa apreciación y, en caso de darse esa circunstancia, estoy completamente seguro que también seremos muchos quienes arroparemos su gestión desde la sociedad civil, porque sabemos que es un hombre de buena fe, con gran sensibilidad e inteligencia para ayudar en la construcción de una sociedad nueva que ya no debe dar cabida a quienes quieren quemar o invisibilizar a los que disienten.
Para combatir el odio hace falta gente de buena fe y ésta se puede cultivar a partir de una política donde prevalezcan la solidaridad y el sentido comunitario, algo que, con una figura como la de Jorge, apoyada por un amplio y diverso grupo de ciudadanos, se convierte en una posibilidad interesante.
Edición: Fernando Sierra