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¿Piensa la ciencia de forma diferente?

Curiosidades filosóficas
Foto: Efe

No cabe duda de que las sociedades contemporáneas están permeadas de ciencia y tecnología. Estamos rodeados de artefactos que median, facilitan y condicionan nuestra interacción con el mundo: el trabajo, el entretenimiento, la salud, la comunicación, las relaciones sociales, etcétera. Pero, ¿este papel central de la ciencia se debe a que piensa y, por tanto, procede de una forma específica o diferente a otras actividades, como la cocina, la carpintería o la literatura?

Ya desde los orígenes de la ciencia moderna Francis Bacon reflexionaba sobre la idea de un método propio de la ciencia, pero se limitó a describirlo como una forma de ordenar y sistematizar la información y nuestras inferencias sobre el mundo. No obstante, fue René Descartes quien por primera vez propone la idea de método como una forma distintiva de conocimiento, con un sentido propiamente filosófico y como una forma de racionalidad distinta que no solamente ordena, sino que filtra elementos subjetivos de nuestro saber. 

A partir de esta idea filosófica sobre lo que entonces se constituía como la nueva ciencia moderna, aunada al éxito predictivo de la mecánica newtoniana, la ciencia empezó a adquirir un papel central en la cultura. Ello fue consolidando la idea de que lo que la caracteriza y distingue de otras actividades es un método que da cuenta de una racionalidad propiamente científica. Es decir, una forma de pensar y proceder del conocimiento científico que es distinto de otras formas de construir creencias que le da un estatus particular y superior. Pero ¿es eso así?

Podríamos por ejemplo pensar en los procedimientos que siguen los físicos de altas energías, en un acelerador de partículas como el CERN, ¿en qué se parece a lo que hace un genetista o un geógrafo? ¿Más aún, se parece lo que hacen estos físicos a lo que hace un físico cuántico o un astrofísico? ¿Qué tiene en común con lo que hace un científico social? ¿Cuál es el método que todos siguen? En principio, podemos conectar estas actividades proponiendo que en todas estas ellas elaboramos teorías que contrastamos con la experiencia, i.e., confirmamos o refutamos hipótesis. 

Sin embargo, el concepto de contraste o confirmación resulta impreciso cuando nos damos cuenta de que puede significar cosas muy distintas dependiendo de la materia en cuestión. Siguiendo a A.C. Crombie, quien hace una propuesta para clasificar los estilos de razonamiento científico, en la ciencia se pueden construir modelos analógicos; se pueden diseñar experimentos para controlar y predecir observaciones; se pueden hacer análisis estadísticos de regularidades o cálculo de probabilidades; ordenar variedades mediante comparación y taxonomías, entre otros. Estos a su vez pueden subdividirse en procedimientos más particulares en función de la especialidad científica. 

De tal forma que el método debe ser algo más general que abarque todos estos estilos y formas de construir la ciencia, pero si intentamos agruparlos todos lo que obtenemos es una caracterización que implica cosas tan amplias como ordenar o sistematizar, tal y como Bacon pensaba. Pero entonces caemos en cuenta de que tales caracterizaciones no son exclusivas de la ciencia, sino que, en la vida cotidiana, en la carpintería, en la ingeniería y en la cocina también ordenamos, sistematizamos procesos e inferimos. 

En suma, lo que filósofos, historiadores y sociólogos de la ciencia han mostrado es que la relación entre nuestros instrumentos teóricos y la experiencia es sumamente compleja y mutuamente dependiente, lo que hace que el confirmar hipótesis signifique cosas distintas, según sea el caso. En esa complejidad, podemos encontrar razonamientos característicos o formas de proceder de una disciplina particular, pero se vuelve difícil generalizarlas en un método que pudiera abarcarlas a todas sin caer en un conjunto de procederes más o menos triviales que además no son exclusivo de la ciencia. 

Por tanto, no existe una racionalidad, es decir, una forma de pensar propia o característicamente científica, entendida como una forma filosóficamente privilegiada, que nos dé acceso a la realidad. Lo que tenemos es una diversidad de procedimientos que han nacido de un minucioso ensayo y error, que ordenan y sistematizan, y que son fina y altamente efectivos para cumplir los fines que cada ciencia tiene. Ello no demerita la consideración de que es el mejor conocimiento disponible para muchas cosas, pero también lo coloca en un lugar más apropiado en la cultura. Eliminar esta aura mística que se atribuye a un método científico desplegado en una racionalidad científica, que no se sabe muy bien qué es, permite pensar la ciencia como un saber sensato, sin escepticismo, pero con prudencia. 

*Profesora del Departamento de filosofía de la Universidad de Guadalajara



Edición: Fernando Sierra


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