Opinión
La Jornada Maya
04/09/2024 | Mérida, Yucatán
A pesar de que su convocatoria es mundial, siguen siendo los otros juegos, los que no obstante reúnen también a los mejores en sus disciplinas, no reciben la misma cobertura mediática, ni tienen los mismos patrocinios, los que las mismas autoridades deportivas no toman en serio porque “con tanta categoría es más fácil obtener una medalla”.
Los juegos paralímpicos son en verdad otra fiesta del espíritu humano a la que no muchos se atreven a mirar. En ella, las cámaras no se concentran morbosamente en las formas de los cuerpos atléticos, ni los comentarios de los cronistas en la belleza del diseño de los trajes de baño o del peinado de las competidoras.
Si los Juegos Olímpicos representan cómo la humanidad se adapta y ofrece lo mejor de sí para enfrentar los desafíos en un espíritu de unión, los Paralímpicos nos desafían a abrir las fronteras del pensamiento y concentrarnos en el potencial de aquellos a quienes de alguna manera hemos convertido en invisibles, olvidables por no poder hacer lo mismo que una persona neurotípica.
“Todos somos especiales a nuestra manera porque no hay un modelo a seguir. Todos somos diferentes. Lo que importa es que cada uno demuestre su potencial”, decía el astrofísico Stephen Hawking en la inauguración de los Juegos Paralímpicos de Barcelona en 1992. Hawking nunca fue atleta, pero sus palabras resonaron entonces y lo volvieron a hacer dos décadas después, cuando en Londres 2012 invitó a competidores, autoridades y al público a mirar hacia las estrellas en lugar de los pies.
Los Juegos Paralímpicos son un recordatorio a una sociedad mundial que hace a un lado a quienes por alguna razón no encajan en el cartabón de capacidades físicas e intelectuales que se supone se tienen desde el nacimiento. Pero la discapacidad tiene muchas variantes y causas, y una de ellas es la guerra. Precisamente, los Juegos tienen por iniciador al doctor Sir Ludwig Guttman, un médico que en 1948 organizó una primera competencia en la que participaron 16 veteranos de la Segunda Guerra Mundial que a manera de rehabilitación realizaban algunos ejercicios.
Los Juegos Paralímpicos recuerdan los horrores de las guerras, y también que no todos los seres humanos tenemos las mismas oportunidades, a veces por un accidente de tránsito, por alguna cuestión congénita, por alguna negligencia médica durante el parto, un descuido en el cuidado de un bebé, una mala caída en una alberca, un pelotazo en la cabeza mientras se participaba en una liga infantil… La discapacidad es hija de múltiples causas.
A los atletas paralímpicos nadie les exige medallas. Nadie les reclama que “hayan ido a pasear”, pero son pocos quienes se atreven a mirarlos a la cara. Tal vez sea porque de antemano sabemos que realmente se encuentran entre los mejores en el mundo y no solamente en el deporte que practican, sino en la vida misma.
Porque ahí tenemos a una nadadora con osteogénesis imperfecta, la condición de “huesos de cristal”, inspirando a otra niña que se enfrenta a la misma condición. Ahí está un arquero sin brazos que pone las flechas en la zona amarilla de la diana, una lanzadora de bala que con la sola fuerza de la espalda, deltoides y tríceps rompe sus propias marcas. Viéndolos, no queda más que reconocer que representan lo mejor del espíritu de la humanidad, aunque sus nombres tal vez no figurarán entre los grandes atletas de la historia. Esa historia que se escribe también para el disfrute de otros que tal vez caemos en la tentación de fijarnos más en lo superfluo del deporte que en los enormes logros de que somos capaces los seres humanos, independientemente de si poseemos un cuerpo atlético o si nos hace falta el sentido de la vista, el oído o las piernas.
En Barcelona, Hawking refirió que las personas con alguna discapacidad (minusválidos se solía decir entonces) no son seres marginales, sino seres con normales con alguna necesidad especial. “Ya es hora de que se nos respete, mas no debemos esperar sentados que otras personas vengan a ayudarnos, sino que debemos luchar”, remató.
Todavía hace falta mucho para alcanzar una verdadera inclusión de las personas con discapacidad, en todos los ámbitos. El reto para todos sigue ahí, y mientras tanto podemos meditar cómo aseguramos que toda persona sea tratada con dignidad y respeto, sin importar ninguna condición. Podemos intentar dirigir la mirada hacia las estrellas y dejar de concentrarnos en los pies, o en la falta de ellos; pero tal vez al hacerlo sea imposible contener unas cuantas lágrimas ante tanta belleza.
Edición: Fernando Sierra