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Foto: Juan Manuel Valdivia

El momento histórico por el que atraviesa México, cuando se tiene por primera vez a una mujer encabezando el Poder Ejecutivo Federal, y en el cual se cuestiona el modelo de producción y consumo de energía, aparte que se da a conocer el daño que algunas empresas han producido al medio ambiente, puede considerarse que el país se encuentra en un momento idóneo para evaluar qué debe continuar e incluso promoverse como política de desarrollo, y qué es necesario detener tajantemente.

Hoy, tras el paso del huracán Milton por los bordes de la costa de la península de Yucatán, y luego de contemplar los daños que el meteoro provocó en Florida, resulta preciso evaluar qué, cuánto y a qué distancia del agua es posible construir. Sobre todo cuando pareciera que cualquier proyecto de desarrollo inmobiliario constituye un atentado contra la forma de vida de la población originaria.

Pero mientras,  nos encontramos en un momento de tensión en el cual, por ejemplo, los asentamientos que han recibido el nombramiento de “pueblo mágico” ven con justificado temor que la construcción de un hotel puede dejar a todos los habitantes sin acceso al agua potable, a la vez que los propietarios de pequeños negocios reciben prácticamente todos los días “ofertas que no podrán rechazar” para desocupar sus locales y pasar a ser empleados de diversas franquicias.

También es cierto que la costa peninsular, especialmente en Quintana Roo, es sumamente atractiva para los grandes capitales. La zona hotelera de Cancún, por ejemplo, no pierde valor monetario a pesar de que la demanda de servicios básicos supera la capacidad de las autoridades para proporcionarlos; un problema que afecta al resto del municipio de Benito Juárez porque con tal de mantener activa la fuente de ingresos que es el turismo, la población que trabaja en ese sector debe conformarse con residir en lugares donde no llega el agua potable o campea la inseguridad. 

En cambio, se anuncia que un grupo trasnacional realizará una inversión millonaria en Mahahual para el desarrollo del destino, o la construcción de hoteles y residencias de categoría lujosa en la zona hotelera de Cancún, y la autoridad agradece la confianza de los inversionistas, asegurando que también ésta se debe a las garantías que ofrece la Cuarta Transformación. 

Vale preguntar si esto es lo que se entiende por “gobierno humanista con corazón feminista”. Eso es lo que terminan haciendo las agrupaciones que exigen que se declare a la península como “zona de emergencia socioambiental” ante los impactos que han causado las industrias inmobiliaria, avícola y porcícola, además del Tren Maya.

Difícilmente alguien esté en contra del desarrollo, siempre y cuando éste no sea a costa de derechos humanos y termine por minar la calidad de vida de las localidades. Es decir, que si de verdad se pretende una Transformación, debe iniciarse porque la autoridad asuma su papel de reguladora y obligue a que la ejecución de proyectos tenga el menor impacto posible o de plano suspenda aquellos que impliquen afectaciones irreversibles al medio ambiente. Hablamos aquí del daño que se pueda causar al manto freático, puesto que esa misma agua de los cenotes es la que termina recorriendo las tuberías de casas, oficinas y hoteles; o de deterioro a la flora y fauna nativas por el uso de herbicidas y pesticidas, que además conlleva graves perjuicios a la salud humana.

El momento actual es crucial. Es uno en el cual el voto de los mexicanos impulsa una transformación y ésta sólo puede realizarse si se evalúa también el daño de lo que las políticas que imperaron durante 30 años han causado. Dejar hacer, dejar pasar, terminó por hacer que entendamos que el desarrollo sólo pueden alcanzarlo unos cuantos privilegiados, mientras que el resto debe agradecer que tiene una fuente de ingresos para la cual termina sacrificando su salud y hasta la propia vida. Transformar implica entonces que ese desarrollo se traduzca en la mejora para todos y cortar de tajo las condiciones de depredación por largo tiempo favorecidas.
Lea, de la misma columna: Milton: el factor prevención

Edición: Fernando Sierra


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