Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
14/10/2024 | Mérida, Yucatán
Y ahí va: Rumbo al huracán. No sabe si encontrará vivos a sus compañeros, no sabe si él sobrevivirá a la furia de Milton. La única certeza que tiene es que no se puede quedar en tierra mientras ellos enfrentan, solos, al colérico Poseidón.
Se llama José Manuel Medina Sánchez, y es patrón del ”Palmero 13”. Tiene cuarenta y muchos —cuando se le pregunta la edad, voltea a ver a su madre; no sabe con certeza cuántos años tiene—. Ha pasado quizás más tiempo en mar que en tierra, y eso se nota.
“No le tengo miedo al mar”, asegura. “Le tengo respeto: el mar da y el mar quita”. José Manuel comenzó en el oficio a los 16 años; es hijo y padre de patrones de barco; una estirpe de lobos de mar. Se ha tatuado la vida en los brazos, su memoria tiene escamas.
Foto: Isabela Cicero Sánchez
Es el lunes 7 de octubre, en la mañana, y aunque no lo sabe, le espera una travesía de más de treinta horas. Va directo a la furia, al efímero reino del huracán, donde se encuentran jóvenes que crecieron con sus hijos y, que al igual que ellos, lo recibían después de cada faena. No sabe si están vivos o muertos.
Antes de ir al corazón de las tinieblas, en el país en el que el viento se desgobierna, ve un rastro de aves muertas —cadáveres de gaviotas, pelícanos, pontóes…—. Todos esos acólitos de la flota progreseña, ahora resguardada. Reza por no ver a sus compañeros flotando, como esa macabra parvada que deja atrás, volando en la estela.
Él había regresado pocas horas antes al puerto de Yucalpetén, la tarde del domingo 6, ante la inminencia de la rabieta de ese monstruo categoría 5. El ”Palmero 13” es un barco grande, con una tripulación de veinte marineros; por lo general, realiza expediciones de dieciocho a veinte días, dependiendo de la pesca.
El capitán José Manuel resguardó la embarcación, fibrosa como él, y vio que todos sus compañeros regresaran a sus hogares; durmió un poco, arrullado por la calma que precede la tormenta. No sólo él se durmió: a esa hora los reportes metereológicos eran difusos: el bicho aún no rugía. Después, en cuestión de horas, crecería exponencialmente; algo antinatura.
Lo despertó la llamada de uno de sus hijos, Enrique Alejandro, que también es patrón de barco y que vive en Flamboyanes. José Manuel se despertó y fue a verlo; se enteró que habían varios barcos que no habían regresado, entre ellos el ”Neldy”. Y, en él, cuatro pescadores progreseños, amigos de sus hijos; su sangre.
En la madrugada, mientras relámpagos revelaban las fauces de ese peligro que ya acechaba, fue al puerto para ver qué estaban haciendo las autoridades. En un impulso, casi eléctrico, decidió ir él por los pescadores: La respuesta más rápida es la acción.
”En dónde florece el heroísmo”, se le preguntó después de la gesta. “No lo sé”, respondió. ”A mí me motivó la angustia de las madres de mis compañeros; nada más”. Hacer de lo ordinario algo extraordinario. Mientras comienzan a aparecer reportes confusos sobre el ”Neldy”, José Manuel impide que naufrague la esperanza.
Foto: Isabela Cicero Sánchez
Consigue un barco —el ”Tepakán”, que se lo presta don Gonzalo— y recluta un equipo de kamikazes. Su propio hijo Enrique Alejandro y un comando de valientes a los que menciona por sus nombres de guerra: Shaggy, Pitahaya, Chay, Borrego, Mazo y el hijo de Mazo. Todos ellos, sin dudarlo, alzan sus brazos cuajados de anclas y vírgenes cuando José Manuel les propone sostener la mirada a la muerte.
En una fecha similar, pero de 1914, Ernest Shackleton publicó una invitación parecida en el Times: ”Se buscan hombres para un viaje peligroso. Paga reducida. Es dudoso que puedan regresar a salvo. En caso de éxito, recibirán honores y reconocimiento”. Los valientes que acompañaron a Shackleton se tardaron meses en contestar.
A José Manuel le bastan segundos para conocer a su tripulación suicida. Todos habían ya trabajado con él o con su hijo; unos eran familiares de los pescadores del "Neldy". Ninguno tenía la certeza de que los encontrarían o que ellos vivirían para contarlo.
Antes de sortear la tormenta, el capitán José Manuel hace frente a la burocracia: para salir y salvar a sus compañeros tiene que pedir permiso a las autoridades, que con chalecos salvavidas en tierra firme se lo dan. Cuando estás decidido y vas a por algo, todo el mundo se aparta para abrirte camino. La resolución del patrón es aún más fuerte que los vientos que Milton.
El último reporte del ”Neldy” lo ubicaba a 56 millas náuticas, mar adentro. Y es ahí a donde se dirige el ”Tepakán”. El capitán no distingue si son lágrimas o el mar las que se enjuga con la manga; no quiere demostrar dudas a su tripulación. Sortea olas de tamaños de edificios, corrientes que parecen moldeadas por la cólera de dioses antiguos y rencorosos.
Él, que ha vivido un sinfín de cordonazos, reconoce que está ante un rival implacable, y duda en llegar a tiempo a su destino; sin embargo, no suelta el timón; se aferra a él, dejando muescas en la madera. A las dos de la madrugada del martes 8, el gaviero divisa al ”Neldy”. Y ahí, milagrosamente, están sus cuatro tripulantes, amarrados al barco y a la vida.
El ”Tepakán” se acerca al otro barco y le tiende un lazo —es ahí donde la metáfora adquiere su significado— y la noche se ilumina para aquellos que pensaban que esa era la oscuridad de la muerte. Ven a José Manuel y, sin embargo, no se sorprenden. ”Sabíamos que ibas a venir”, le dice uno de ellos. ”Sabíamos que eras el único loco que podías salvarnos”.
Foto: Tripulación del Tepakán
”Me invocaron”, recuerda el héroe con esa alegría que navega a la deriva en un hombre que lleva ya varios días sin dormir. Al recordar esa breve eternidad, José Manuel señala que los cuatro sobrevivientes llevaban ya dos días sin comer; uno de ellos se sube al ”Tepakán” y no quiere regresar al ”Neldy” durante todo el regreso.
Y vaya que es difícil ese retorno; dos gruesos cabos se rompen, complicando el remolque del barco, que parece de papel ante la esquizofrenia de las aguas. Ya cuando aparecen los rayos del sol que anuncian la amnistía del clima, uno de los valientes de la tripulación toma unas fotos que envía a Facebook, arañando una inexplicable señal de internet.
Después, el teléfono se muere. Los marineros mantienen el rumbo a esa tierra firme que se antojaba, hasta hace pocas horas, inalcanzable. Llegan al puerto de Yucalpetén a las 18 horas. Ven, en esa costa que se acerca con cada suspiro, a una multitud de más de quinientas personas. Es una alegría que comparte todo Yucatán, en directo.
Reciben ahí a los marineros, a los que antes habían ya matado reportes amarillistas. Y ovacionan a los héroes, en especial a José Manuel. ”Que quiten la estatua de Poseidón y que pongan una de él”, alguien grita. La gente sabe quienes son los verdaderos héroes de esta historia, y siempre lo reconocerán, aunque los periódicos no hablen de ellos.
El lobo de mar José Manuel Medina Sánchez cuenta esta gesta el domingo 13, en su casa en tierra, en la colonia Revolución de Progreso. Lo acompañan su madre, Miriam Josefina Sánchez González, y varios de sus cachorros, entre ellos uno de los pequeños, que en la víspera cumplió 14 años. Cuando se embarcó en esa misión imposible, entre lo que le pedía a Dios era regresar para festejar con él.
Ese mismo domingo, a la medianoche, zarpa de nuevo en el ”Palmero 13”; el héroe no leerá estas líneas hoy, sino hasta su regreso, dentro de dieciocho o veinte días, dependiendo de la pesca. Espera una buena captura; el mar, al que respeta pero no le tiene miedo, se lo debe. Otros de sus compañeros de travesía —salvadores y salvados— ya regresaron al océano; tal vez ya con estas fechas tatuadas en sus antebrazos.
Los cuatro tripulantes del "Neldy" han sido los únicos pescadores hallados hasta el momento con vida. Los marineros de las otras tres embarcaciones que no regresaron durante el látigo del huracán Milton —“Halcón I”, “Peyucsa 12” y Peyucsa 13”— no han sido rescatados.
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Edición: Fernando Sierra