Opinión
La Jornada Maya
23/10/2024 | Mérida, Yucatán
Cuando Fernando Valenzuela lanzó su último partido en las Ligas Mayores de Estados Unidos, en 1997, poco más del 30 por ciento de la población mexicana atravesaba la primera infancia. En números, 37.7 millones de personas nunca lo vieron escalar el montículo. Incluso quienes nacieron hace ya cuatro décadas difícilmente pudieron aprehender lo que significaba ver a través de la televisión a ese muchacho regordete, zurdo, de cabellos descuidadamente largos, tomar un guante, la pelota de las 108 costuras y dirigir una sinfonía que parecía hipnotizar tanto a los bateadores contrarios como a los televidentes.
El Toro de Etchohuaquila no figura entre las leyendas reconocidas institucionalmente por los cronistas deportivos de Estados Unidos, que son quienes votan para que algún jugador ingrese al Salón de la Fama de Cooperstown. Fernando no se encuentra ahí porque se ha querido que primen los números. Los criterios cuantitativos terminan por dictar que Valenzuela no fue un lanzador ganador, pues su balance entre victorias y derrotas es de apenas 20 más de las primeras; 173 -153. Tampoco el número de ponches obtenido es impresionante, y su carrera, aunque duradera, no fue lo suficientemente constante como para calificarlo de dominador.
Sin embargo, la Fernandomanía fue un fenómeno internacional. La década de 1980 fue una en la que se dieron enormes coincidencias, en las que por un lado aparecieron grandes deportistas mexicanos y en la narración se encontraban cronistas curtidos y sumamente conocedores tanto del beisbol como del boxeo. Por otro lado, iniciaban también las transmisiones internacionales, y entre 1981 y 1986, al público se le invitaba a seguir “la huella del Toro”.
Bastaron unas pocas temporadas para que Fernando Valenzuela se incrustara en un imaginario colectivo de todo el continente americano, atrayendo a millones de aficionados mexicanos y latinoamericanos a formar parte de la afición de los Dodgers de Los Angeles. Tantos que siguen recordando la alineación de un equipo en el que figuraban los novatos Steve Sax y Mike Marshall,el malogrado Steve Howe, Bill Russell, Dusty Baker, Mike Sciocia, y veían el inicio de la importante presencia de jugadores latinos, con Pedro Guerrero, Candy Maldonado o Alejandro Peña.
La presencia de Valenzuela traspasó los estadios de beisbol. No era sólo que desde varios puntos de México se organizaran excursiones para presenciar algún juego de los Dodgers; era también encontrar referencias directas a él en la película La Bella y el Campeón (Bull Durham, 1988), estelarizada por Susan Sarandon, Kevin Costner y Tim Robbins, especialmente en sus característicos movimientos en el montículo, previo a cada envío al plato. Pocos, muy pocos lanzadores han sido reconocidos al grado de que su windup sea tan identificable, con esa mirada hacia el cielo, para tantas personas.
Fernando Valenzuela es, hasta la fecha, el mejor lanzador mexicano en el beisbol de Estados Unidos. Su carrera, libre de escándalos y de episodios de abusos de sustancias que fueron muy frecuentes en esos años; su ejemplo llegaba a miles de niños que tuvieron el privilegio de poder echarse una “cascarita” en la calle, con los vecinos, y que terminaron nutriendo cientos de ligas infantiles que pudieron pasar de improvisados campos llaneros a verdaderos complejos con más de una decena de campos repartidos entre las distintas categorías de edad.
Valenzuela, el ídolo, ya no se encuentra en el plano terrenal. Posiblemente nunca ingrese a Cooperstown y eso tal vez resulte un reconocimiento póstumo ya innecesario. Es bastante el emotivo homenaje que le hicieron los Dodgers el año pasado, al retirar su número. Ahora es tiempo de Fernando El Toro, que desde hace varios años es leyenda para quienes siguieron su huella y sueñan que algún día el beisbol y cualquier otro deporte le brinde la oportunidad de destacar a miles de niños que hoy miran un partido y se imaginan que ellos se encuentran ahí, enfundados en la camisola de su equipo, a punto de saltar al terreno, y recibir la pelota del tercer juego de la Serie Mundial, frente a los Yanquis…
Edición: Fernando Sierra