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Destrozaestatuas

En un instante el hombre común es capaz de romper el símbolo de poder
Foto: Ap

Amanecimos este lunes con la imagen de un revolucionario pisando el rostro de bronce de Al Assad en la portada de La Jornada Maya: el cazador y su presa. El insurgente sonríe y posa para la historia con su Kalashnikov.

Esa foto, sin lugar a dudas, pasará a la historia, y se unirá a la galería de las revoluciones triunfales que se han registrado en los últimos años. Es un instante único, pero que se ha repetido en varias ocasiones.

Para entender la fuerza de esa imagen habría que remontarse al siglo pasado, a las crónicas de los históricos corresponsales de guerra que intentaban explicar el mundo con su olfato y sus agallas. Como lo hizo Ryszard Kapuscinski (1932-2007).

Este reportero de guerra polaco pateó Oriente Medio, África y Latinoamérica, cartografiando al momento los movimientos sociales que le dieron forma al mundo actual. Sus crónicas periodísticas fueron la semilla de la historia. 

Su experiencia en el campo de batalla le permitía ubicar, al instante de aterrizar, a los protagonistas en potencia de la revolución, y entre ellos estaban, invariablemente, los destrozaestatuas, ”no hay símbolo más poderoso de victoria que tirar a martillazos al vencido”.

La foto publicada esta semana, tan rara en estos días, carga un poderoso significado: el don nadie es capaz de doblegar al tirano, en este caso al que su propia máquina de propaganda bautizó como el León de Damasco. 

El de la imagen de esta semana es Al Assad, pero antes de él fueron Saddam Hussein, Zine el Abidine Ben Ali, Hosni Mubarak, Muamar el Gadafi y Ali Abdullah Saleh, una primavera árabe interruptus, que este fin de semana registró un tardío rebrote. 

Antes de este dominó de dictadores, Kapuscinski registró otro, a mediados del siglo pasado, en el que todos los episodios concluyeron con insurgentes tirando estatuas. En el jardín de crónicas sobre la guerra de Irán, El Sha o la desmesura del poder (Anagrama, 2006), una de las entrevistas que realiza el reportero fue a un experto demoledor de mitos de bronce. 

Se llamaba Golam, y en su barrio, en el centro de Teherán, tenía fama de experto destrozaestatuas. ”Las primeras estatuas que destruí fueron las del viejo sha, el padre de Mohammed Reza, cuando abdicó en 1941. Yo era entonces un muchacho pero ayudé a mi padre, quien, junto con sus con vecinos, derribó el monumento que Reza Khan había hecho erigir en nuestro barrio”.

En la entrevista con Kapuscinski, Golam incluso describe su técnica y sus herramientas: ”Teníamos unas cuerdas de sisal fortísimas que guardábamos en el mercado, en el tenderete de un vendedor amigo. No se podía bromear con estas cosas...”.

”Durante la última revolución, es decir en el año 79, la desgracia consistió en que se lanzaron a derribar monumentos no poco aficionados y por eso hubo muchos accidentes, porque los dejaban caer directamente sobre sus cabezas”.

”Destruir un monumento no es tarea fácil”, le advertía el iraní al polaco. ”Hace falta para ello profesionalidad y práctica. Hay que saber de qué material está hecho, qué peso tiene, cuál su cemento; en qué sitio atar la cuerda, hacia dónde inclinar la estatua y, finalmente, cómo destruirla”. 

El celo demoledor de Golam es el de alguien que sabe el poder de los signos. No se trata sólo del apetito de destrucción de los vencedores, sino de la necesidad quijotesca de deshacer agravios y enderezar entuertos. De ahí la sonrisa de ese barbón anónimo de la portada del lunes.

Kapuscinski, en esa vida sumergida en adrenalina, se encontró con tiraestatuas en cada esquina. Yo, en los años que llevo ejerciendo el periodismo, no me he topado con destrozaestatua alguno, y vaya que por aquí hay varias que merecen ser tiradas.

Tal vez el oficio de demoledores de mitos esté en extinción, como el de los reparadores de máquinas de escribir. Como el oficio de los mismos corresponsales de guerra, que jugándose el pellejo nos dieron alguna vez los elementos para aquilatar la foto de la estatua tirada de un dictador. 


Edición: Fernando Sierra


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