Opinión
Margarita Robleda Moguel
12/01/2025 | Mérida, Yucatán
Cada año comienza el lamento y la culpa al reconocer que no cumplimos los propósitos del año anterior. No bajé de peso, al contrario, le aboné, no fui al gimnasio, no salí a caminar, no ahorré. Apuntamos “no, no, no” a toda nuestra lista de ilusiones. Pesa nuestro fracaso, nuestra incapacidad de tener disciplina.
Quizá lo que sucede, es que no tenemos claro cuál es el propósito de los propósitos. ¿Por qué quiero bajar de peso? ¿Para estar sana o para pasar el examen ajeno? Mérida dejó de ser un pueblo y hoy en día es una ciudad cosmopolita, sin embargo, aún sigue circulando gente que saluda como se hacía en el pasado: “Hola, qué bien te ves, has bajado de peso”. “¿Estás bien? Has subido de peso”. Recuerdo a una señora que me dijo, “oye, ¡cómo has subido de peso!" Mi lengua quiso responder enseguida: “Y Ud. qué arrugada está”, pero logré brincar el momento amargo con una sonrisa. Cada uno da lo que tiene, me dije. Y está señora ha de estar llena de dolor y busca con quien desquitarse.
Mi propósito del año es mantener viva la luz de la esperanza, para mi y para los que se cruzan por mi camino. Si no tengo algo agradable qué decir, sonreír, invita a recibir una sonrisa de regreso, y si no se da, por la falta de costumbre, tener claro que sonreír me alimenta a mí.
Quiero cuidar mi peso por motivos de salud, pero me niego a hacerlo para ser aceptada en el club de las de la pasarela que mueren de hambre para alcanzar el trofeo y se dedican a juzgar y a hacer sentir mal a las que no vivimos para ello.
Mi propósito este año, es el de quererme más. Conocerme mejor para saber mis límites, así como mis posibilidades. No soy europea de hueso largo, soy latinoamericana con estas cómodas redondeces que dan unos abrazos muy sabrosos.
Este año cumplo 75 años y me niego a jubilarme. Seguiré activa hasta el último instante, pero también, seré selectiva para aceptar invitaciones. Mi cuerpo pide tiempos de descanso, silencio y paz y no me dejaré presionar para “cumplir” a los deseos ajenos. Al principio se enojan, pero luego van entendiendo que mi pila necesita reiniciarse.
Uno de los propósitos más importantes que quiero compartir e invitar a tomar en cuenta, es la adicción que le estamos dando a nuestros niños desde la cuna, al darle una tablet. Tuve oportunidad de ver en un aeropuerto, como berreaba una niña de tres años porque su mamá se la quitó para que fueran a caminar un rato. Escuché a una adicta desesperada por su droga. Me espanté, y la verdad, no lo hago con facilidad. ¿Qué le espera a esa niña? Para los papás ha sido muy fácil “entretener” a sus pequeños con la tecnología. Un bebé responde a la luz, el movimiento y el sonido. Y sí, los entretiene, pero ¿los estimula? ¿Cuándo aprenderán a hablar nuestros niños si no les hablamos, si no les leemos, cantamos, jugamos con ellos? Veo de cerca sobrinos nietos felices que juegan, inventan, platican, gracias a padres comprometidos que lo propician. Por lo pronto yo me voy a limitar el Candy Crush, del que me reconozco adicta.
¿En qué momento dejamos de preguntarnos? La consigna mundial es hacernos productivos para ser excelentes consumidores. ¡Punto! Preguntarnos es peligroso y al cabo del tiempo, por negarnos a hacerlo, nuestra esencia comienza a enfermarse y necesita pastillas o ir de compras, para llenar esos huecos de las preguntas que quieren brincar y salir para encontrar el sentido de nuestra vida.
Desde pequeña me he preguntado: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Es por aquí? Aún hoy en día investigo: ¿qué quiero hacer en este año que estrenamos? Si lo veo como me lo cuentan, me lleno de miedo. Pero si lo analizo, lo comparo con todas las batallas que ya enfrentamos y salimos adelante, me sale un: ¡Ándale, a echarle ganas, a ver a como nos toca!
Me propongo leer a don Quijote para alimentar y fortalecer mi neurona, la hormona sin control me hace llenarme de tonterías: llámese envidias, chismes, repasar tristezas.
Y, por último, mi propósito es vivir con todo el amor que pueda procurarme ejerciendo la vocación de hacer “Lagartijas a las neuronas y cosquilla al corazón” que le da sentido a mi vida.
Edición: Fernando Sierra