Opinión
Hugo Castillo
13/01/2025 | Mérida
En el marco de la Conferencia internacional sobre educación de las mujeres en las comunidades musulmanas, que se lleva a cabo en Islamabad, la premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai, emitió ayer un llamado urgente para los líderes de los países en la región, a quienes pidió “no dar legitimidad a las autoridades talibán” de Afganistán, porque encabezan lo que ella calificó como un “apartheid de género” que ha sumido en la miseria y el ostracismo a millones de mujeres en el país centroasiático.
“En Afganistán, el futuro de una generación entera de niñas ha sido robado; durante los últimos tres años, los talibanes han eliminado el derecho de éstas a la educación y el de las mujeres a la vida pública, convirtiendo nuestra fe -el Islam- en un arma para justificar sus violaciones. Dicho de una manera simple, los talibanes no ven a las mujeres como seres humanos”, señaló la activista durante una alocución en la cual también recalcó que los islamistas cubren sus “crímenes en un manto de justificaciones culturales y religiosas”.
Al emotivo discurso de Yousafzai siguió un alud de notas y comentarios digitales que, haciendo eco de las denuncias de la activista, revivió el tradicional llamado a hacer algo por las niñas afganas y acabar con el régimen talibán que las oprime: los más diversos medios transmitieron entrevistas con expertos occidentales que, una y otra vez, denunciaron a los yihadistas, mientras repetían con ligereza el término “legitimidad” emitido por Malala y pedían su eliminación.
Si bien los comentarios de la premio Nobel son un recordatorio de la necesidad de actuar con premura para acabar con las violencias que sufren a diario las niñas y mujeres afganas, también dejaron en claro la urgencia de un diálogo más especializado a la hora de abordar la crisis humanitaria en Afganistán y el resto del mundo islámico, pues el uso de ciertos términos en la prensa, así como el significado específico dado a los mismos, refleja las brechas culturales que el activismo de Yousafzai ha buscado, infructuosamente, acortar para lograr la salvaguarda global de los derechos humanos.
Una polémica ideológica
Uno de los grandes problemas que enfrentan los teóricos y activistas que abordan las discusiones de derechos humanos al interior del mundo musulmán es la fuerte carga político-ideológica que los acompaña. El caso de las niñas y mujeres en el Afganistán Talibán es paradigmático de dicha situación, porque, mientras para el mundo occidental se trata de una discusión en torno a la libertad individual y fundamental, para los islamistas la polémica se enmarca en su derechos a decidir cómo gobernar, es decir, su legitimidad como la autoridad nacional.
Justamente, en el contexto en que fue emitido, el llamado de Yousafzai a no legitimar al autoproclamado gobierno talibán tenía un objetivo particular: el foro, de educación de las mujeres en las comunidades musulmanas, busca generar soluciones prácticas a las realidades y necesidades de este sector regional. En este sentido, la activista se refirió a la importancia de no apoyar la lectura específica que los fundamentalistas hacen de la religión como vehículo para la opresión de la mujer, una visión muy controvertida, pero compartida por diversos grupos y líderes islámicos.
Aun con la confusión que puede generar un término tan amplio como el de legitimidad, es posible deducir, con claridad, dicha línea lógica por dos señalamientos que hizo la activista. Primero, pidió a los gobiernos regionales obligar a los talibán a hacerse responsables (accountability) de sus crímenes contra las mujeres; posteriormente, señaló que la única forma de acabar con el problema del apartheid en Afganistán es a través de la política, recalcando que la vía armada estaba fuera de discusión. En ambos casos, los argumentos de la activista apuntan a una denuncia, y no un llamado a derrocar al régimen en el poder.
Sin embargo, ignorando el contexto de la cumbre, y partiendo de una lectura del discurso sumamente ideológica -normada por los sistemas de valores occidentales-, los medios globales se volcaron a promover un supuesto pedido de la galardonada con el Nobel a desconocer y acabar con el gobierno talibán, en aras de liberar a las mujeres del yugo del extremismo islámico.
El acertijo cultural
El problema es que, lejos de lograr el cambio socio-político profundo en Afganistán que tanto buscan, encabezados y argumentaciones basados en lecturas subjetivas como las anteriores, aumentan los ciclos de represión y violencia en el país. Esto sucede debido a que los talibanes ligan fuertemente las nociones de derechos humanos a programas de imposición cultural y deslegitimación política; comentarios, como los que siguieron al discurso de Malala, justamente les dan la razón a dicha línea lógica.
Las autoridades en Kabul han señalado, en repetidas ocasiones, que el tema del acceso de las niñas a la educación y las mujeres al trabajo es uno interno, que compete únicamente a las autoridades locales, y que su resolución requiere tomar como punto de partida las tradiciones, creencias y prácticas locales. Esta tesis se suma a su patente y constante búsqueda de reconocimiento, en el plano global, como las autoridades legítimas de Afganistán, con la consecuente prerrogativa de normar la vida diaria del país, incluidos los derechos humanos que la rigen.
Las posturas que piden el desconocimiento de los talibán también ignoran la patente de legitimidad interna con el que cuentan los islamistas: diversos recuentos locales, estudios académicos y video blogs demuestran que, aunque existe un rechazo generalizado a las opiniones más extremas de la agrupación -como la opresión a la mujer- la gente, por muy diversas razones, apoya su administración.
Si bien, ninguno de los argumentos anteriores debe servir para defender o justificar el apartheid de género que prevalece en el país, sí deben obligar a que los comentaristas, gestores de política y académicos modifiquen la forma en la que se relacionan con el autoproclamado gobierno en Afganistán, pues la mentalidad política talibán se enmarca en un sistema de valores particular -y algunas veces opuesto al paradigma humanitario occidental-, el cual hay que tomar en cuenta si se quiere impactar, de una forma duradera y permanente, en la sociedad y gobierno locales.
Como mencionó la misma Malala Yousafzai en su discurso, “a la hora de promover los derechos de las niñas y las mujeres en el mundo, debemos negociar sin hacer concesiones de nuestros valores primordiales”. La misma lógica debería enmarcar el acercamiento de occidente con la autoridad talibán: sin sacrificar su sistema de valores, debemos encontrar canales de diálogo que les permitan cambiar sus costumbres más problemáticas, mientras mantienen su cultura e ideología particulares.
Por lo tanto, para resolver el problema de las niñas y mujeres en Afganistán no es necesario derrocar a los fundamentalistas en el poder o gestar una nueva intervención militar en el país; la experiencia ha demostrado que eso solo esconde temporalmente las ideologías radicales y genera nuevos problemas en el largo plazo. Tomando el ejemplo del activismo de Malala, lo que hay que hacer es comenzar a entender el pensamiento de los talibán y hablarles desde su idioma. Sólo entonces podremos generar negociaciones que devengan en un cambio verdadero de sus mentalidades extremistas.
Edición: Estefanía Cardeña