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Biodiversidad amenazada

Proteger los recursos hídricos es clave
Foto: Jusaeri

Apareció recientemente un artículo científico, en la reconocida revista Nature y formulado por Catherine A. Sayer y sus colaboradores, que ofrece una información francamente alarmante. Hasta ahora, lo usual ha sido considerar a especies de cuadrúpedos terrestres, o de aves, cuando se trata de diseñar políticas de conservación de la biodiversidad, mientras la atención hacia la protección de ecosistemas acuáticos se basa en factores abióticos, como la contaminación, o las variaciones en factores como la temperatura, acidez, o salinidad. Esta aproximación resulta insuficiente para salvaguardar a las especies que habitan ecosistemas de agua dulce, o para satisfacer las metas de protección de la biodiversidad. Un examen reciente de la evaluación que se realiza para la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN, por sus siglas en inglés) revela que una cuarta parte de las 23 mil 496 especies de crustáceos decápodos (como los cangrejos) peces y odonatos (libélulas, caballitos del diablo o turixes) se encuentran en peligro de extinción.

El artículo en cuestión reconoce la relevancia que tienen los cuadrúpedos terrestres como instrumentos para determinar la priorización de áreas a conservar a partir del énfasis en la riqueza de especies raras o poco frecuentes, y establece también que no son tan útiles para evaluar las necesidades de protección de especies que tienen rangos restringidos de distribución, como las que habitan sistemas de agua dulce, sobre todo a escala local. Se trata de un trabajo que tiene una utilidad fundamental para especialistas dedicados a la conservación de especies y ecosistemas, particularmente a los que realizan análisis de vacíos y diseñan políticas públicas en la materia. Peor es también un artículo que ofrece información que deben conocer los legos interesados en conocer la biodiversidad con la que cohabitamos el planeta, y mejorar las maneras en que nos relacionamos con ella.

Esta información debe hacernos pensar en dos cosas, a cuál más importante. Por un lado, como miembros de una nación cuyo territorio aloja alrededor del 12 por ciento de la biodiversidad mundial, tendríamos que preguntarnos si cumplimos cabalmente con la responsabilidad humana de salvaguardar, de entre ella, la supervivencia de las especies que habitan nuestros cuerpos de agua dulce. Valdría la pena incluso preguntarnos qué porción de esa cuarta parte de organismos en peligro de extinción se encuentra precisamente en los ríos, lagos, lagunas y cenotes de México, en cuáles, y en qué condición se encuentran; es decir, tendríamos que preguntarnos si, como nación, estamos haciendo lo necesario para garantizar que esos cuerpos de agua se encuentran adecuadamente protegidos y cuidados, o si forman parte de esa mayoría de cuencas mexicanas que sufren niveles cada vez más severos de contaminación y deterioro.

Por otra parte, merece la pena reconsiderar el papel que juega la Comisión Nacional del Agua, que formalmente es parte del sector ambiental en el arreglo institucional del poder ejecutivo. A mi parecer, esta inclusión como parte del sector ambiental ha sido siempre asumida un tanto a regañadientes por el gremio tradicionalmente a cargo de la política hídrica de México, y su resistencia se ha mantenido con fuerza gracias a la disparidad presupuestaria justificada porque se piensa al agua como ese “líquido vital” que satisface las necesidades de producción agropecuaria, de la industria extractiva y de transformación, consumo humano directo y vehículo para la disposición de residuos de la vida urbana, de modo que las políticas públicas generadas alrededor del agua enfatizan la construcción de infraestructura – siempre onerosa – y tienden a desatender, o menosprecian, la conservación y manejo del agua en el ambiente, o como hábitat de una importante porción de la biodiversidad nacional.

Desde luego, no quiero decir que se deba dejar de lado la necesidad de satisfacer cabalmente las necesidades sociales del agua. Sería una insensatez pretender que, en aras de conservar el recurso, se restringieran las posibilidades de acceder a él. Pero creo que hay que repensar el paradigma del manejo del agua, que hoy descansa en la conducción artificial de sus flujos y sus ciclos, mediante una concepción convencional que favorece la construcción de estructuras rígidas y el incremento de la utilización de tecnologías novedosas, fundadas en la química y las ciencias de la información. En este sentido, considero que el desarrollo del manejo de los recursos hídricos de la nación debería descansar más en la búsqueda de soluciones basadas en naturaleza.

Para ello, habría que lograr una genuina subordinación de la Comisión Nacional del Agua a su cabeza de sector, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, cosa nada fácil de establecer en tanto sea el tamaño del presupuesto lo que determine la toma de decisiones. En esta época de la vida nacional, tan puesta en la necesidad de cambios, se abre la oportunidad para explorar propuestas que signifiquen genuinas modificaciones, capaces de trastocar el modelo de desarrollo vigente, que a mi juicio ha probado ser insustentable. Por ello, creo que es más que oportuno, necesario, emprender la búsqueda de una nueva vía de desarrollo nacional, que parta de las condiciones ecológicas del territorio, considere como un criterio central el de cuenca hidrográfica, asuma con seriedad el compromiso de la conservación de la biodiversidad en el territorio y enfatice la implementación de soluciones basadas en naturaleza para satisfacer las necesidades de la sociedad nacional. Es momento, por último de dejar de considerar que la construcción de grandes obras para el manejo, conducción y tratamiento del agua es menos costosa que su conservación, evitar su desperdicio a través del uso agropecuario e industrial ineficiente, y ordenar el crecimiento de la infraestructura requerida en función de la disponibilidad, la circulación y la calidad del agua en el territorio nacional.


Edición: Fernando Sierra


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