Opinión
La Jornada Maya
19/01/2025 | Mérida, Yucatán
Este lunes, Donald Trump regresará a la Casa Blanca, investido como presidente de los Estados Unidos. En esta ocasión, el magnate llega sin los cuestionamientos que se dieron en su primera elección, en 2017, especialmente el que se hizo al sistema estadunidense de elección indirecta, según el cual obtuvo la mayoría necesaria de votos en los colegios electorales, pero no el voto popular.
A estas alturas, para nadie debió ser una sorpresa su retorno. El discurso de Trump es uno que halaga a cierto sector del electorado que simpatiza con las políticas de mano dura y a la vez atribuye el declive de las industrias en que Estados Unidos fue líder -como la automotriz o la fabricación de componentes electrónicos -a la competencia desleal por parte de otros países cuya principal ventaja competitiva ha sido la oferta de mano de obra sumamente barata.
Como si no fuera suficiente el apoyo popular, Trump contará en esta ocasión con una Cámara de Representantes dominada por el Partido Republicano, ya de por sí volcado hacia su figura, sino también con una Suprema Corte controlada y que ya desde los últimos días de su primera presidencia dio señales de que está dispuesta a revertir la jurisprudencia que fundamenta algunos derechos, principalmente el de las mujeres al aborto antes de las 12 semanas de embarazo.
El retorno de Trump se percibe como uno más de los signos del retorno de la derecha, y la extrema derecha, al poder en varios países donde en apariencia las libertades civiles habían ganado mucho terreno, especialmente las relativas a los derechos de las mujeres y la población de la diversidad sexual, así como de los migrantes. El magnate obtuvo un apoyo muy fuerte en las urnas precisamente de quienes creen ver en el reconocimiento de las libertades y derechos la degradación del “american way of life”.
En política interior, Trump trae consigo una agenda proteccionista, hostil a la migración, especialmente si ésta proviene del sur del río Bravo. Poco se ha dicho de quienes han llegado a los Estados Unidos desde países asiáticos o europeos, en parte porque son menos en comparación de quienes arriban de América Latina, y por otro lado no se les asocia con el tráfico de drogas hacia ese país, que es el mayor mercado de estupefacientes en el mundo.
Es de esperarse que hoy, durante su
toma de posesión, Trump anuncie
el inicio de deportaciones masivas, del cierre de fronteras y la construcción de más muros. El mundo, sin embargo, ha tenido más tiempo para prever esta situación. Sin embargo, con toda seguridad, los efectos negativos de esta política antimigrantes serán más graves para quienes ya han encontrado un trabajo o podido establecer una residencia en los Estados Unidos. La expectativa es volver a enterarnos de la separación de familias y del establecimiento de campos de concentración de extranjeros indocumentados en estados como Texas; esto antes de la deportación, no al país de origen, sino a México.
Debe reconocerse también que desde México hasta Argentina hay carencias estructurales que han impedido la creación de oportunidades de empleo digno o simplemente de seguridad para millones de personas, las cuales han optado por dirigirse a los Estados Unidos incluso en condiciones más que precarias, como son las caravanas de migrantes, que se atreven a cruzar puntos históricamente riesgosos, como el Darién, o atravesar el territorio mexicano, donde son víctimas de de delincuencia organizada. Es entre estos donde el temor está más que justificado.
La política de deportación masiva afectaría a 3.5 millones de personas de origen mexicano, aunque estos han sido clave para la economía de los Estados Unidos. La situación llama a un gran esfuerzo por parte de la diplomacia mexicana, pero incluso debería darse un llamado al cierre de filas con todos los países latinoamericanos.
Pero el escenario internacional es más complicado, cuando al tema de la migración se agrega el de la imposición unilateral de aranceles, pasando por encima de tratados de libre comercio suscritos por Estados Unidos. El tema pone al centro las relaciones internacionales y el intercambio de mercancías, incluyendo las que se encuentran proscritas en ese país, como lo son varias drogas, pero también la venta indiscriminada de armas a los grupos delincuenciales que operan en las naciones donde se producen o por las que pasan esos estupefacientes. Volver al proteccionismo buscando reducir el tráfico de enervantes puede resultar un duro golpe para la economía estadunidense.
Edición: Fernando Sierra