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La triste historia del cándido Petro y del desalmado Trump

¿Se puede hacer frente a la sinrazón con poesía?
Foto: Efe

Muchos años después, frente a la pantalla de su computadora, el presidente Gustavo Petro recordaría aquella batalla campal entre negros y latinos en los márgenes de Washington. "Me pareció una pendejada, porque deberían unirse". No lo dijo, pero esa barriada era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla del Potomac.


Petro rechazó las condiciones, calificándolas de indignas, e impuso medidas recíprocas, lo que desató una crisis diplomática. Sin embargo, ambas partes alcanzaron rápidamente un acuerdo. Colombia aceptó recibir a los deportados sin restricciones, mientras que Estados Unidos suspendió los aranceles y sanciones, aunque mantuvo ciertas restricciones hasta que se complete el primer vuelo de deportados.


Ese domingo pasado, Petro apostó doble o nada a la diplomacia ”mágica”. Y se quedó con nada. En el clímax de su precoz y fugaz guerra con Donald Trump, publicó un artefacto, más literario que político, en el que evocaba, entre otras cosas, a la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. 

”Colombia es el corazón del mundo… esta es la tierra de las mariposas amarillas, de la belleza de Remedios, pero también de los coroneles Aurelianos Buendía, de los cuales soy uno de ellos, quizás el último”, declamó a teclazos. 

Y vaya que dio en el blanco con la comparación: García Márquez colocó a su coronel Aureliano en 32 batallas en la Guerra de los mil días; todas las perdió. Petro protagonizó una batalla en la Guerra de las ocho horas, y también la perdió. 

No sólo Petro se caracterizó de un personaje, sino que convirtió a su corte en Macondo, con ánimas en pena incluidas. A García Márquez le impuso el papel de Melquíades, quien aun muerto seguía deambulando por la casa de los Buendía, respirando a través de sus pergaminos en sánscrito. 

Quiso hacer frente a la sinrazón con poesía, apagar el fuego con cubetazos de sonetos. Y lo hizo, creo, con la seguridad de no poder lograrlo. Mientras tecleaba su vallenato —"quizás algún día, junto a un trago de whisky que acepto a pesar de mi gastritis, podamos hablar francamente de esto…", Petro añoraba encerrarse en un taller de orfebrería para hacer pescaditos de oro. 

De larva a mariposa amarilla: El colombiano perdió la cabeza con la fatalista seguridad de metamorfearse en el ahogado (político) más hermoso del mundo, que recaló después de la tormenta. No se había dado cuenta, pero aún antes ya habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena…”.

Trump, desalmado, lo manipuló, como a un niño. Apretó los botones precisos, ladró las palabras adecuadas, e hizo a Petro, cándido, responder con ese hígado estragado por el mismo whisky que ahora le provoca gastritis. 

Ahora, en el epílogo de esta triste historia, sufre igual que Aureliano Segundo: "…sintió que las entrañas se le iban a salir por la boca. El mundo era un vapor espeso y nauseabundo, y el ruido de las chicharras taladraba sus sienes como si fueran clavos."

Lea, del mismo autor: Escenas del teatro del absurdo

Edición: Fernando Sierra


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