de

del

Foto: Michael Covian

La identidad de una sociedad se construye y se redefine a lo largo del tiempo a través de sus tradiciones, creencias y prácticas cotidianas. En este proceso, el cuerpo humano juega un papel fundamental, no sólo como un contenedor físico, sino como un vehículo de expresión cultural, simbólica y espiritual. 

En este contexto, la Procesión Guadalupana, una de las manifestaciones religiosas y culturales más importantes en México, emerge como un claro ejemplo de cómo las identidades se construyen y se expresan a través del cuerpo, en un acto colectivo que fusiona devoción religiosa, pertenencia social, memoria histórica y simbolismo visual.

La Virgen de Guadalupe, conocida como Reina de México y Emperatriz de América es símbolo de unidad y figura que trasciende el papel religioso para convertirse en un elemento central de la identidad mexicana. Su imagen, profundamente arraigada en la cultura popular, no solo representa la devoción cristiana, sino que se ha convertido en un ícono de resistencia, mestizaje y pertenencia para millones de mexicanos, tanto dentro como fuera del país. 

La Procesión Guadalupana, celebrada el 12 de diciembre de cada año, se convierte así en un acto donde el cuerpo de los participantes, ya sea en caminatas o danzas, es el medio por el cual se establece una conexión entre lo sagrado y lo cotidiano, lo individual y lo colectivo. El cuerpo se vuelve un vehículo de identidad colectiva, transformándose en una manifestación pública de devoción, orgullo y memoria. Miles de personas, vestidas con colores vivos, banderas, imágenes de la Virgen, y cargando consigo la devoción y la esperanza, se agrupan en una peregrinación que no solo es física, sino también emocional y simbólica. Caminar, cantar y bailar durante la procesión son formas de performatividad que expresan un culto vivido, una experiencia que va más allá de la simple creencia para convertirse en una afirmación de pertenencia a una comunidad.

Uno de los elementos clave en la Procesión Guadalupana es la vestimenta, que no solo refleja la devoción religiosa, sino también el simbolismo que impregna la identidad cultural. Las ropas, los colores, los adornos y las imágenes que los participantes portan son una forma de expresión visible y concreta de su identidad. El rojo, el verde y el blanco predominan en los atuendos, como los colores de la bandera nacional, reforzando el vínculo entre la Virgen de Guadalupe y la nación mexicana. La vestimenta, entonces, no es solo un componente estético, sino un lienzo que conecta con la historia y la identidad nacional.

Es importante resaltar que los cuerpos durante la Procesión Guadalupana no son cuerpos aislados, sino un solo cuerpo colectivo. En este sentido, el cuerpo del peregrino se convierte en un sitio de resistencia y reafirmación en medio de un mundo globalizado, fragmentado en términos de pertenencia cultural. La procesión es así, una forma de recuperar la memoria histórica, una que ha sido transformada a lo largo del tiempo, pero que sigue viva en las calles y en los cuerpos de aquellos que la transitan. Es en el cuerpo donde la memoria resiste al olvido, con colores y vestimentas que comparten una historia común.

La Procesión Guadalupana también visibiliza una de las dinámicas más importantes del uso del cuerpo en la construcción de identidad: la expresión de la devoción y el sacrificio. En muchas ocasiones, los participantes realizan actos de penitencia, como caminar descalzos, cargar pesadas ofrendas o incluso recorrer largas distancias en condiciones extremas. Estos sacrificios físicos son interpretados como una forma de acercarse a lo divino, pero también como una forma de reafirmar la identidad religiosa y cultural, demostrando el compromiso con una tradición que forma parte de la vida cotidiana de millones de personas. El cuerpo, entonces, es el receptáculo donde se concretan esas identidades híbridas, donde las huellas del pasado y las influencias del presente se entrelazan, creando una cultura única que se expresa a través de la religiosidad y la danza. Por eso cada paso, cada ofrenda, cada canción, son manifestaciones de cuerpos en resistencia y reelaboración.

Para muchas personas, el 12 de diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe, es sinónimo de acudir a su santuario más grande en México, la Basílica de Guadalupe. Sin embargo, para otros, como aquellos que recorren los caminos de los municipios hacia la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Mérida, el acto de peregrinar también es una forma de expresar su devoción. Algunas llegan acompañadas por sus familias, otras lo hacen en soledad, pero todas lo hacen con la esperanza de fortalecer vínculos. Estos peregrinos caminan, viajan en bicicleta o se agrupan en convoyes, cada uno con su propia historia que contar, pero todos unidos por su fe en la Virgen de Guadalupe y la afirmación de su identidad. Al concluir, me planteo una reflexión en este mundo cada vez más globalizado: ¿Qué nos enseña este fenómeno sobre la conexión entre tradición, memoria histórica y la construcción de comunidad en el México contemporáneo?

Michael Covián Benites es curador del Museo Regional de Antropología Palacio Cantón, INAH

Coordinadora editorial de la columna: 
María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social del Centro INAH Yucatán

Edición: Emilio Gómez


Lo más reciente

El neoliberalismo y sus falsas promesas

La Resaca 2.0

Normando Medina Castro

El neoliberalismo y sus falsas promesas

Reservas para Pemex, y el país

Editorial

La Jornada Maya

Reservas para Pemex, y el país

Desentrañando una verdadera problemática ambiental

En Yucatán, el debate sobre los recursos hídricos se centra en la contaminación del manto acuífero

La Jornada Maya

Desentrañando una verdadera problemática ambiental

Galardonan a AICM por ser el tercer aeropuerto más puntual a nivel mundial

Francisco Escamilla, oficial mayor de la Semar, expuso que el galardón es resultado de dos años de trabajo

La Jornada

Galardonan a AICM por ser el tercer aeropuerto más puntual a nivel mundial