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Foto: Enrique Osorno

“En Mérida… ¡Oh, qué dicha la de ser extranjero!”, fue la frase que marcó un artículo burlesco publicado en D. Bullebulle, en 1847, en el cual, a lo largo de las cinco páginas de las 15 de que constaba cada edición de ese semanario, el escritor Fabián Carrillo Suaste hace un repaso de cómo la sociedad yucateca de entonces se decantaba por cualquier persona que llegara a la península proveniente de otras latitudes y cómo las familias buscaban hacer negocios y emparentar con estos, así carecieran de talento, oficio o beneficio.

Hábilmente, el autor que entonces firmaba como Nini-Moulin remataba con un asterisco tras el cual se leía “Los extranjeros que por su industria o conocimientos han traído utilidad a nuestro país, no deben mosquearse por el contenido del presente artículo”. Poco sospechaba Carrillo Suaste que eventualmente yucatecos y extranjeros terminarían en varias situaciones de conflicto y que lo que va del presente año ha sido indicativo de una crisis social que todavía no ha alcanzado los niveles de violencia que sí se han dado en otros lugares.

Hagamos también de lado los valores atribuidos a la identidad yucateca, que también han sido promovidos por las élites con fines de vender el estado al turismo y atribuyendo a los habitantes del estado un acendrado sentido de hospitalidad y la amabilidad como características predominantes. Como seres humanos, tenemos virtudes y defectos, pero se ha querido dar la imagen de que cualquiera puede venir y ser bien recibido y aceptado, aunque históricamente existan registros de rivalidades y confrontaciones con los “fuereños” o “huaches”.

Pero en este trimestre, los enfrentamientos que se han difundido a través de las redes sociales no han involucrado a connacionales. Han sido específicamente estadunidenses y canadienses, algunos identificados como “expats” y otros como “snowbirds”; es decir, quienes se han avecindado de manera permanente y disfrutan de su retiro, para lo que han adquirido alguna vivienda en el centro de Mérida, o los que pasan el invierno en una casa rentada ubicada en la costa yucateca. Los insólitos incidentes que se han dado se originan en el desconocimiento de las leyes mexicanas, dando lugar a intentos por privatizar el acceso a las playas, ya sea cerrando los pasos de servidumbre o levantando bardas hasta el punto donde rompen las olas.

Lo cierto es que la tensión existente es resultado del crecimiento desordenado de Mérida, la gentrificación de zonas tradicionales que se han ofertado como turísticas -ya sean pueblo o barrio mágico -y a la falta de atención y respuesta oportuna por parte de las autoridades estatales y federales.

Pero el caso que ha resultado paradigmático es el que involucra a un ciudadano catalán, nacionalizado mexicano, con más de 10 años de residencia en el estado. Ha bastado un estallido de ira en un café en el barrio de San Juan, en Mérida, que incluyó la agresión y amenazas a una empleada del lugar y la destrucción de mobiliario en el mismo, para poner en entredicho todo su trabajo en el ámbito cultural. Cabe mencionar que, una vez aprehendido, surgieron voces señalándolo como oportunista, que aprovecha su calidad de extranjero para obtener recursos, alegando promover la cultura maya; voces a destiempo, porque la credibilidad de este individuo ya ha quedado destruida.

La aprehensión del individuo en cuestión concluyó porque su defensora interpuso el recurso de salida alterna, un beneficio que contempla el Sistema de Justicia Penal Acusatorio para quienes no lo hayan empleado antes; al no haber antecedentes penales, la jueza a cargo del procedimiento carecía de motivo para negarlo. Debe agregarse que si la parte demandante considera que esto es un agravio, puede inconformarse y pedir su revisión al Tribunal Superior. En redes, mientras, el ruido continúa, exigiendo hasta la deportación, algo que le correspondería a las autoridades federales, y prácticamente imposible si se trata de un nacionalizado.


Pero mientras se siguen acumulando tensiones por la pérdida del modo de vida tradicional en Yucatán, a causa del desplazamiento de familias del centro histórico y del encarecimiento de los alquileres en los predios en los que se podía “hacer la temporada” para el verano. Aparte están las quejas contra las fiestas patronales por el uso de pirotecnia y el “ruido”. Si las autoridades continúan ignorando estas señales, podrían darse eventos lamentables.

Lea, de la misma columna: Maíz: rescatarlo de las corporaciones

Edición: Fernando Sierra


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