Opinión
José Díaz Cervera
13/04/2025 | Mérida, Yucatán
Las últimas semanas de las pasadas campañas electorales fueron discursivamente muy interesantes. La oposición dejaba sentir su ansiedad y su impotencia probando diversas opciones ante los dislates de su candidata que fue desmoronándose entre el ridículo y la abyección; el “fenómeno” de la gelatinera que acariciaba la posibilidad de ser presidenta del país no caló entre quienes no eran parte de la parcialidad prianista (ni entre muchos sectores del conservadirismo).
En una especie de desesperada embestida final, se instrumentó el discurso de que la 4T estaba ligada al narcotráfico y que su candidata, la Dra. Sheinbaum, era una mujer fría y sin corazón.
Durante los debates, las respuestas mesuradas y directas de la que hoy es Presidenta de México hicieron creer a algunos (muy pocos, por cierto) que la afirmación de Xóchitl Gálvez era acertada, pero ello sólo revelaba el sentido melodramático con el que ese sector estaba mirando la contienda política.
La verdad (ahora lo vemos claramente a través de las amenazas y bravuconerías de Trump) es que la candidata de Morena y sus aliados se iba rebelando paulatinamente como practicante magistral de la Sofrosine, esa virtud muy cara a la cultura griega que bien pudiera caracterizarse a través de la serenidad y la moderación.
Vale la pena, entonces, que nos preguntemos si el ejercicio de la Sofrosine supone la cancelación de nuestra sensibilidad o la represión de nuestras energías emocionales, lo cual supondría que todos nuestros actos y decisiones se gestionen casi exclusivamente a través de la razón.
Tendríamos entonces que preguntarnos si en la conquista de la sensatez no intervienen nuestros deseos profundos y si para llegar allí no es absolutamente necesaria la energía emocional que supone el amor de una mujer, el cariño por un hijo o la pasión por un ideal.
Propongo entonces que la conquista de la Sofrosine es el resultado de un ejercicio de profunda pasionalidad cuyo objetivo es justamente no permitirnos quedar ciegos ante una pasión.
La pasión es una maravillosa energía ciega, un impulso simultáneamente diabólico y divino.
¿Cuánta pasión llevó a Pasteur a encontrar el principio básico de la vacunación?, ¿cuánta emoción hubo en el corazón de Nikola Tesla para entender la corriente alterna? No todo fue racionalidad.
Es que la pasión humana no se diluye en una especie de marejada emocional; la pasión más poderosa es la que sabe dialogar con la razón y por eso me atrevo a proponer que el más alto ejercicio pasional de un individuo se manifiesta a través del ejercicio del autocontrol: mantener la cabeza fría en una situación límite es la mejor manera de mostrar la pasión que se tiene por la conquista de un bien superior.
Más allá, entonces, de ideologías y preferencias partidistas, lo sucedido durante las campañas y los acontecimientos recientes que parecen ir determinando un nuevo orden mundial y una relación más ríspida con los Estados Unidos, nos permiten ver que la Presidenta del país parece moverse por el mundo con serenidad e inteligencia, algo que sólo se consigue aproximándose con gran pasión a la naturaleza de las cosas, lo que implica una mirada emocional del mundo.
No quisiera caer en el elogio ramplón hacia una persona poderosa. Soy cauteloso, pero también soy poeta y a veces puedo leer lo que sucede en el corazón humano; mi pasión me ha llevado a la cautela y me ha convertido en vidente, como Rimbaud. Jajajajaja…
Edición: Fernando Sierra