Gerardo Jaso
Invierno del 2019. Dos bicicletas, un padre y una hija, alforjas cargadas de sueños y lo indispensable: ropa, herramientas y la certeza de que la aventura no se planifica, se vive. Así recorrimos Uruguay durante 20 días: Punta del Diablo, Cabo Polonio, Rocha y Montevideo nos regalaron paisajes, comida caliente al abrigo del frío austral y, sobre todo, la hospitalidad de su gente. Pero había un encuentro que anhelábamos como quien espera un rayo de luz en la niebla: conocer a José Pepe Mujica, el ex presidente que desafió los cánones del poder.
El camino hacia la sencillez
Nuestra travesía ciclista por la costa uruguaya —desde la frontera con Brasil hasta Montevideo— estaba por terminar. Antes de partir, pedaleamos 17 kilómetros desde el centro de la capital hacia la casa de Mujica. La ruta fue un espejo de su filosofía: empezó en la Rambla, siguió por asfalto, autopistas y, al final, terracería. Como si la tierra misma nos recordara que lo esencial suele esconderse en lo rudimentario.
Foto: Gerardo Jaso
Un letrero desgastado con la palabra "Pare" nos detuvo. Un joven nos informó, con amabilidad típicamente uruguaya: “El señor Mujica está almorzando; cuando él diga, pasan". La espera valió la pena. A las 3:30 de la tarde, un tractor salió de entre los surcos de la milpa. Sobre él, un hombre de 84 años, botas sucias y sonrisa franca: era Pepe Mujica, el mismo que gobernó Uruguay de 2010 a 2015 y que eligió vivir con 10 por ciento de su sueldo presidencial.
Lecciones bajo la sombra de un techito de lamina
Sentados en sillas de plástico —él con su boina, nosotros con la adrenalina a tope—, la charla fluyó como entre viejos amigos. Le regalamos un ejemplar de *Pedro Páramo*; él nos obsequió tiempo. Hablamos de fútbol ("Uruguay es el rey de la Copa América, nos dijo"), de su adolescencia anarquista, de sus días en el sindicato de la carne, “cuando las disputas laborales se resolvían en la jefatura de policía, no en el ministerio del trabajo".
Pero fue en los silencios donde Mujica se reveló. Miraba al horizonte, como buscando palabras en el viento, y entonces soltó verdades como piedras:
"Las repúblicas han sido estafadas. Los presidentes se sienten reyes, piden alfombras y olvidan cómo vive la gente. Hoy la política se mezcla con el dinero, y ahí está el problema. A mí me ven austero y dicen: '¡Oh, qué tipo!', pero no soy yo el raro. Ellos son los extraños".
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La coherencia como revolución
Ese día, Pepe nos enseñó que otro mundo es posible. No con discursos grandilocuentes, sino con el ejemplo de quien cultiva la tierra, rechaza escoltas y habla sin filtros. Un hombre marcado por la lucha por la justicia social, cuya humildad no era pose, sino consecuencia natural de su forma de pensar.
Al despedirnos —él de vuelta al tractor, nosotros a las bicicletas—, llevábamos el alma alimentada. No por la foto con un expresidente, sino por la certeza de que el poder real está en vivir como se piensa. En un planeta donde la política huele a podredumbre, Mujica es un faro. Un recordatorio de que, como escribió Galeano (otro uruguayo imprescindible), "la utopía sirve para caminar".
Hasta siempre, Pepe Mujica.
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