Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
06/07/2025 | Mérida, Yucatán
El periódico es un artefacto arcaico, tal vez, incluso, sin futuro: está destinado a desaparecer. Pero no ahora. Pero no en esta generación. Las noticias que se leen en un periódico impreso han pasado por un tamiz, y eso las diferencia del resto; ese que vaga, huérfano, en las redes.
A veces, el periódico mancha las manos, pero siempre limpia perspectivas. Las líneas que hoy lees son el fruto de un esfuerzo colectivo que se remonta días y que involucra a varias personas. Ellas se fueron a dormir, en la madrugada, murmurando misión cumplida.
Cada noticia involucra un esfuerzo: una persona que le dice a otra persona lo que le está pasando a las personas. Un fotógrafo capaz de capturar un instante que lo dice todo. Un diseñador que hace alquimia con el texto y la imagen. Un voceador que está en el momento y lugar justos. Un gerente que retribuye esos trabajos.
Un periódico es más que papel y tinta: Es una rueda, un arco y flecha; es arcilla y cuña; es una máquina de vapor, una fábrica. Es un reactor atómico. Lo que tienes en las manos es el invento más bello en la historia de la humanidad: son historias, nuestras historias.
Este lunes es, para muchos, un día de fiesta. Cuando los agoreros vaticinaban el fin del periódico impreso, llegó Fabrizio para demostrarnos que no, que el sueño aún estaba vivo y que coleaba. Sin haber leído a Raúl Renán, él nos recordó que ir en contra eleva el espíritu.
Esa llama sigue alumbrando una década después, y en torno a ella nos reunimos para contarnos lo que ha pasado durante el día —en la jornada. Una hoguera que continúa alumbrando, recordándonos que la mejor manera de concluir, y comenzar, es narrándonos el porvenir. Y aquí seguimos, hipnotizados por esa flama.
No ha sido fácil. Tal vez estos diez años han sido unos de los más difíciles para todos nosotros, con pandemias y otros demonios, pero de eso se trata. Leí en una ocasión una metáfora escrita por Fabrizio sobre las cicatrices de la fragua de la redacción, y esa precisamente utilizo para describir esta década.
Todas y todos los que hacen este periódico están intoxicados por esa necesidad primaria que movía a los primeros linotipistas: dar claridad. Ese, si me preguntan, creo que es el motor de todas y todos los que hacen La Jornada Maya: explicar esta confusión, ordenar este caos.
Porque no sólo se trata de informar, sino de entender. De mirar con un poco más de profundidad. De ponerle palabras a lo que muchos sienten pero no siempre saben cómo decir. Esa es, también, la misión de La Jornada Maya: ser brújula, ser espejo, ser archivo vivo del tiempo que nos toca.
En esta década, este periódico no sólo se ha ganado un lugar en el gusto de miles de lectoras y lectores, sino que se ha abierto un espacio definitivo en la historia del periodismo de la Península de Yucatán. No es exagerado decirlo: desde sus primeras ediciones, este proyecto ha sido una anomalía luminosa, una apuesta por el pensamiento largo en tiempos de inmediatez, una defensa frente al ruido, una declaración de principios con cada portada.
Y sin embargo, aún queda mucho por contar. Muchísimas otras historias esperan su turno. Voces que todavía no se han escuchado. Realidades que piden ser nombradas. Las que están por venir, las que apenas comienzan a gestarse en las calles, en los salones de clases, en los sueños de quienes algún día también serán parte de esta redacción.
Porque La Jornada Maya no es solo quienes hoy la escriben, la editan o la imprimen. También son quienes la leerán mañana. Quienes se inspirarán en una crónica, una entrevista, una imagen. Quienes encontrarán en sus páginas una razón para preguntar más, para mirar distinto, para no conformarse.
Este periódico sigue aquí porque no se doblegó. Porque no se vendió. Porque no olvidó que la palabra puede ser también una forma de resistencia. Y porque hay una comunidad detrás —una comunidad que lee, que discute, que comparte— que lo ha sostenido con generosidad y con exigencia. Gracias a ella, sigue.
Fabrizio —que no fundó un periódico, sino un pulso— lo dijo mejor que nadie. Por eso estamos aquí, hipnotizados aún por esa flama que nació hace diez años y que, si cuidamos bien, seguirá alumbrándonos por mucho tiempo más.
Lea, del mismo especial por el 10 aniversario:
Edición: Fernando Sierra