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Diez años después

Décimo aniversario de 'La Jornada Maya'
Foto: Jusaeri

La memoria es una aliada tramposa. Suele hacer que creamos que nos han sucedido cosas que nunca acontecieron, o que pasaron de otra manera; y frecuentemente nos hace pensar que ha pasado menos tiempo del que en realidad ha transcurrido, o al revés. El caso es que ahora mismo no recuerdo si hace en efecto diez años que empecé a enviar colaboraciones a La Jornada Maya, o si ya llevaba un tiempo circulando cuando Andrés Silva Piotrowsky tuvo la generosa idea de invitarme a contribuir con mi opinión a las páginas del diario. De entonces para acá, con intervalos de silencio debidos a razones diversas que no tiene sentido desmenuzar ahora, he procurado generar un par de cuartillas de texto cada semana, acerca de temas de lo más diversos, aunque procuro ceñirme las más de las veces a los más cercanos a la cosa ambiental.

Para mí, ha sido un ejercicio enriquecedor desde muchos puntos de vista. Nunca había tenido la fortuna de participar de manera sistemática en un esfuerzo informativo serio, y esto me ha llevado a terrenos que me han resultado novedosos y frecuentemente retadores. Lo primero que debo destacar es la apuesta de disciplina que implica elegir cada semana un tema que resulte oportuno, desarrollarlo con alguna claridad, y llevar el desarrollo a una conclusión que cierre la idea de manera redonda. Encima hay que hacerlo en no más de 4 mil 500 caracteres. Para alguien que nunca ha sido muy ducho para la síntesis, esto ha resultado ser una tarea formativa, a veces irrealizable.

También he empezado a aprender – con tropiezos – que el buen periodismo reclama objetividad y ánimo crítico, y que el enojo y los juicios de valor no suelen ser amigos de estos rasgos. Hace una década y durante un par de años, esto no resultaba particularmente difícil: desde un medio hecho al pensamiento crítico, e inclinado en lo que entonces era una clara izquierda, resultaba prácticamente automático intentar ser veraz y objetivo, y al hacerlo fustigar las acciones – o la inacción – de un régimen que ya se antojaba en decadencia. Hoy las cosas no resultan tan evidentes. Parece haberse construido una narrativa en la que todo argumento merece una consigna como respuesta; la tónica generalizada es que “todo tiempo pasado fue peor”, de modo que el presente resulta inmune a la crítica; toda crítica se considera oposición, y toda oposición se juzga corrompida, interesada u oligárquica.

La discusión, entendida como la reflexión en común que reconstruye en una pugna dialéctica una realidad percibida desde perspectivas encontradas, parece estarse abandonando. La substituye una propuesta simplista que parte de la idea de que, “como somos más, tenemos razón”. Así, todo lo que contradice o cuestiona los asertos arropados bajo el manto de la mayoría, traducida como “la voz del pueblo”, se convierte automáticamente en una supuesta mentira que solamente pretende favorecer las pretensiones del enemigo explotador. Por eso se puede decir que dar más facultades a las organizaciones castrenses no es militarización, que vigilar y castigar no son rasgos autoritarios, menos autonomía equivale a mayor eficiencia y eficacia, o consultar es dejar decir, pero escuchar no es un requisito consubstancial.

Como quiera que sea, a lo largo de esta década, La Jornada Maya ha permanecido como un espacio que protege concienzudamente el derecho al disenso, donde hemos podido discurrir – es decir, construir discursos, o urdir narrativas – desde la diversidad, en un ambiente de solidaridad, camaradería y sensatez. Esto resulta grato en varios sentidos. En primer lugar, en el sentido de la permanencia: nos sentimos parte de un colectivo que ve en la palabra la mejor de las herramientas, aprecia el pensamiento y antepone siempre la inteligencia por encima de la uniformidad, la complacencia y la aquiescencia obcecada. Pero también resulta gratificante la diversidad de enfoques que encontramos día a día en las páginas de este diario. Desde luego, las noticias tienen un espacio privilegiado, y esto no podría ser de otra manera, tratándose de un informativo periódico. Pero nos encontramos también con visiones enriquecedoras acerca de las expresiones culturales más diversas que se pueden encontrar en la región, el país y otros lares; y el universo de opiniones acerca de los temas que se nos puedan ocurrir – y algunos que nunca se nos ocurrirían – convierten la lectura de este diario en una aventura siempre estimulante.

A pesar de los límites del enfoque regional que a primera vista parecerían ser una restricción para un medio informativo, creo que no resulta aventurado decir que La Jornada Maya es una aportación cotidiana a la trama de informaciones de interés global. A sabiendas de las dificultades y retos que significa la publicación cotidiana de un medio como este, debemos asegurarnos de que continúe saliendo a las redes por mucho tiempo, más allá de esta primera década. El esfuerzo vale la pena.


Edición: Fernando Sierra


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