Opinión
M. Antonieta Saldívar Chávez
06/07/2025 | Mérida, Yucatán
Una década se dice pronto, pero es el fruto de un esfuerzo cotidiano. Diez años de permanencia implican una apuesta sostenida por la libertad de expresión, el ejercicio ético del periodismo y, sobre todo, por el vínculo con sus lectores. En un contexto donde la verdad se disputa y la información circula con vértigo, celebrar diez años de un medio como La Jornada Maya es, sin duda, celebrar una victoria del pensamiento crítico y de la palabra con raíces.
Tuve el privilegio de ver nacer este proyecto. Si la memoria no me engaña, fue en el marco de una edición de la FILEY, en el Centro de Convenciones Siglo XXI. Aquella primera entrega generó entusiasmo: la llegada de un medio con la tradición de La Jornada al sureste del país ofrecía la promesa de tender un puente entre la mirada nacional y las voces regionales, con una sensibilidad atenta a los territorios y sus complejidades.
Desde entonces, La Jornada Maya ha sabido navegar las aguas agitadas del ecosistema mediático actual. En estos tiempos, la prensa escrita no solo debe enfrentar la inmediatez de las redes sociales y la saturación informativa, sino también los desafíos de la sustentabilidad económica, la dispersión de las audiencias y el ruido constante del algoritmo. Hoy los proyectos periodísticos ya no viven únicamente en el papel: deben mantener un equilibrio delicado entre la edición impresa, el portal digital, las redes sociales y la interacción permanente con sus comunidades lectoras.
El periodismo de profundidad —el que apuesta por el contexto, el análisis, la crónica o el reportaje de largo aliento— parece nadar contracorriente en un mundo que privilegia la velocidad por encima de la comprensión. Sin embargo, ahí donde otros ceden a la tentación del titular fácil, La Jornada Maya ha sostenido su vocación: ser un espacio para la reflexión, para las historias que importan, para las preguntas incómodas, para las miradas múltiples.
Lo ha hecho, además, con un sello propio. No se ha limitado a replicar contenidos de la edición nacional, sino que ha construido un rostro peninsular, plural y vibrante. Ha convocado a plumas locales, ha abierto espacio a las voces indígenas, académicas, feministas, comunitarias, científicas y artísticas. Ha tejido, poco a poco, una cartografía diversa de la región. Porque si algo distingue a La Jornada Maya es que ha sabido captar la respiración profunda del territorio.
En lo personal, solo tengo palabras de gratitud. Desde 2020, el diario —gracias a la generosidad de su editor, Andrés Silva— abrió sus páginas al Observatorio Regional de Gobernanza y Políticas Públicas, un esfuerzo interinstitucional entre el CEPHCIS, la ENES UNAM Mérida y el CICY, que surgió en medio de la emergencia sanitaria bajo el nombre Observatorio Regional de Gobernanza y COVID. Desde entonces, cada lunes, la columna Gobernanza y Sociedad ha encontrado en La Jornada Maya un espacio constante, hospitalario y generoso.
Ese espacio se ha convertido en un lugar de encuentro entre la academia y la sociedad. A través de nuestras colaboraciones, hemos buscado contribuir al entendimiento de procesos complejos: la gobernanza como construcción colectiva, como diálogo entre saberes, como capacidad de articular a los distintos actores —gobierno, ciudadanía, empresa, ciencia, comunidades— en la búsqueda de soluciones. Hemos abordado temas tan diversos como la seguridad alimentaria, la participación política, la movilidad, la sostenibilidad, la brecha de género, la educación, la cultura, el pueblo maya y el papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo regional.
En este tiempo de polarizaciones, donde el disenso muchas veces se convierte en antagonismo y el ruido eclipsa a la palabra, resulta imprescindible reconocer el valor de un medio que no ha renunciado al debate informado, a la complejidad y a la escucha. La Jornada Maya ha sabido posicionarse como un faro en el panorama mediático del sureste mexicano. No solo informa: dialoga, construye comunidad, hace memoria.
Celebro con entusiasmo estos primeros 10 años. Y deseo —como quien planta una ceiba para que eche raíces profundas— que venga un futuro promisorio, con nuevas generaciones de lectores, periodistas y articulistas que hagan de este medio un espacio cada vez más plural, riguroso y transformador.
Lea, del mismo especial por el 10 aniversario:
Edición: Fernando Sierra