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Del diario de campo al periódico

Décimo aniversario de 'La Jornada Maya'
Foto: Fernando Eloy

Cuando tenía unos siete años, recuerdo que mi madre veía una telenovela donde la protagonista era periodista. Yo no entendía muy bien qué significaba eso de ser periodista, pero me sonaba sofisticado, interesante… emocionante. Así que, mientras otras niñas soñaban con ser astronautas, maestras o tener muchos bebés, yo decidí que de grande sería periodista. Pensaba que, tal vez, así podría encontrar respuesta a muchas de las preguntas que ya me rondaban la cabeza desde entonces.

Una que recuerdo tener desde muy pequeña era: ¿por qué no todas las personas hablan el mismo idioma? Algo en mi entorno doméstico me hacía intuir que el mundo era más amplio de lo que alcanzaba a ver. Brenda, la joven que trabajaba en casa y aprendía a leer y escribir al mismo tiempo que yo, hablaba también otra lengua, aunque no la compartiera abiertamente. O la abuela de una compañera de Colegio —a quien todos llamaban Nona— que nos ofrecía polenta mientras decía cosas en un idioma que yo no lograba entender del todo, me daban pistas.

Muchos años después, fui encontrando respuestas. Supe, por ejemplo, que millones de personas en México hablan lenguas indígenas como el náhuatl, y que en mi propio estado, Puebla, existía una comunidad llamada Chipilo, formada desde finales del siglo XIX por familias migrantes del Véneto, que aún hoy conservan su lengua y otras tradiciones. Esa diversidad que de niña apenas presentía, se volvió entonces una certeza: vivimos en un país —y en un mundo— donde conviven muchas formas de hablar, de vivir y de entender la realidad. 

Crecí y no me volví periodista, me hice antropóloga; y aquí confesaré que fue en tierras mayas donde la semilla de esta disciplina me fue sembrada. En retrospectiva, creo que fue la mejor manera de seguir alimentando esa misma curiosidad que me acompaña desde niña. Desde ese lugar, el de las preguntas constantes o la profesionalización del chisme como a veces le llamo, he caminado. Algunas las he respondido, otras se han vuelto más complejas, pero en todas ha estado presente el encuentro con otras formas de ser y estar en el mundo.

Cuando después de muchos andares por el estado de Oaxaca llegué a tierras peninsulares como investigadora del Centro INAH Yucatán, La Jornada Maya me abrió una puerta generosa: la de escribir. Comencé a compartir pequeñas historias, hallazgos, dudas y aprendizajes que este territorio me iba regalando. Poco después surgió la posibilidad de crear y coordinar una columna para divulgar, de forma sencilla y cercana, parte del trabajo científico que realizan mis compañeros y compañeras del Centro INAH.

Así nació 'Cauces del tiempo', una columna que, desde Octubre de 2023, se publica cada martes. Como bien saben, en ella compartimos temas de arqueología, historia, antropología social, lingüística, restauración o museografía, pero, sobre todo, compartimos la pasión por entendernos como sociedad y por dar a conocer aquello que hace de Yucatán un lugar tan particular.

Mi deseo siempre ha sido que este espacio sea una invitación. Que cualquier persona —no importa si sabe mucho o poco del tema— pueda asomarse, encontrar algo que le intrigue, que le conmueva o le haga mirar su entorno de otra manera. Pienso, con cariño, en esa niña que fui hojeando revistas como el Reader’s Digest, fascinada por historias lejanas y curiosas. Me ilusiona imaginar que hoy pueda haber niñas leyendo intrigadas sobre huesos hallados en Chichén Itzá, festividades comunitarias, pecios hundidos en las costas donde pasan sus vacaciones, o sobre objetos antiguos que guardan un parecido a los de su propia casa. Solo pensar que una niña del siglo XXI quiera ser antropóloga me llena de emoción. Aunque siempre cabe la posibilidad de termine siendo periodista interesada en los mismos temas y llegue a la antropología como yo al periodismo por sorpresa. Al final, ambos oficios se cruzan en algo esencial: el deseo de buscar historias, contarlas y asombrarse con el mundo.

Desde 'Cauces del tiempo', agradecemos profundamente a La Jornada Maya por este espacio y nos unimos en la enhorabuena por esta década de un periodismo comprometido y honesto al alcance de sus lectores. Gracias por permitirnos sembrar, cada semana, una semilla de conocimiento y de vínculo con la gente. Porque eso también es la antropología: tender puentes, hacer preguntas y compartir lo que vamos encontrando en nuestro camino. Escribir para todo público no es sólo un gesto generoso, sino tarea pendiente para una academia que debe abrirse, dejar a un lado el lenguaje enredado y permitir que el conocimiento circule, se lea, se escuche y se viva fuera de los muros de universidades e institutos. Porque si algo hemos aprendido con ustedes es que entendernos como humanidad también empieza por contarnos mejor.

María del Carmen Castillo Cisneros es antropóloga social del Centro INAH Yucatán y coordinadora de la Columna Cauces del tiempo de la Jornada Maya



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