Opinión
La Jornada Maya
15/07/2025 | Mérida, Yucatán
El tema del fortalecimiento del sistema público de salud en México se ha hecho añejo y ha sido también objeto de constantes críticas y burlas por parte de la oposición al movimiento identificado como la Cuarta Transformación; esto particularmente desde que el ex presidente Andrés Manuel López Obrador proclamó que se tendría un sistema como el de Dinamarca, a inicios de su gobierno, y luego por el enorme desafío que fue la pandemia de Covid-19.
Por supuesto, otros momentos han incrementado la tensión entre opositores y la figura presidencial: la crisis de niños con cáncer en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, la reorganización del modelo de abasto de medicamentos y el enfrentamiento con farmacéuticas y empresas distribuidoras. Entre estas pugnas y la gritería partidista, lo que queda para el usuario de los institutos públicos de salud es la percepción de que todo cambia para empeorar, porque tampoco puede distinguirse el servicio habitual del griterío político.
El riesgo de abordar nuevamente el tema y hacer anuncios, por más benéficos que sean, es el del desgaste. Este martes, la presidenta Claudia Sheinbaum expresó que para fin de año se inaugurarán 19 hospitales y seis clínicas familiares que se encontraban programadas desde el sexenio pasado. Si bien se trata de un mensaje positivo, son obras que ya se encontraban en marcha al inicio de su mandato y cuya conclusión es esperada con ansias por la población derechohabiente.
La percepción de la ciudadanía sigue siendo terreno en disputa. Quienes siguen viendo las mismas (malas) caras en su clínica familiar y esperan meses para recibir atención especializada, difícilmente aceptarán que el sistema ha mejorado a pesar de que en menos de un año ya hay 13 hospitales y ocho clínicas de medicina familiar tanto del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) como del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Fortalecer el sistema público de salud no es solamente construir clínicas y hospitales estratégicamente, en todo el país. Es también dotarlos de equipamiento moderno y acorde a la capacidad de atención proyectada, laboratorios funcionales, insumos básicos que van desde gasas hasta indumentaria para quirófano, pasando por camas y su vestimenta, instrumental quirúrgico, reactivos químicos, y por supuesto, medicamentos.
Que ya se haya adquirido el 96 por ciento de los medicamentos e insumos médicos es una magnífica noticia, pero no es suficiente para acallar el golpeteo político. A la oposición le interesa que se mantenga la percepción de que existe desabasto porque les permite “pintar al león”, que en este caso es el Ejecutivo federal y en específico la Presidenta, como alguien desalmado, incapaz de empatizar con quienes sufren por algún padecimiento o condición. El mejor remedio para esto es garantizar que los medicamentos lleguen a las manos que lo necesitan, en todas las clínicas familiares y hospitales públicos.
Pero también es necesario admitir que el sistema mexicano de salud pública ha estado bajo acecho desde su creación. El chiste de que las siglas IMSS e ISSSTE significan “Importa Madres Su Salud” e “Inútil Solicitar Servicio, Sólo Tramitamos Entierros”, respectivamente, data de mediados del siglo pasado, cuando ambas instituciones fueron creadas, de manera que los intereses tanto políticos como económicos para que ambas sean percibidas como débiles e ineficientes vienen de muy lejos.
La promesa de lanzar en agosto el programa Rutas de la Salud, para que mediante camiones, camionetas y lanchas lleguen los medicamentos “a cada rincón del país”, es esperanzadora, pero si de verdad se quiere ganar en el terreno de la percepción, debe hacerse realidad que las medicinas lleguen a los pacientes que las esperan con ansias.
Edición: Fernando Sierra