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Foto: Gerardo Jaso

El Tren Maya es una de las obras de infraestructura más significativas del presente siglo en México. Es también, a menos de dos años de haber entrado en servicio, una de las que posee mayor potencial en cuanto a contribución al desarrollo regional, gracias a la integración en un circuito de cinco estados del sureste, que también quedaron conectados por vía férrea al centro del país y hacia el océano Pacífico.

Desde el anuncio del inicio de su construcción, la obra ha sido blanco de una amplia variedad de críticas; algunas fundadas y otras de plano carentes de sustento. Una de las primeras es el cuestionamiento al costo total del ferrocarril, aunque también por aquí ha querido sembrarse la idea de que éste ya está concluido y así permanecerá. En realidad apenas ha iniciado un área de servicio, que es la turística, y faltan todavía la de carga y la de cercanías, para las cuales se requiere mayor inversión.

Pero la otra parte de la crítica es la que exige rentabilidad al Tren Maya, y esto viene de personajes cuya actitud es comparable a los cobradores “Gota a gota”, que reclaman el rápido retorno de la inversión y esencialmente se pretende hacer que la empresa funcione con una lógica extractiva y genere ganancias.

La oposición luce impaciente al momento de reclamar “rentabilidad” del Tren Maya. Lo contradictorio es que, si se enfoca en generar ganancias, deja de ser competitiva y hace a un lado su principal objetivo: trasladar personas y carga a un costo accesible por todo su recorrido.


Imaginemos un futuro en el cual el Tren Maya brinda el servicio de carga: si su prioridad fuera generar ganancias, quienes terminarían quejándose de los precios serían los empresarios que podrían obtener ventajas enormes en el traslado de mercancías aprovechando la conexión del Pacífico con el puerto de Progreso, para embarcar centenas de contenedores, o al Caribe, donde sus productos quedarían al alcance de millones de turistas. El propósito es, entonces, crear las condiciones para que personas y artículos atraviesen el sureste mexicano con tarifas competitivas internacionalmente. Si eso se pierde, los perjuicios son para todo el país, comenzando con la iniciativa privada.

Por otro lado, en el mundo, todas las empresas ferroviarias reciben subsidios del Estado. De ahí que las inversiones no se recuperan necesariamente. A diferencia del Sistema Colectivo Metro, que funciona en la Ciudad de México y recibe 20 mil millones de pesos, éste se considera de utilidad pública por la cantidad de personas que lo utilizan diariamente; en el caso del Tren Maya, no se trata solamente de cuántos individuos sino de cuántas empresas podrán abaratar costos. Las subvenciones no debieran poner en riesgo el presupuesto público, por lo que ahí se tendría un punto de rentabilidad.

 Otro punto será cuando se alcance la operación plena, pues ahora lo hace, oficialmente, al 55 por ciento y esto sólo en el rubro turístico. Es necesario, pues, que siga aumentando la flota de trenes. Y entonces podrá verse completamente el valor estratégico de la obra.

Por mucho tiempo se manejó la narrativa de que las empresas públicas eran ineficientes y requerían de grandes subvenciones, y que el Estado debía renunciar a la facultad de manejar un negocio y dejar estos a la iniciativa privada. Es cierto que para principios de la década de 1980 las paraestatales eran de lo más variopintas, pero también que existen grandes presiones económicas para desmantelar todo aquello a lo que el Estado destine recursos, llámese energéticos, comunicaciones, salud y educación. La clave estará entonces en que los campos de acción públicos y privados queden bien delimitados.

Ya no estamos en el porfiriato como para que los ferrocarriles sean empresas privadas. A diferencia de entonces, ningún ente privado se habría animado a construir la infraestructura necesaria y de haberlo hecho, con toda seguridad se habría privilegiado la “eficiencia” y reducción de tiempos de traslado, en lugar de la conexión de poblaciones. Esa es la gran diferencia: en una se beneficia la ganancia, en otra a las personas.

Lea, de la misma columna: Medicinas: el alivio esperado

Edición: Fernando Sierra


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