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Tierra baldía

Como en tantas ocasiones, el vecino fuerte se ha ido apropiando de las tierras de los débiles
Foto: Reuters

No maltraten ni hagan violencia al extranjero, ni al huérfano, ni a la viuda, ni derramen sangre inocente en este lugar. (Jeremías 22:3)
Propuesto en 1942, para recordar a las primeras víctimas de Segunda Guerra Mundial, e instituido en 1953, en el Monte Herzl de Jerusalén, los judíos que se habían trasladado a asentarse en Palestina crearon un memorial para recordar a las víctimas del Holocausto, conocido como Yad Vashem. Ese genocidio perpetrado por los nazis y no abortado por los aliados es otra de esas infamias de las que la humanidad se siente avergonzada, aunque los criminales hayan sido juzgados, en Núremberg, por un Tribunal Militar Internacional su recuerdo persiste, aunque haya quién pretenda olvidarlo o, aún peor, negarlo. Esta abominación fue un parteaguas que propició la aparición de la Declaración de los Derechos Humanos.

Así como no olvidamos la Shoah, no podemos olvidar que, tras más de 21 meses de una guerra salvaje y asimétrica y varios meses de asedio casi total, las personas que sobreviven en la Franja de Gaza necesitan de forma desesperada e inmediata alimentos y suministros básicos como son el agua -las restricciones impuestas por el gobierno israelí se remontan, al menos, a 2023,- y los medicamentos en cantidades que acaben con la emergencia humanitaria en la que, por inacción u omisión, les dejamos morir. También es sine qua non que el atacante respete los derechos que los palestinos poseen por el sólo hecho de ser humanos, que los otros gobiernos los hagan valer haciendo honor a los compromisos adquiridos para garantizar los Derechos Humanos y que los ciudadanos del mundo no olvidemos esa tragedia pues, tarde o temprano, la indecencia de mirar hacia otro lado nos pasará una factura moral, pero quizá, también física. Un tirano, como el premier israelí o cualquiera de la misma calaña, al que no se le pone coto, puede llegar a pensarse omnipotente y aumentar sus ansias de dominación usando las amenazas, el chantaje o la fuerza desmedida.




Tenemos que recordar que, como en tantas ocasiones, el vecino fuerte se ha ido apropiando de las tierras de los débiles. Tras los infaustos hechos del siete de octubre de 2023, esta opresión ha dejado de ser disimulada y los políticos más radicales de Israel no sólo claman venganza, sino también la expulsión de los ciudadanos de Palestina que resisten en sus territorios ancestrales y si no, llanamente, reclaman su exterminio. Palestina es un estado al que Israel no reconoce, como no reconocen otras, casi todas, las resoluciones de la ONU o las de los tribunales internacionales, aunque esos fueron órganos de justicia que persiguieron los crímenes de los nazis contra millones de ciudadanos europeos. En este no reconocimiento se fundamentan sus acciones. Esta violencia incontrolada, disfrazada en el derecho a la legítima defensa, se ceba sobre los civiles más débiles niños de corta edad, enfermos, mujeres y ancianos. Una barbarie que se muestra en las redes, urbi et orbi, amenazante, con gestos no muy distintos a los de otros conquistadores armados con la tecnología punta del momento que se ensañan con pueblos desarmados y atemorizados.

No sólo se les mata con balas y bombas, también se les impide el derecho a explicarlo. Ser comunicador en Gaza o Cisjordania es una profesión de riesgo, ya que desde el inicio del conflicto han muerto 179 periodistas. También se les mata de hambre, se les deshumaniza: no hay derecho a la educación, a la salud, al refugio térmico, -ahora estamos en verano, pero ocurre lo mismo en invierno- y, por último, se les raciona la ayuda alimentaria. Los niños ya no comen pan sino arena. Durante el último mes, una opaca entidad israelo-estadounidense, impuesta por los gobiernos americano e israelí para desplazar a las agencias de la ONU, que opera bajo el nombre de Fundación Humanitaria de Gaza (FGH) ha administrado pequeñas cantidades de ayuda. Una vez más se trata de borrarles las últimas gotas de dignidad: se les cita con el cebo de la comida en sitios seguros y protegidos (sic), mediante una geolocalización, a una hora imposible, se les hace esperar hasta la desesperación y cuando el hambre y la indignación explotan o bien se cierra el reparto o el ejército de ocupación dispara contra la turba, esa masa donde no hay humanos sino un peligro inminente para los cooperantes, aunque esta amenaza venga de gente hambrienta, desarmada, donde hay niños, mujeres y ancianos que son blancos fáciles.

El filósofo A. Margalit sostiene que la memoria, la memoria compartida, no es solo la suma de recuerdos individuales, sino un proyecto ético y social que implica construir y preservar una versión integrada y completa de los hechos relevantes para una comunidad o grupo humano. Para Margalit recordar a alguien es tenerlo en consideración, es cuidarlo. Yo me pregunto -y te pregunto lector- ¿cómo se puede construir la memoria de las gentes que son masacradas? ¿qué recuerdos tendrán, si sobreviven, esos niños hambrientos, sedientos, atemorizados, heridos, sin hermanos, ni padres, ni abuelos, ni amigos? ¿a qué podrán jugar amenazados por las bombas, hacinados en ese campo de concentración encubierto? Muchos morirán de forma anónima y no tendrán lugar en la historia común de los humanos. La activista y pintora mexicana Rosa Borràs y su colectivo se dedican a bordar los nombres de personas desaparecidas por la violencia en México y, también, de los periodistas asesinados en Gaza; su lema es: no se mata la verdad matando periodistas, resume de manera clara y contundente la importancia de construir una memoria colectiva sobre la injusticia. Veo en ello una actitud ética, casi heroica, para preservar la memoria de esas vidas cortadas, arrebatadas de forma abrupta.

Para la mayor parte de la humanidad, la inmensa mayoría de los humanos somos irrelevantes casi todo el tiempo. Creo que hay personas, para nosotros anónimas, como los habitantes de la arrasada Gaza de las que hemos de acordarnos, a cada momento, no acordarnos de ellos como los pobres, los violentados, los desahuciados sino como humanos con nombre e historia para que el olvido no les cause otra muerte, deben tener un nombre y un lugar preferencial en nuestros pensamientos y en nuestra conciencia. Como dice el poeta Mario Benedetti es atroz/ sencillamente atroz/
si es la humanidad la que se encoge de hombros. 

Este sólo es el primer paso, no olvidarles, no dejar que su memoria muera sepultada por las bombas, ni por el silencio e inacción culpable de nuestros gobiernos. Construir un memorial no basta, hemos de detener esta ignominia.
Ulises Cortés. Catedrático de Inteligencia Artificial de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Coordinador Científico del área del Inteligencia Artificial CS@BSC. Miembro del Observatori d’Ètica en Intel·ligència Artificial de Catalunya y del Comitè d’Ètica de la Universitat Politècnica de Catalunya. Es miembro del comité ejecutivo de EurAI. Participante como experto de México en el grupo de trabajo Data Governance de la Alianza Global para la Inteligencia Artificial (GPAI). Doctor Honoris Causa por la Universitat de Girona.


Edición: Estefanía Cardeña


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