Opinión
La Jornada
26/08/2025 | Ciudad de México
Las fuerzas armadas de Israel masacraron ayer a 20 personas, entre las que se encontraban cinco periodistas, en el Hospital Nasser en Jan Yunis, uno de los pocos que mantienen operaciones en la franja de Gaza.
El ejército lamentó “cualquier daño causado a personas no involucradas y que no tiene como objetivo a los periodistas en cuanto tales”, una declaración cargada de cinismo que no puede entenderse sino como una burla del régimen sionista hacia sus víctimas y la comunidad internacional: en los primeros nueve meses desde que Tel Aviv emprendió la limpieza étnica del enclave palestino, ya había asesinado a más periodistas de los que han muerto en cualquier otro conflicto en la historia, incluidos aquellos que se han prolongado por lustros.
Hace apenas dos semanas, cuatro reporteros y dos colaboradores de la cadena catarí Al Jazeera fueron blanco de otro letal ataque israelí, y a la fecha ya van más de 200 comunicadores exterminados por hacer su trabajo.
Es imposible sostener que semejantes cifras de letalidad contra informadores es un “daño colateral”, una expresión de suyo execrable que devalúa la vida humana. Por el contrario, resulta transparente que las fuerzas de ocupación llevan adelante una aniquilación deliberada, planificada y sistemática de periodistas a fin de impedir que el mundo vea en todo su horror el genocidio que lleva a cabo de forma igualmente meticulosa y despiadada.
Al borrar las voces de quienes documentan el mayor crimen del siglo XXI, el primer ministro Benjamin Netanyahu y sus cómplices no sólo atentan contra los propios comunicadores, sus familias y entornos, sino contra el conjunto de la humanidad, a la cual pretenden vedar el conocimiento de hechos que ya conforman uno de los capítulos más oscuros del registro histórico.
Aunque a estas alturas se ha vuelto imposible enlistar todas las atrocidades perpetradas por militares de Israel e incluso por civiles de ese país, como en el caso de los colonos extremistas que ocupan ilegalmente Cisjordania, debe recordarse que en estos momentos mata de desnutrición a los gazatíes en lo que ya es la peor hambruna inducida desde la Segunda Guerra Mundial.
En este exterminio por inanición, se ha llegado a un nivel de sadismo en que no sólo se impide la entrada de víveres: durante el reparto de los escasos alimentos que llegan a la población, los soldados coloniales disparan y bombardean a las personas que se acercan a los puntos de distribución. Como expresó la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (Unrwa), Tel Aviv ha alcanzado la “expresión más obscena de la deshumanización” al convertir en “otra vez” el “nunca más” que se erigió en consigna ética tras el Holocausto.
Si el Estado de Israel es responsable por el asesinato de más de 62 mil personas, casi tres cuartas partes de las cuales eran mujeres, niños y ancianos, no son menos culpables los gobiernos, las corporaciones y medios de comunicación occidentales, sin cuyo financiamiento, escudo diplomático y distorsiones de la verdad que se remontan a 1948 no podría existir el régimen de apartheid que hoy implementa su propia “solución final” contra el pueblo palestino.
Estremece, por ejemplo, que hasta hoy ni Washington, Ottawa o Londres contemplen el establecimiento de sanciones pese a los asesinatos de trabajadores de las agencias The Associated Press (estadunidense) y Reuters (canadiense-británica).
Sin embargo, ni los crímenes de Israel ni los ominosos silencios de sus aliados cambian la verdad: los homicidios en masa con que se busca disfrazar de guerra lo que es desde el principio un genocidio no hacen que éste desaparezca, ni restan culpa a los perpetradores, por más que por ahora su impunidad se encuentre garantizada mediante la complicidad de Occidente.
Edición: Estefanía Cardeña