Opinión
La Jornada
01/09/2025 | Ciudad de México
Una flota compuesta por 37 pequeños barcos zarpó ayer de Barcelona, llevando a bordo a unas 400
personas procedentes de 44 países –entre ellos, México–, con la misión de hacer llegar a los habitantes de Gaza un mensaje de solidaridad y de romper el cerco criminal impuesto por el régimen de Tel Aviv, para matar de hambre a los gazatíes que han logrado sobrevivir a casi dos años de agresiones militares israelíes ininterrumpidas contra la población civil de esa tierra palestina.
Lo más significativo de esta empresa humanitaria pacífica, denominada Global Sumud Flotilla, no es la carga de alimentos y medicinas que va a bordo de las embarcaciones, ni el renombre internacional de algunas de las personas que participan en la travesía, sino el hecho de que se trata del mayor gesto de humanidad de cuantos se han producido hasta ahora para expresar empatía a la población de Gaza y repudio al genocidio que el gobierno israelí está en curso de perpetrar allí con el pretexto de la seguridad nacional, pero con el objetivo inocultable de apoderarse de las tierras y recursos de los palestinos, así sea pasando sobre sus cadáveres.
El mencionado no es, ciertamente, el primero de los intentos humanitarios por romper el bloqueo a Gaza impuesto por Tel Aviv; en diversas ocasiones, organizaciones como Open Arms, World Central Kitchen y la Flotilla de la Libertad enviaron embarcaciones cargadas con ayuda para la población gazatí, y en todos los casos sus tripulantes fueron ilegalmente secuestrados en alta mar por la marina de Israel e impedidos de llegar a su destino.
Lo que distingue la acción actual de las anteriores es el gran número de naves y de personas involucradas y los masivos actos de solidaridad que han recibido en diversos puertos mediterráneos europeos.
Así como la arriesgada y noble misión de la Global Sumud Flotilla es merecedora del reconocimiento, la gratitud y el apoyo de todas las personas de buena voluntad del mundo, resulta por demás vergonzoso que la operación haya debido ser organizada y emprendida desde la sociedad civil, sin que ninguno de los gobiernos que pueden hacerlo –es decir, los de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea– hayan movido un dedo no sólo para obligar al régimen de Tel Aviv a detener su escalada criminal, sino al menos para forzarlo a aceptar que la población palestina de Gaza reciba los alimentos y las medicinas que requiere desesperadamente.
El espectáculo de 2 millones de seres humanos inermes que están siendo masacrados o condenados a la muerte por hambre e insalubridad es un agravio a los más elementales principios civilizatorios, independientemente de ideologías, religiones y posiciones políticas. Por eso, hoy es momento de exigir que los agresores pongan fin a la invasión genocida de Gaza, se retiren de inmediato de esa zona, dejen de violentar la legalidad internacional y acepten la existencia de un Estado palestino soberano junto a Israel, de acuerdo con las resoluciones 242 y 338 de la Organización de Naciones Unidas. Y en lo inmediato, cabe exigirles también, desde luego, que respeten la integridad de quienes han emprendido esta travesía en nombre de la humanidad y les permitan llegar indemnes a su destino.
Edición: Ana Ordaz