Opinión
Julio Hernández López
02/09/2025 | Ciudad de México
Fue un resumen confirmatorio. El tono y el contenido del
primer Informe de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum fueron sobrios, en lo general, con ciertas concesiones oratorias de circunstancia (el fin de la “oscura noche del neoliberalismo”), reiteración de consignas dirigidas a innombrado metiche del norte (las políticas de seguridad se deciden “soberanamente en México”), estadísticas amables en cuanto a la disminución de delitos graves, el obligado guiño a la esperanza (“vamos bien y vamos a ir mejor”) y el refrendo del pacto 4T (“tengan la certeza de que no vamos a traicionar”).
El Informe fue en casa (Palacio Nacional), en familia política (sólo invitados afines) y con aplausos constantes. Mencionó al antecesor y le reconoció méritos. Agradeció a su gabinete, el estricto y el ampliado. Todo transcurrió sin incidentes. La presidenta como figura dominante en un templete de blancura, los invitados despidiéndola con sostenido batir de palmas.
Por un lado, destacó logros y significado de la reforma al
Poder Judicial, en especial por cuanto a la atención que se asegura habrá a los pueblos originarios, a los más necesitados (Hugo Aguilar como temprano boceto de héroe justiciero). Por otro, planteó que el país requiere empresarios más activos, más comprometidos con el Plan México (el cual, ha de suponerse, no forma parte de la noche, sino del brillante día del neoliberalismo).
El día del primer Informe de una presidenta se inició pasadas las 5 de la mañana, con una ceremonia de consagración de bastones de mando en Cuicuilco, el presidente de la Corte acompañado de nuevos ministros y ministras. Habría otra ceremonia, una continuidad vespertina, entre críticas por la utilización de estos procesos rituales para buscar o confirmar legitimidad de procesos de poder político.
Luego, al Senado y, después de las 10 de la noche, la instalación formal de los nuevos juzgadores en sus asientos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Antes de su discurso inaugural, el presidente de ese órgano judicial, Aguilar, había dicho que su gestión no estará regida por el poder ni el dinero, compromiso fuerte que la práctica cotidiana irá precisando en cuanto a cumplimiento.
En San Lázaro, el diputado protegido Sergio Gutiérrez Luna seguía como presidente de la mesa directiva por los desacuerdos morenistas con las propuestas de Acción Nacional para relevarlo: Kenia López Rabadán, la primera carta blanquiazul; después, Margarita Zavala, o Germán Martínez o Federico Döring. Ninguna de esas opciones podría satisfacer al guinda, cuyos sufragios son imprescindibles para alcanzar las dos terceras partes de la votación necesaria (mayoría calificada).
Cinco días es el máximo de prórroga que mantendría a Gutiérrez Luna en el cargo. Ya se verá hacia dónde lleva la morenista reticencia, que no resistencia, pues ahora este término ha sido proclamado como distintivo de uno más de los grotescos intentos (y, este fin de semana, desairado) de vertientes opositoras por crear figuras “presidenciables”, en la especie de estas horas, la titular de la alcaldía Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, Alessandra Rojo de la Vega Piccolo, quien podría darse por bien servida si fuera postulada a la jefatura capitalina de Gobierno.
Desahogado el primer día del mes patrio, toca preparar la difícil reunión con el gran operador del intervencionismo estadunidense: Marco Rubio, secretario de Estado con obsesión por desmantelar, o cuando menos erosionar, gobiernos progresistas o que le parezca tienen este tufo.
Estará este miércoles en México el mencionado Rubio con la intención de firmar un acuerdo sobre seguridad que complazca el plan trumpista de sometimiento que usa el pretexto de castigar sólo a la mitad mexicana de la criminalidad narcotraficante y no a la otra mitad que está en Estados Unidos. ¿Cuánto tendrá que ceder México, expresa o secretamente, para satisfacer la presión vecina? ¡Hasta mañana!