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Más Julietas y menos Romeos

Curiosidades Filosóficas
Foto: UNAM

Elegir qué carrera estudiar —quienes tenemos el privilegio o la suerte de hacerlo— suele ser un acto confuso y, en buena medida, feliz o infelizmente fortuito. En mi caso, en el último año de bachillerato decidí entrar al área de fisicomatemáticas. Lo hice porque mi profesora de física y cálculo me animaba a estudiar alguna ingeniería, y también porque desde ahí podría pasar a un diseño o a una carrera de arte, que era otra de mis opciones. Como parte de las actividades del área, la misma profesora nos llevaba uno o dos jueves al mes al seminario de investigación del Instituto de Materiales de la UNAM, donde ella cursaba su doctorado (nuestra preparatoria quedaba cerca). Allí escuchábamos a investigadores presentar resultados sobre polímeros o semiconductores, y recuerdo hacer reportes con una idea muy vaga de lo poco, casi nada, que entendía, con tal de obtener un punto extra en mi calificación. Lo más atractivo del seminario, debo admitir, era el café con donas que nos ofrecían.

Pero un jueves llegó Julieta Fierro a dar una charla sobre el origen del universo e hizo lo suyo. Si bien ya era una investigadora y divulgadora bastante conocida, yo nunca la había visto en vivo. Explicó el efecto Doppler atando un reloj a una cuerda, haciéndolo girar por los aires y, a partir de ese sencillo experimento, nos condujo hasta el Big Bang. Eso es lo que recuerdo. Salí pensando que yo quería saber e investigar sobre el tema y, después de muchas dudas y vacilaciones, ingresé en la Facultad de Ciencias de la UNAM para estudiar Física, con la idea de luego especializarme en Astronomía o Astrofísica. En el camino, otras contingencias, como la maravillosa influencia del profesor Pepe Marquina, me llevaron a la filosofía de la física y de la ciencia. Pero aun mi tesis de licenciatura trató sobre la transición de la astronomía ptolemaica a la copernicana desde un punto de vista filosófico, y Julieta participó como mi sinodal. Tenía un carácter explosivo e irreverente que a veces desconcertaba, pero era siempre amable y generosa.

Sin embargo, no tomé una conciencia clara de la figura inspiradora que fue en mí, hasta que el movimiento feminista puso en el debate público la falta de mujeres en ciencia y, en particular, en física. En la época teníamos normalizado que hubiera solo un par de mujeres en salones de más de veinte estudiantes, que algunos profesores hicieran comentarios de sospecha sobre las mujeres siendo físicas, o que de plano descalificaran las dudas de alguna como “intuiciones de ama de casa” (que por cierto suelen tener buenas intuiciones). No pasaba de que entre nosotras y nosotros nos pasáramos tips de con qué profesor no era recomendable tomar materias. Fue solo cuando estas actitudes se visibilizaron y denunciaron públicamente que caí en cuenta de lo crucial que había sido esa charla de Julieta y su papel en la ciencia mexicana para mí.

De hecho, me atrevo a decir que la influencia que Julieta ejerció durante varias décadas en muchas de nosotras, en una disciplina tan masculinizada, tuvo gran relevancia privada y pública. En los últimos tiempos ella misma habló sobre cómo se abrió camino en un mundo en el que en los observatorios astronómicos solo había baños para hombres, y cómo valientemente desafió la expectativa de que su proyecto más importante debía ser el matrimonio y la vida familiar. 

 Además, combatió ese tono elitista en el que las mal llamadas “ciencias duras” solo son para genios o para algunos cuantos, ambiente que dominaba socialmente, pero también dentro de la facultad. Nos enseñó que la física no es algo de mentes extraordinarias y excepcionales, sino simplemente de personas curiosas e incluso divertidas. Lo hacía con muchísima imaginación y despreocupada por formas y protocolos. Lo mismo usaba discos, relojes, máquinas de burbujas o cualquier otro objeto del que echaba mano con creatividad para ilustrar los comportamientos astronómicos y físicos, que se subía a los escritorios, corría o brincaba por los escenarios para dar cuenta del fenómeno en cuestión. En definitiva, peleó por una plena democratización de la ciencia. Ojalá que en el futuro encontremos más Julietas y menos Romeos. 

*Profesora del Departamento de filosofía de la Universidad de Guadalajara




Edición: Estefanía Cardeña


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