de

del

Nudos informativos

Memoria hemerográfica
Foto: Facsímil

Como toda conmoción profunda de la vida nacional, el movimiento estudiantil del 68 mexicano sugiere nociones recurrentes que, aun convirtiéndose en lugares comunes, acogen certezas de peso específico. Una de ellas realza el papel de los medios informativos en el registro de los hechos que marcaron el conflicto, mediante notas afines a las versiones oficiales, distorsionadas de antemano. Por ello el enunciado “prensa vendida” figuró con mucha frecuencia en pancartas y lemas que los jóvenes suscribieron.

Pocos órganos periodísticos se mostraron empáticos con las demandas estudiantiles, y sólo algunos encarnaron voces disidentes con ánimo de desafiar la rigidez del viejo régimen presidencialista que caracterizó el brote de inconformidad como una conspiración movida por fuerzas externas para impedir el lucimiento de los Juegos Olímpicos a celebrarse próximamente en el país. Cuando un impulso renovador es juzgado anomalía, pasa a ser reprimido sin demora bajo esa lógica retorcida.

Dada la relación viciada entre el Estado y las empresas periodísticas de entonces, el tratamiento servil hacia la figura presidencial era previsible. En cambio, las consignas hostiles a la prensa resonaron con fuerza durante las marchas que en cierto modo reflejaron el sentir de otros sectores ciudadanos. Sin embargo, es preciso fijar matices en aquel universo impreso porque, en efecto, las excepciones a esa tendencia merecen reconocerse.

Tenía meses de haberse dejado de editar la revista Política, pues su crítica frontal al gobierno la puso en posición difícil a grado tal que su ex director Manuel Marcué Pardiñas fue aprehendido bajo el falso cargo de instigar el movimiento: permaneció como uno de los muchos presos políticos que se sumaron a los recluidos como castigo por haber enarbolado reivindicaciones gremiales al modo de los ferrocarrileros a fines del decenio anterior, y que sólo obtuvieron su libertad años después. Excélsior comenzó a mostrar apertura con la llegada de Julio Scherer García a su dirección en septiembre de 1968. El semanario Siempre! –con su suplemento La Cultura en México– y la revista Por Qué?, dirigida por Mario Renato Menéndez Rodríguez, se situaron entre los medios de criterio más objetivo.

La campaña de descrédito contó así con un bloque casi homogéneo dispuesto a propagar las versiones sesgadas que fijaban las autoridades, frente a las de los estudiantes que sólo disponían del recurso de sus brigadas informativas, de la distribución de volantes y de la solidaridad de vecinos que les concedieron refugio cuando el despliegue represivo se agudizó, a más de las escasas publicaciones periódicas que no se plegaron a los caprichos del poder.

Carlos Monsiváis, cronista de acontecimientos sórdidos y de encuentros festivos, traza el contexto general de las dramáticas jornadas de la época, y particularmente la del día que siguió a la concentración en la Plaza de las Tres Culturas: “El 3 de octubre de 1968 el gobierno aclara su verdadero principio de autoridad: la garantía de la conducta impune. La censura avasalla a los medios informativos: hay intimidaciones, sobornos y amenazas; […] los agentes judiciales decomisan fotos en los periódicos y los films de que se tienen noticia.” 

La responsabilidad ética que varios intelectuales asumieron ante el uso de las armas para cortar de raíz una conjura inexistente se manifestó en acciones como la renuncia de Octavio Paz a su cargo de embajador de México en la India, y el manifiesto de protesta que, con motivo de la matanza, Juan García Ponce, Nancy Cárdenas y Héctor Valdés entregaron a Excélsior, por el que fueron detenidos de manera arbitraria. El escrito iba en nombre de la Asamblea de Intelectuales, Escritores y Artistas en apoyo del Movimiento Estudiantil, constituida en agosto y de la que formaron parte también Juan Rulfo, José Revueltas, Jaime Augusto Shelley, René Villanueva, Manuel Felguérez, Jorge Mondragón y Carlos Monsiváis. Julio Scherer logró liberarlos unas horas después tras realizar gestiones en la procuraduría; el texto se publicó al día siguiente.

Las oficinas de Excélsior fueron atacadas con bombas el 18 de septiembre de 1969, casi a un año de los sucesos luctuosos de Tlatelolco. También hubo explosiones en los edificios de otros rotativos. El jefe del Estado Mayor Presidencial ordenó las detonaciones, de acuerdo con la revelación póstuma del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional durante el gobierno de Díaz Ordaz. Dicho funcionario había traído asesores estadunidenses para entrenar a su personal en el manejo de explosivos. Aunque no causaron pérdida de vidas, el origen de los atentados permaneció oculto durante mucho tiempo y se liga con la ofensiva en contra de los estudiantes, ya que representan una misma táctica para intimidar a la ciudadanía, mostrando la impunidad del aparato represivo de Estado.

Al paso de duras pruebas la sociedad civil fue ganando espacios a partir de entonces, y aunque la prensa venal no ha desaparecido del todo, coexiste con medios de vocación independiente y con otros que disfrazan sus propósitos sin lograr convencimiento en el público, por lo menos con el que forja sus señas de identidad en el pensamiento crítico y no en las inercias de la penumbra ideológica.


Lea, del mismo autor: Puentes generacionales

Edición: Fernando Sierra


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