Opinión
La Jornada Maya
19/10/2025 | Mérida, Yucatán
Sara Esperanza Sanz Reyes
Uno de los aspectos más alarmantes que emergieron tras el ataque en el CCH Sur fue el hallazgo de la vinculación del agresor con
comunidades virtuales del movimiento “incel” (involuntary celibate), caracterizadas por un discurso misógino y de odio hacia las mujeres. Investigaciones periodísticas revelaron que el joven participaba en foros donde se exaltaban narrativas violentas contra el feminismo y se promovía la idea de que los varones son víctimas de una “opresión femenina” en la sociedad moderna (
El País, 2025). Este dato obliga a mirar el problema no solo como un caso individual, sino como un síntoma de una violencia de género estructural que se infiltra también en los espacios educativos.
La presencia de discursos de odio, humillación o burla hacia las mujeres en entornos universitarios plantea un desafío urgente para la gobernanza académica: fortalecer las políticas de igualdad sustantiva, prevención de violencia digital y formación en masculinidades no violentas. En el contexto universitario, esto implica ir más allá de la sanción y trabajar en la transformación cultural profunda que propone la Cultura de Paz, entendida por la UNESCO (1999) como un proceso educativo y ético que fomenta el respeto, la equidad y la convivencia pacífica.
Ante estos hechos, la UNAM ha respondido reconociendo que la violencia no puede verse como un incidente aislado. En octubre de 2025 se anunció el programa “Cultura de Paz: un semillero universitario”, una estrategia que busca promover valores como justicia, inclusión, respeto mutuo, sostenibilidad y cooperación entre estudiantes, profesores y trabajadores universitarios (UNAM, 2025). Se firmó un Acuerdo para crear el Programa Universitario de Cultura de Paz y Erradicación de las Violencias. Este programa se enmarca en una reflexión más amplia: la universidad no puede permanecer neutral ante la escalada de violencia, los extremismos, los discursos autoritarios, ni ante cualquier forma de discriminación o violencia política, de género o social.
Para que la cultura de paz no sea sólo un lema, se requieren mecanismos de gobernanza universitaria sólidos. Esto implica: protocolos claros y efectivos de seguridad (Publimetro, 2025), transparencia y participación de la comunidad universitaria, atención psicológica continua, la UNAM anunció la ampliación de su programa ESPORA y otros mecanismos de apoyo psicosocial (UNAM Global, 2025), rendición de cuentas y sanciones justas y una formación integral (IMER, 2025), en valores, género, diversidad, ética, conflictividad no violenta; con espacios de reflexión, talleres y capacitación para estudiantes y personal académico. La cultura de paz debe estar presente en la currícula y en la vida universitaria diaria.
En la ENES Mérida, como parte de la asignatura Cultura de la paz y no violencia procuramos generar diálogos profundos sobre conflictos contemporáneos a través de conferencias sobre la construcción de la paz en Sudáfrica, en Colombia, en México y Mérida con la participación de Haciendo Ciudad A.C. y el Foro sobre Paz y gestión artístico-cultural en el México contemporáneo, encuentro programado para el 24 de octubre que pondrá en diálogo a estudiantes de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales de la ENES Mérida y León. Adoptar la cultura de paz como eje rector, acompañada de una gobernanza universitaria participativa, transparente y efectiva, es imprescindible para recuperar la confianza y el sentido de comunidad universitaria, donde la vida, la dignidad y el respeto sean el centro del aprendizaje.
Edición: Fernando Sierra