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Novelar los recuerdos: La memoria de las escamas

Una novela rica en particularidades históricas, entre ellas, estar ambientada en la República de Yucatán
Foto: Facsímil

Conocí a María Elena Ponce hace varios años. Fue en un pequeño café meridano con aires de boulangerie francesa donde impartí, durante breve tiempo, un taller de narrativa. Allí, entre el aroma de los capuchinos y el dulzor de los profiteroles, Mayo (así es como la conocen sus amigos) soltó una tarde, de golpe y porrazo, que había venido porque “necesitaba escribir una novela relacionada con la historia de su familia”. No dijo que pretendía escribir, expresión verbal que suelen utilizar los narradores noveles cuando se acercan al mundo de las letras; ella utilizó desde el principio el verbo necesitar. Acto seguido, con una seguridad que en ese momento me pareció insólita, pero que después entendí como una característica natural de su personalidad, Mayo agregó que le urgía “narrar, contar, dotar de vida a sus personajes”.

“Llevo mucho tiempo con esas voces en mente. Lo único que deseo es aclarar mis ideas antes de sentarme a trabajar frente a la pantalla de la computadora”, remató. 

En ese momento, cómo olvidarlo, me vinieron a la cabeza las palabras del escritor finlandés Mika Waltari, a propósito de Sinuhé el egipcio, la célebre novela que lo catapultó a la fama. Decía el hombre que, antes de escribirla, soñaba a diario con faraones, egipcios, camellos y desiertos. Y que cada día, al despertar, le parecía escuchar voces que le dictaban los capítulos.
   
Cuento lo anterior porque estoy seguro de que, al igual que a Mika Waltari, a Mayo los “personajes que la atormentaban en sueños reclamando su espacio en un papel” (estas son palabras de ella), no cesaron de acosarla sino hasta el momento en que puso punto final a La memoria de las escamas, su ópera prima, novela publicada recientemente por la editorial Gato Blanco.     

Narrada a través de las voces de tres mujeres muy diferentes entre sí – Mamá Fau, Ofelia y Tut - pero fuertemente unidas por las circunstancias que les tocó vivir, esta historia, que transcurre en la península de Yucatán durante el siglo pasado, cuenta, entre otras cosas, cómo aquellas familias pudientes que habían fincado su futuro en la prosperidad de las haciendas henequeneras tuvieron que adaptarse a los cambios que trajo consigo la revolución mexicana con tal de conservar sus privilegios.

A caballo entre la novela histórica y la crónica personal, La memoria de las escamas deslumbra por algunos pasajes brillantes que vale la pena leer y releer para disfrutar de sus imágenes y entender el papel crucial que jugaron las mujeres en este periodo de transición en el sureste de México. Para muestra, un botón:

“He tirado un incómodo y maltrecho corsé a la basura. ¡Todo un atrevimiento para una pueblerina como yo! Mi enmarañada cabellera, suplicio de tiempos pasados, luce un moderno corte a la altura de mis orejas. La moda añorada por las mujeres que tanto disgustaba a mi madre había llegado gracias a las necesidades prácticas de vestimenta femenina que provocó la guerra en Europa. Comodidad y sencillez que deseé toda mi juventud.” 
 
Escrita con la técnica de las cajas chinas, en la que la historia principal contiene otras historias, La memoria de las escamas comienza en el año 2011 cuando Marlene, la única sobreviviente de aquella estirpe, mientras agoniza en una cama de su hogar, empieza a recibir de aquel trío de féminas, recuerdos y retazos de sus vidas. Es entonces cuando, guiada por el afán de inmortalizar sus biografías, exige a la enfermera Sofía que escriba. 
 
“Necesito que me ayudes antes de que los gusanos me encuentren. ¡Cierra la bocota y escucha! Mis amigas difuntas me andan buscando en las madrugadas, es cuando las escucho mejor. Se petatearon hace mucho y me quieren contar sus secretos. ¡Imagínate! Que yo los escriba. Con esta artritis, ¡imposible! Tú serás mis manos. Tengo prisa por morirme. Te pagaré extra la chamba nocturna”.
 
De esta manera, como si se tratase de un enorme rompecabezas de los que exigen total atención para armarlos, da inicio la novela.  Escuchamos entonces a Mamá Fau, la gran protagonista, una mujer sensible, acostumbrada a hacer su voluntad, adelantada a su tiempo, educada en Europa y que alguna vez pretendió dedicarse a la medicina; a Ofelia, esa hija de españoles venida a menos que a pesar de saberse en desventaja, acepta con dignidad mantenerse virgen y convertirse en dama de compañía de mamá Fau; y finalmente a Tut, curioso personaje femenino que observa todo con agudeza pero que se adapta con rapidez a las circunstancias.
 
Mención aparte merece Xerom, la jovencita maya que encuentra en la mansión citadina de mamá Fau la posibilidad de ser aceptada con sus diferencias. Conmueven sobre manera las descripciones de los horrores vividos por Xerom en la hacienda henequenera antes de su arribo al refugio seguro que representa para ella la casona de Mamá Fau.  
 
“Xerom está bien amarrada, sentada en su banquillo. Siente como hormiguitas en la mano el brazo entumido. Le duele, pero eso no le impide hacer bien su trabajo. El sudor se le resbala por los cachetes y el pelo. Zarandea el huipil con una mano, lo trae todito pegado al cuerpo. Saca la lengua y recoge las últimas lágrimas. Saben a olvido. Con el brazo libre se limpia los mocos: arrolla su tristeza y la mete al tambor de la basura. La soga es larga”.     
 
La memoria de las escamas, hay que decirlo, es una novela rica en particularidades históricas cuidadosamente documentadas, ambientadas claramente en la capital de la República de Yucatán y sus alrededores. La fascinación que produce en el lector es causada, más que por la vivacidad y tensión de la narración o la fiel reconstrucción del contexto histórico, por el profundo sentimiento de humanidad, acompañado de una ligera ironía, que caracteriza el actuar de sus protagonistas.
   
Con la ayuda de la agonizante Marlene y a través de monólogos interiores, flujos de pensamientos, diálogos intensos y vocablos mayas, Mamá Fau, Ofelia y la misteriosa Tut construyen un universo de remembranzas que, como en un juego de espejos, son las mismas que le han sido dictadas a María Elena Ponce por sus antepasados. Celebro que todas estas mujeres, sobre todo la autora, hayan tenido el buen tino de registrarlas y traerlas al mundo a través de esta novela.         
Lea, del mismo autor: Una mujer en campaña permanente

Edición: Fernando Sierra


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