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El lustro del desconsuelo

La COP deja un sabor a fracaso y desconsuelo
Foto: Ap

En mi contribución anterior, me preguntaba si lo que había en el fondo de la urna de Pandora era la esperanza, o la incertidumbre, y me quedé con que tendría que ser lo segundo, porque la única certeza a la que podemos aspirar en la circunstancia de hoy es la desesperanza. Prefiero conservar la duda, y continuar entonces una vista con cierto sentido. Después, alentado por la presentación de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas “3.0” que presentó la secretaria Bárcena en Belem, y sobre todo por la forma en que lo hizo, dejando claro que de seguir las cosas por el rumbo que han tomado en nuestro país, será imposible cumplir con ellas, me pareció que lo que ahora toca es analizar las vías a través de las cuales puede resultar más eficaz instrumentarlas. Los resultados de la COP me hacen dudar que la cosa resulte tan simple.

Una vez más, esta COP nos ha dejado con un sabor a fracaso. No parece haber una vía que convoque la voluntad global para hacer lo que se tiene que hacer para evitar que siga aumentando la temperatura del planeta, y ya son pocos los que piensan que sea posible evitar que suba más de 1.5°C antes de que transcurran los próximos cinco años. En los modelos que se elaboran para intentar, si no predecir, proponer escenarios que ilustren lo que se puede esperar en materia de clima, suponiendo diferentes vías de acción, se incluye siempre uno que define lo que sucederá si se siguen haciendo las cosas igual que hasta ahora: el escenario conocido como BAU (Business as Usual). Negociaciones van y vienen, se manifiestas los pueblos originarios, algunos países prometen contribuir con recursos (muy por debajo de las monstruosas cantidades requeridas), los negacionistas continúan obcecados a pesar de la abrumadora cantidad de evidencias; y al final del día, el mundo opta por mantener el rumbo que ha seguido al menos desde la revolución industrial: Business as Usual, BAU, ya habrá tiempo después para arrepentirnos, si es que las predicciones de quienes ahora son injustamente considerados profetas de la catástrofe se van cumpliendo.

Creo que todos sabemos, al menos en nuestro fuero interno, que el curso que ha elegido la humanidad no es sustentable, y que el plazo para que resulte insostenible es ya muy breve. Como me cuento entre los optimistas irreductibles, considero que todavía estamos a tiempo de cambiar el curso de las cosas, pero, para hacerlo, habría que cumplir una serie de condiciones que hoy se consideran inalcanzables. Sé que proponer algo que se aproxime a la vía alterna de apropiación de la naturaleza que permita a nuestra especie hacerlo de manera que se aproxime a la sustentabilidad será considerado por unos como ingenuo, quizá incluso irrealizable, o cuando menos utópico por otros. Cada vez estoy más convencido de que nos hace falta mucha ingenuidad para encontrar caminos de supervivencia y convivencia; y nos urge recuperar la tentación de proponer utopías, abrazarlas y perseguirlas, aún a sabiendas de que resultan espejismos inalcanzables.

Si se continúa buscando la reacción ante la emergencia climática en un reacomodo de las piezas convencionales del quehacer humano (más o menos combustibles fósiles, más o menos tierras agropecuarias, más o menos industria, más o menos plásticos, y un largo etcétera de estiras y aflojas) serán los más poderosos quienes determinen el curso a seguir. Y como, para seguir siendo los más poderosos, tienen que continuar siendo quienes más energía generen y consuman, más satisfactores cultiven o construyan, más armamento posean y empleen (y cuanto más masivamente destructivo, mejor), seguiremos como especie encaminándonos – si no a la extinción – sí al empobrecimiento y la decadencia. Cada vez será más difícil satisfacer las necesidades más básicas de cada vez más gente, y menudearán las guerras y la violencia indiscriminada. La educación, la salud y la solidaridad serán bienes cada vez más escasos e inasequibles.

Continuar COP tras COP revisitando las mismas discusiones no parece la vía más apropiada para romper el impasse en que actualmente se encuentran las naciones del mundo, y que contribuye únicamente a la diversión y la socarronería de los poderosos negacionistas. Habría que empezar por fortalecer las instituciones multilaterales, de manera que sus resoluciones y recomendaciones fuesen vinculantes para los gobiernos tanto nacionales como subnacionales, peor incluso esto no resultará suficiente. Habremos de reconocer que la narrativa convencional de la economía política – de todo sesgo y color – no sirve ya para proponer soluciones a los problemas generados por las transformaciones ambientales que han devenido en la crisis climática antropogénica. A medida que pasan los años, se encogen las oportunidades para que los cambios requeridos se sucedan con cierta gradualidad, y las condiciones irán exigiendo decisiones que pueden resultar dolorosas cuando no catastróficas para le bienestar de los pueblos.

En un intervalo muy breve, antes de que el planeta tome decisiones por nosotros, y continúe su existencia sin la contribución de nuestra especie, tendremos que construir una narrativa muy distinta, que parta de una economía política basada en el manejo sustentable y socialmente relevante de los bienes en propiedad común; una forma de producir y consumir que desprecie la propiedad privada y el dinero como pilares del quehacer económico, y una búsqueda de formas y relaciones de producción basadas en la naturaleza, que pongan además la dignidad y el bienestar de las personas por encima de cualquier otra consideración. Hemos puesto – quizá arbitrariamente – un límite al reloj de la crisis climática en el año 2030. Si no somos capaces de lograr construir una utopía en ese intervalo, nos quedarán solamente cinco años de frustración y desconsuelo. No permitamos que suceda.

Lea, del mismo autor: LA COP-30, o la esperanza

Edición: Fernando Sierra


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