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Pablo A. Cicero
Foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Viernes 21 de octubre, 2016

Un trovador que entra a regañadientes al olimpo de las letras —Dylan. Una bailarina que se convierte en violonchelo —Elisa Carrillo. La belleza que transita por inverosímiles brechas. Tenía, más o menos, treinta y dos años. Bach llevaba un luto extraño en aquella vida cortesana de Köthen; compuso con frenesí, en hojas que bailaban en lo efímero. La pena lo carcomía, pero, irónicamente, su música reflejaba lo contrario. Encontró refugio en Anna Magdalena, quien rescató las partituras de su atribulado esposo y las copió a la luz de las velas.

Era 1717, y las notas en las que se les fue la vista a la joven se convirtieron en las Suites Orquestales, las Seis Partitas para violín y las Seis Suites para cello solo. Estas obras han amansado a las bestias que al fin y al cabo somos durante tres siglos. Y contando. No pasan de moda. Van adaptándose a los tiempos y a sus hombres. En 2007, el director catalán Pere Portabella, presentó «El silencio antes de Bach», un caleidoscopio de escenas con fragmentos de la vida de Juan Sebastián que se encadenan con belleza indescriptible con escenas de nuestra cotidianidad.

Un vagón de metro, ocupado únicamente por chelistas, iluminan con su música la oscuridad de los túneles; el sonido vence la claustrofobia. Interpretan Suite para violonchelo n.º 1 en sol mayor. La belleza, sostengo, transita por inverosímiles brechas; allana y hace menos pedregoso el camino al cielo o al infierno. Otro español, el coreógrafo Nacho Duato, dio una vuelta de tuerca, y transformó a una bailarina en un violonchelo. Al ver «Multiplicidad de formas del silencio y del vacío» nos es fácil imaginarnos a Bach danzando con el instrumento con cuyas cuerdas hizo —y hace— vibrar armas.

Los protagonistas de esta pieza son Elisa y su esposo, Mijail Kaniskin, que anoche se presentaron en el teatro Peón Contreras. La música no se traduce, ya que todos la entendemos; se interpreta. Gracias a Elisa y a Mijail los sordos pueden entender lo que nos embarga al escuchar lo compuesto hace trescientos años. La presentación de la prima ballena del Staatsballet Berlín no se redujo a «Multiplicidad de formas del silencio y del vacío», aunque con sólo eso nos hubiera bastado. Bailó, de nuevo con Kaniskin, un fado que nos transportó a los poemas de Pessoa —todos los escritos, de todos sus heterónimos— y otras dos piezas más.

Esposa y esposo estuvieron acompañados por otros seis bailarines, que ejecutaban movimientos increíbles, contra toda lógica y ley de física. Y, además, bello. Muchos de los que atiborraron el teatro no sabían ni papa de ballet. Cansados de la jornada, esclavos al celular que se iluminaba cuando las luces se apagaban, poco a poco se embriagaron de ese arte que no entendían. Tanto que las ganas los empujaron a gritar y a aplaudir cada momento. Así lo vi. Así me vieron. Al fin y al cabo, un trovador que entra a regañadientes al olimpo de las letras.

Mérida, Yucatán


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