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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Martes 13 de septiembre, 2016

“Él se encontraba sentado en un automóvil con el cristal de la ventanilla bajado. Ella se acercó corriendo, echó la gasolina a través del hueco de la ventanilla y encendió una cerilla. Fue cuestión de segundos. Las llamas prendieron en el acto. Él se retorcía de dolor mientras ella oía sus gritos de horror y sufrimiento. Percibió el olor de la carne quemada y otro más intenso, a plástico y espuma, producido por los asientos, que se estaban carbonizando”.

Así se describe en la novela [i]La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina[/i], la venganza de la protagonista. Ella, entonces, era sólo una niña, de seis, siete años. El hombre al que quema es su padre. Esta novela es la segunda entrega de tres de una serie escrita por Stieg Larsson. Este periodista sueco, a través de la ficción, describió una Escandinavia sucia y misógina, vista precisamente por su protagonista, Lisbeth Salander.

Este personaje literario queda marcado por los abusos que sufre en su niñez, de mano de su padre, que no sólo se ensaña con su esposa, sino también con su hija. Una vida rota que se reinventa para sobrevivir, incapaz de amar, arrancada de sus sueños por ese repugnante olor de carne quemada que se le quedó impregnada en el alma. Lisbeth Salander, sin embargo, fue capaz de defender a su madre. Es la venganza de su género, que parece sentenciado a sufrir su viacrucis en la vergüenza. Es la emancipación de los niños y jóvenes, que son marcados por los nudillos de los adultos.

Lisbeth Salander es yucateca y vive en la colonia Salvador Alvarado Oriente, en Mérida. En la noche del sábado, horas después de que miles marchaban a favor de la familia tradicional, una niña de siete años le clavó un cuchillo a su padre. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. En el estómago, en un pulmón. Según la crónica roja, la pequeña lo hizo para proteger a su madre. El hombre llegó borracho a su casa y comenzó a discutir con la mujer. De los gritos, pasó a los puños. Fue entonces cuando “la niña se asustó y tomó un cuchillo para defender a su madre; sin pensarlo dos veces clavó el arma punzocortante en el estómago de su padre agresor”, según se publicó en el [i]Milenio Novedades[/i]. “Durante el ataque, el padre ebrio forcejeó con la menor para quitarle el cuchillo, pero afortunadamente se metió el hijo mayor para evitar una tragedia mayor, aunque recibió a cambio una herida leve”. El padre fue trasladado al hospital. La niña quedó al cuidado de familiares.

¿Qué será de esa pequeña, que crece en un ambiente hostil, violento, misógino? Stieg Larsson cimentó sus ficciones en la realidad, cuyo latir palpó durante todos sus años como reportero. La saga protagonizada por Lisbeth Salander tiene otros dos títulos: [i]Los hombres que no amaban a las mujeres[/i] y [i] La reina en el palacio de las corrientes de aire[/i]. Hay una cuarta novela: [i]Lo que no mata te hace más fuerte[/i], escrita por David Lagercrantz, autor sueco conocido como el biógrafo de Zlatan Ibrahimovic. Larsson nunca vio publicada su obra, ni mucho menos gozó el éxito mundial que tuvo. Entregó los manuscritos de sus obras y murió de un infarto, a los cincuenta años.

Larsson no escribió novelas policiacas, sino que pintó un lienzo de su país, agobiado por la violencia contra las mujeres. Lisbeth Salander es más que un personaje: es un estereotipo, una historia que se repite. Después de sufrir en carne propia el abuso infantil, la niña que vengó a su madre pasó varias temporadas en una institución de salud pública. Dada de alta, peregrinó por varios centros de acogida, donde el rosario de golpes e insultos continuó. Llegó a la edad adulta sin saber lo que era el amor paternal o filial; una hija de una sociedad indiferente, incapaz de proteger a sus niños y mujeres.

Este no puede —ni debe— ser el futuro de la pequeña que el sábado pasado defendió a su madre en una casa de la colonia Salvador Alvarado Oriente. Su padre, más temprano que tarde, se repondrá de las heridas. Regresará a su casa y descargará toda su bestialidad en esa hija que se atrevió a hacerle frente. Ni qué pensar en lo que le hará a la madre. El drama de Lisbeth Salander sólo se comprende en un contexto en el que el Estado es omiso o cómplice. ¿Qué medidas tomarán nuestras autoridades? ¿Cómo protegerán a una pequeña de siete años, cuya respuesta a una saga de abusos, fue intentar matar a su padre? La realidad, en esta como en muchas otras ocasiones, superó a la ficción. La lectura de la saga escrita por Stieg Larsson te deja un regusto agridulce, amargo. Éste pasa pronto, ya que se asimila que es una ficción. El episodio que se registró en la Salvador Alvarado Oriente duele porque sí pasó en realidad, porque hay una niña temblorosa que no sólo le tiene miedo a su padre, sino a la vida.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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