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'Hija de revolucionarios'

Leer los tiempos
Foto: Tomada de web

Más que el ajuste individual de cuentas sobre todo con Regis, su padre, lo que me ha interesado del libro de Laurence Debray, Hija de revolucionarios (Anagrama, 2018), ha sido el testimonio del profundo precipicio en que se convirtió para ella lo que para otros es simple brecha generacional.

Sabemos que existe siempre una lucha entre tradición y modernidad, y en lo inmediato una brecha que divide las generaciones. Sin embargo, es muy posible que del mundo de los nacidos entre las décadas de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado (los llamados baby boomers por haber nacido inmediatamente después de Hiroshima y Nagasaki) y las décadas de los nacidos en generaciones posteriores exista una serie de diferencias tan grandes que han abierto verdaderos socavones que a veces se antojan infranqueables.

En lo que conocemos como Occidente, durante los cuarenta y los cincuenta, se creció en medio de la reconstrucción y el desarrollo. Quedaron atrás las guerras que sufrieron las décadas anteriores e, inclusive, hubo espacio para soñar en las más diversas y aun disparatadas utopías. Después vinieron las crisis sufridas por los nacidos en épocas posteriores y que no se han detenido hasta hoy.  

Sirva este panorama tan burda y rápidamente trazado para ubicar la brecha generacional que debió vivir Laurence respecto a su padre Regis Debray, el conocido politólogo y activista francés, y su madre, Elizabeth Burgos, antropóloga venezolana y también comprometida en lo teórico y en lo práctico con posturas de izquierda. Es sobre todo Regis el objetivo de su ajuste de cuentas, aunque el epígrafe tomado de Molière que abre su libro pretende matizar sus críticas: “el verdadero amor es el que nada perdona”.

La relación más famosa de Debray es con Fidel Castro y con el Che y ha sido el objeto de mayores discusiones. Es preciso diferenciar la visión crítica ante el personaje de Fidel por parte de la madre de Laurence en contraste con la absoluta fascinación y la entrega incondicional de Regis que lo lleva a caer preso en Bolivia.  

En este punto es donde se abren grandes interrogantes que Hija de revolucionarios toca apenas de pasada. ¿Por qué mandó Fidel a un intelectual sin ninguna experiencia guerrillera a encontrares con el luchador cuya utopía podía verse destinada al fracaso? ¿Por qué apadrinó Fidel la aventura del Che? ¿Quiso Fidel deshacerse del Che y mandó a Debray al sacrificio para darle la puntilla? ¿El héroe empezaba a hacerle sombra o Fidel también fue un utopista romántico como Guevara?

Como sea, Fidel mandó a Debray al matadero y ahí hubiera terminado de no impedirlo los burgueses siempre rechazados que tuvo la suerte de tener por padres. La brecha generacional entre Fidel Castro y Regis era más profunda que entre los señores Debray y su hijo que continuó en busca de figuras paternas con tonos despóticos a quienes entregarse, como lo hizo después con Mitterand.

O Debray sabe demasiado y es un Fouché heroico, como creo que le gustaría pasar a la historia, o fue simplemente un comodín fallido, también errado a la hora de entregar sus afectos y recibir las auténticas fidelidades, incluida la de su propia hija. Por su parte, Laurence Debray le heredó la propensión a encontrar figuras paternas grandilocuentes y menos la capacidad de distancia crítica ante el poder por parte de su madre.  

También heredó la mala puntería paterna al elegir a quien ha debido salir del foro por la puerta de atrás, Juan Carlos I de España, como figura a reverenciar, al grado de dedicarle, primero, una tesis académica y, después, una biografía al parecer brillantemente escrita.

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Edición: Ana Ordaz


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