Las comunidades rurales vivieron una renovación luego de que muchos de los jóvenes originarios que regresaron a ellas por la pandemia se adaptaron al modo de vida y optaron por no regresar a las ciudades del norte de Quintana Roo, destacaron organizaciones civiles del municipio de Bacalar. Una actividad muy valorada fue la apicultura, con la cual “se dieron cuenta que podían ser sus propios jefes”, lo que les motivó a quedarse.
“La pandemia trajo muchos cambios en el hogar, en diferentes comunidades regresaron muchos que se habían ido por años, y esa vuelta a casa trajo complicaciones y beneficios. Al principio fue algo muy bonito porque ya podíamos estar juntos como familia, pero de repente pasa medio año, uno no está acostumbrado a tener un montón de gente en la casa y empieza la vida estresante”, narró Lidia Esther Poot Lugo, de la comunidad Miguel Hidalgo.
La convivencia dejó de manifiesto muchas diferencias que se habían creado entre los que se quedaron y quienes venían de las ciudades, entre ellas la alimentación: “principalmente los niños, que no comen lo mismo que uno, tenían la costumbre de comer cosas más procesadas, pedían hamburguesas, pizzas…”
Ese hacinamiento en las viviendas propició que se dieran cuenta de que habían terrenos baldíos, casas abandonadas y se generó una repoblación, para que cada familia tuviera su espacio. En el caso de los infantes “a más de un año ya empezaron a comer lo mismo que nosotros, ya comen más saludable”, dijo Poot Lugo, quien añadió que el Covid-19 fue algo muy doloroso para ellos, pues muchas familias perdieron miembros.
Por su parte, José Dolores Xiu Balam, del colectivo Kabi Jabín, dijo que los apicultores no detuvieron su actividad e incluso integraron a aquellos que llegaron de fuera a sus poblados al quedarse sin trabajo en los hoteles de la zona norte del estado.
“Vinieron y aunque les costó un poquito retomar la vida del campo, sin embargo fueron adaptándose y ya de último cuando les han hablado los patrones diciéndoles que ya hay trabajo de nuevo varios de ellos han decidido quedarse, se enamoraron de las abejas y prefieren no volver a irse lejos”, narró.
Destacó que la apicultura les permite ser sus propios jefes, en algunos casos ganando lo mismo que en sus empleos en la zona turística y sin salir de sus comunidades. Eso, dijo, ha significado la reunificación de las familias y la permanencia de un legado ancestral.
Edición: Laura Espejo
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