Graciela H. Ortiz
Foto: Gobierno del Estado de Yucatán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Jueves 9 de enero, 2020

Desde los 11 años “suturaba” a sus muñecas y curaba picaduras de insectos en su familia. María Marciala Pech Ek sabía que quería ser enfermera. “Desde muy chica tuve sueños muy bonitos que vienen de arriba: Yo vi un pavorreal y un venadito, y un ángel me dijo que no temiera, que esas eran mis virtudes”, cuenta.

Su papá encontró unos folletos que invitaban a cursar enfermería y le preguntó si eso era lo que quería. “Entonces me mandaron a estudiar junto con muchachas de distintos pueblos, en 1959”, recuerda.

Marciala Pech, como se le conoce, inició su carrera a los 18 años realizando sus prácticas en el Hospital de Henequeneros, y tras 60 años continúa trabajando en la Clínica de Salud de Mérida, aunque por ahora no piensa en dejar la profesión que tanto le satisface.

Originaria de Sanahcat, brindó sus servicios en diferentes pueblos durante 25 años, algo que dice la hizo muy feliz, porque la gente la trataba muy bien e iban a pedirle ayuda: “Si sus hijos estaban mal, yo les preparaba sus medicamentos, los tamulaba, les daba una buena cucharada y al amanecer ya me decían que su niño estaba bien, si podía continuar con el tratamiento.

“Muchas cosas vi en el camino, un día en Buctzotz escuché que algo venía silbando y cuando miré hacia abajo tenía una víbora sobre mis pies; no me movía, finalmente se metió a la albarrada”, abunda.

Relata que, en aquella época, en Tecoh era todo monte, todo henequén, “y San Antonio Xluch era terreno de mucho maleante, pero había que ir a vacunar hasta la última casa porque había niños, y aunque ibas con todo el miedo, teníamos que cumplir, y a veces me quedaba sola en el monte”.

Narra que un día llegando de su trabajo se topó con un grupo de jóvenes que estaban a punto de apedrear a un muchacho. “Me metí entre ellos y les dije que no podían tratarlo así porque era un ser humano como ellos, que era obra de Dios y que tarde o temprano iban a pagar. Al final uno por uno soltaron sus piedras y se fueron”.

Asegura que nunca le importó la hora, atendía aunque fuera la medianoche. “En esa época no había nadie en los pueblos para ayudar a las señoras que dieran a luz, sólo comadronas, pero no puedes igualarlas con una enfermera que está preparada para hacer toda clase de exámenes”.

Tuvo tres hijos, de los cuales fallecieron dos, y por uno solicitó “bajar” a Mérida; así llegó al hospital Materno Infantil, donde estuvo 14 años.

Cuando se refiere a las nuevas generaciones señala que tienen que trabajar de verdad. “No importa lo duro que sea. Si Dios te tiene bendecida, puedes ayudar a mucha gente”, concluye.


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