Dos mujeres arqueólogas del INAH encabezan los equipos que han realizado los principales hallazgos en Chichén Itzá a partir de los trabajos derivados del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza) que se desprende de la construcción del Tren Maya.
Elodia Acevedo y Lizbeth Mendicuti son las responsables del hallazgo de una cabeza de guerrero y de un disco de juego de pelota, respectivamente. Ambas piezas fueron encontradas en el complejo conocido como Casa Colorada.
Las arqueólogas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) forman parte del Proyecto Chichén Itzá que realiza labores de recuperación, reestructuración y rehabilitación de complejos arquitectónicos que nunca antes habían sido apreciados por los visitantes de Chichén Itzá.
Durante estos trabajos, Lizbeth tuvo la fortuna de encontrar un disco lleno de jeroglíficos que confirmar su función como un marcador de juego de pelota. El trabajador Eulalio Cohuo fue el primero en ver la pieza.
“Estábamos excavando y vimos la figura que se encontraba boca abajo. Estaba sobre la tierra, lo que ayudó mucho a su conservación porque si hubiera estado sobre piedra estaría más erosionado. De inmediato identificamos que se trataba de dos personajes, uno hablando con el otro.
“Alrededor de los dos personajes hay una banda de 18 cartuchos de glifos, lo que nos indica que hay una fecha, nombres de los personajes y que se trató de una actividad relevante que los mayas quisieron dejar plasmada. Creemos que estuvo empotrada en la entrada al conjunto de Casa Colorada, que era como un tipo de fraccionamiento privado”, amplía la arqueóloga.
Semanas después, Elodia encabezó el equipo que descubrió la cabeza de guerrero tallada en piedra.
La especialista y el arqueólogo Miguel Salazar lideran el equipo que trabaja en el Templo de Maudslay, donde el trabajador Felipe Neri desenterró la pieza.
“Lo que nos queda claro es que se trata de una pieza reutilizada porque no hallamos la parte inferior del guerrero, la arquitectura de los mayas tiene esa característica, hemos encontrado que cuando las estructuras ya no cumplen su función son fragmentadas y colocadas en otras zonas para su aprovechamiento como material de construcción”, explica Acevedo.
La cabeza fue parte del relleno del basamento del templo y por la posición y condiciones de su hallazgo se entiende que no fue colocada de forma intencional como ofrenda, pero tampoco fue desechada sin consideración.
“Nos genera muchas preguntas porque queremos saber dónde está la parte de abajo. La pieza tiene un tamaño proporcional a lo natural, no sabemos si pertenece a esta zona. Te dan muchas ganas de seguir investigando, explorando”, comenta emocionada la arqueóloga.
Las arqueólogas celebran la oportunidad de tener estos acercamientos con la cultura maya antigua, como el hallazgo de fragmentos cerámicos, de estructuras desconocidas, pedazos de herramientas y demás objetos prehispánicos.
“Cuando disfrutas lo que haces todo te parece fascinante, desde una pieza pequeña de obsidiana hasta el hallazgo de caminos ocultos o las piezas más relevantes como el disco y la cabeza de piedra”, destaca Elodia.
Todo este trabajo no hubiera sido posible sin la participación de los trabajadores de la zona arqueológica de Chichén Itzá, quienes, en algunos casos, llevan más de 30 años participando en las actividades de salvamento y restauración del patrimonio.
Junto con las y los arqueólogos del Proyecto Chichén Itzá, los trabajadores originarios de comunidades mayas aledañas al sitio contribuyen a un mejor conocimiento de las civilizaciones que ocuparon en varias etapas una de las zonas más relevantes en México.
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