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Pablo A. Cicero Alonzo
03/04/2025 | Mérida, Yucatán
El boom comenzó hace unos cuantos meses, y desde entonces un promedio de 7 mil 500 personas peregrinan para verlos, principalmente domingos, que se han convertido en fiestas de guardar de los capibaras. Es una pareja, un macho y una hembra, los protagonistas del incremento explosivo de afluencia del zoológico Animaya en Mérida. Antes, recordó el ingeniero Luis Edgardo Llanes Chan, jefe del recinto, eran más o menos 5 mil los que acudían.
Por un indescifrable algoritmo, los capibaras se han convertido en un fenómeno mundial. Se han viralizado memes, stickers e ilustraciones de ellos. Se han generado productos relacionados con ellos, como peluches, sandalias, y prendas de vestir. Se han creado canciones y música en su honor. En algunas ciudades incluso funcionan cafés en los que los comensales departen con estos animales. Mérida no ha sido la excepción.
Foto: Pablo A. Cicero Alonzo
En Animaya se encuentran los únicos capibaras de Yucatán, consideró la bióloga Claudia Ham Vega, coordinadora técnica de visitas educativas, aunque no descarta que alguien tenga alguno en su casa o rancho, pero no lo recomienda. “Son seres vivos que requieren de cuidados especializados”.
La pareja de capibaras llegó a Yucatán en 2019, fruto de un intercambio con otro zoológico del centro del país.
Foto: Pablo A. Cicero Alonzo
“Llegaron cuando tenían sólo tres meses”, recordó la bióloga Ham, quien trabaja en Animaya desde su apertura; antes, lo hizo en el zoológico del Centenario. “Estaban de este tamañito”, describió, abarcando con sus manos la memoria, un recuerdo pequeñito.
Los animales se encuentran en el jardín Balam Nicté, rodeados de orquídeas, entre ellas la cohniella yucatanensis, uno de los parásitos más bellos del mundo vegetal, de amarillo nuclear y aspecto amenazante de insecto.
Los capibaras de Animaya —no tienen nombre; se refieren a ellos simplemente como ella y él— comen forraje y frutas, dieta que se complementa con suplementos de vitamina C. El promedio de vida de estos roedores es de diez a doce años en su hábitat —orillas de los ríos, lagos, pantanos, ciénagas y estanques de Sudamérica—; en cautiverio, aunque no están expuestos a sus depredadores, sufren de ansiedad. Tal vez por esa razón, la pareja no ha logrado tener descendencia. La intimidad es difícil cuando hay una cola de familias contemplándote, algo que, por cierto, no parece importarle a las guacamayas del jardín, que sólo pausan su selvático soundtrack para darse arrumacos.
Comer capibara en vigilia
Si Jesús multiplicó peces, ¿por qué la Iglesia no podría convertir a una ratota en un pez? En 1784, el papa Pío VI emitió una bula en la que reconocía al Hydrochoerus hydrochaeris como un pez. La inefabilidad del pontífice no fue puesta en entredicho, a pesar de los pelos y pulmones del animal; al contrario, un grupo de cristianos aplaudió el milagro. Con ese decreto divino, los católicos de Venezuela burlaron la vigilia comiendo chigüire en guiso o desmechado, y los de Brasil, capibara asado o en sopa.
El "nuevo pez" igual se cocinó en empanadas, bollos o incluso salchichas y embutidos. Muchos aún lo hacen, ya que el capibara es una fuente de proteína en muchas regiones. Cuando el alemán Alexander von Humboldt recorrió América, de 1799 y 1804, y le dijeron que el capibara era un pez, el naturalista “quedó perplejo con esta clasificación y concluyó que sólo se trataba de una mentira de los curas”, según cuentan las crónicas. Incluso lo probó, pero no fue de su agrado: “Sabe a comó”. El polímata continuó recorriendo el planeta, que ya le quedaba pequeño, poniendo el oído en las rocas hasta que éstas hablasen.
En el contexto actual podría de calificarse de bárbaros a los grupos que comen capibaras —cuya carne, comparada con la carne de cerdo o res, tiene menos calorías y grasa— pero el ejemplo sudamericano fue seguido por los católicos franceses que desembarcaron más al norte, en Canadá. Con el antecedente español, los colonos de Quebec convencieron al sucesor de Pío VI, también Pío, pero VII, de convertir al castor en pez; “su cola tiene escamas”, justificaron. Y todo por sortear la abstinencia de carne roja; no conocían los papadzules ni el brazo de reina.
La dispensa papal a los quebequenses fue aprovechada por otros franceses de ultramar, como los cajunes de Luisiana, quienes por su voracidad por los castores criaron várices en la cuenca del Misisipi. Con la única salvedad de su propia existencia, ni castores ni capibaras recelan de los hábitos alimenticios de los humanos; los capibaras comen su caca. Estos roedores —como varias especies de conejos y liebres— ingieren sus excrementos, blandos y pegajosos, que han sido fermentados por bacterias en su ciego.

Lo hacen inmediatamente después de defecar, lo que les permite reabsorber los nutrientes ya consumidos. Tal vez por eso pocos son sus depredadores naturales. Además de los católicos que hacen gambetas en Cuaresma, sólo caimanes y grandes felinos, como ocelotes y jaguares, comen capibaras. Haciendo a un lado la caprofagia, los capibaras son animales muy limpios, aseguró la bióloga Ham Vega. En su recinto en Animaya hay un estanque que sus inquilinos utilizan para defecar; el lugar está visiblemente señalizado.
La bióloga también explica que estos roedores de pelo crespo se comunican mediante olores, y que, cuando rompen su silencio zen, lo hacen por medio de un sonido que parece un ladrido, seco y corto.
En Animaya igual pueden adquirirse peluches, llaveros y playeras de capibaras.
Aunque la bióloga está consciente que ellos son los rockstars de Animaya, agradeció el incremento de la afluencia, pues son más los que igual tienen la oportunidad de conocer, por ejemplo, al tapir Nando, con una nariz que se asemeja a la de mi amigo Miguel. La historia de este inquilino conmueve, pues, recién nacido fue atacado por su madre. El cuidador del zoológico donde nació, en Tabasco, lo rescató, crió con mamila, y cuidó día y noche. Cuando llegó a Animaya, se especificó que su nombre era el mismo que el de su padre, Nando, el cuidador.
En estos días, anunció la bióloga Ham, los visitantes de Animaya igual pueden contemplar cómo los flamencos comienzan a hacer sus nidos para que, próximamente, depositen sus huevos y los empollen. Para ella, lo que sucede en Animaya es un milagro diario. Ese terreno, que de henequenal pasó a sascabera, y de sascabera a tiradero de basura, hoy es un sitio en el coinciden maravillas.
El parque zoológico Animaya. así como el Centenario, están a cargo de la Subdirección de Servicios Generales del Ayuntamiento de Mérida, encabezada por Felipe Pacheco Sansores.
Edición: Estefanía Cardeña