Estalagmita revela evidencia sobre cómo el clima influyó en el 'colapso maya' de la región del Puuc

La formación rocosa proviene de la cueva Tzabnah, cerca de Mérida, Yucatán
Foto: Mark Brenner

Alejandra Ortiz Castañares

Una estalagmita de la cueva Tzabnah, cerca de Mérida, Yucatán, ha proporcionado la evidencia más precisa hasta ahora de cómo el clima influyó en el llamado colapso maya en la región del Puuc.

Al analizar isótopos de oxígeno con precisión subanual, el equipo identificó severas sequías durante el Clásico Terminal, incluida una extraordinaria de 13 años (929-942 dC) que coincidió con el declive de centros como Uxmal y Chichén Itzá. La investigación, dirigida por Daniel H. James (Universidad de Cambridge y University College London) con un equipo internacional de 16 especialistas de Reino Unido, Estados Unidos y México –dos de ellos, además de James, conversaron con La Jornada– ofrece nuevas perspectivas sobre cómo las sociedades mayas se adaptaron, o no, al prolongado estrés climático.

Daniel James, investigador en paleoclima y director del proyecto, precisa: “Nuestro objetivo nunca fue probar que la sequía causó la crisis del Clásico Terminal. No nos corresponde sacar conclusiones arqueológicas, sino ofrecer el registro climático más preciso para que arqueólogos, antropólogos e historiadores analicen cómo las presiones ambientales interactuaron con los cambios sociales y políticos”.

El proyecto, que empezó en los años 90 con la participación de David Hodell y Mark Brenner, se centró en las estalagmitas de Tzabnah. Investigaciones previas ya habían sugerido sequías en el Clásico Terminal (800-1000 dC), pero sólo los avances recientes permitieron a James y su equipo analizar las variaciones estacionales con una precisión inédita. “Antes teníamos un dato por año o cada dos –explica–; ahora distinguimos temporadas secas y lluviosas, algo crucial para la agricultura”.

James aclara los criterios metodológicos: “Consideramos sequía extrema tres años seguidos sin lluvias suficientes, cuando maíz, frijol y calabaza –base de la dieta maya– ya no podían sobrevivir”.

Los hallazgos revelaron un panorama dramático: sequías prolongadas, incluida una de 13 años, coincidieron con cambios culturales profundos. “Hacia el 900 dC, tres grandes sequías se alinearon con la interrupción de inscripciones en Uxmal y el fin de la construcción monumental. Es una correlación sorprendente –señala James–. En un sistema que veneraba la realeza divina, la falta de lluvias pese a los rituales pudo minar la confianza y detonar el descontento social”.

Sin embargo, James enfatiza que la historia no fue uniforme: “Mientras Uxmal decayó, Chichén Itzá prosperó con un ‘estilo internacional’ y amplias redes de comercio. La arqueología muestra estrategias como diversificación de cultivos y reservorios, útiles sólo hasta cierto punto: podían sostenerse unos años, pero ante una sequía de 13 ya no había posibilidad de reabastecerlos”.

Para James, la adaptación fue desigual. “Los sitios del norte, acostumbrados a la aridez, desarrollaron sistemas hídricos que les dieron ventaja frente a las tierras bajas del sur, donde ciudades como Calakmul y Tikal fueron abandonadas pese a su entorno más húmedo. Esa resiliencia explica los movimientos poblacionales hacia el norte en el Clásico Tardío”.

James concluye que “el valor de este registro de alta resolución está en afinar los debates, no en cerrarlos. Ahora podemos alinear eventos climáticos con cronologías arqueológicas y estimar los límites del almacenamiento de agua. Si un sitio resistió dos sequías de cuatro años, pero colapsó ante una de 13, eso revela su capacidad. Queremos superar la vieja discusión de si la sequía causó el colapso y plantear mejores preguntas: ¿cómo influyó el clima en las estrategias de supervivencia y en qué momento fallaron?”.


Secretos geoquímicos

“Cada estalagmita es un archivo único que guarda la historia del clima”, explica Fernanda Lases Hernández, de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Yucatán, quien desde hace más de una década estudia cómo los isótopos estables y otros indicadores geoquímicos revelan cambios en el agua y el clima de las cuevas.

Lases detalla que “elegimos la cueva Tzabnah por su accesibilidad y posibilidad de monitoreo in situ. Como cada estalagmita aporta datos distintos, recurrimos a una segunda (Tzab06), de crecimiento más rápido, que permitió hasta 12 muestras por año y reconstruir la lluvia con gran detalle, incluso a escala subanual”.

Este conocimiento geoquímico permitió usar las estalagmitas como archivos paleoclimáticos y reconstruir el clima del pasado con una precisión sin precedentes para la región maya.


Evolución metodológica del estudio paleoclimático

La investigación de Mark Brenner se inscribe en una larga trayectoria de estudios sobre el clima en la región maya que él mismo ha desarrollado durante décadas.

“Los primeros estudios se hicieron con sedimentos lacustres, archivos naturales que permitieron reconstruir 8 mil años de variaciones climáticas y detectar sequías en el Clásico”, explica Brenner. “Pero su resolución era limitada: cada centímetro equivalía a unas dos décadas, insuficiente para precisar la frecuencia y duración de las sequías”.

Brenner señala que esta limitación llevó a estudiar cuevas y estalactitas: “El análisis uranio-torio y las laminaciones anuales ofrecen una precisión inédita, incluso con variaciones intranuales. Así identificamos sequías de tres, seis y hasta 13 años, cuyo impacto sobre sociedades dependientes de la lluvia debió ser enorme”.



Foto: Sebastian Breitenbach


El investigador aporta una perspectiva comparativa reveladora: “En África, sequías de dos o tres años bastan para obligar a poblaciones a abandonar sus tierras, lo que dimensiona el reto que enfrentaron los mayas. Otros recursos, como anillos en troncos o maderas de construcción, pueden complementar estos registros y afinar la lectura del pasado climático”.

Brenner conecta el pasado con el presente al observar la persistencia cultural: “La vulnerabilidad de las comunidades agrícolas, ayer y hoy, explica la persistencia de rituales mayas como el dedicado a Chaac, dios de la lluvia, que aún se practican en la región del Puuc”.

Y remata con una reflexión sobre las implicaciones actuales: “La paradoja actual es más inquietante: mientras los antiguos mayas no tenían responsabilidad en las sequías que padecieron, hoy el cambio climático inducido por la acción humana vuelve a colocar a la agricultura de temporal en un horizonte de riesgo”.


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Edición: Estefanía Cardeña


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