Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

17 de diciembre, 2015

El olor del café, el sabor de la leche bronca y el tintineo que replican las cucharas con las tazas han llegado a Mérida con La Parroquia de Veracruz. Desde ayer, la cafetería nacida en el puerto jarocho hace casi 90 años abrió sus puertas en la capital yucateca; su primera franquicia en el sureste mexicano.

Un muro en la entrada hace homenaje a los centenares de visitantes que estuvieron en Veracruz. Ahí están los mayas Chan y los Caamal, también hay árabes, estadounidenses alemanes, chinos y, por supuesto, de todas partes de México.

Para la permanencia de esa cafetería legendaria los clientes han sido fundamentales. Marcelino Fernández Rivero, heredero de los fundadores y miembro de la tercera generación a cargo del negocio así lo reconoce; incluso su menú, con más de 200 alimentos, se ha formado al gusto del consumidor, por lo que, para ser estrictos, con las combinaciones que hacen los clientes, podrían existir 800 platillos que no aparecen en la carta.

Germán Torrado Loza, uno de los socios franquiciatarios con el BTP Group, indicó que su llegada a Mérida es un encuentro con un público altamente exigente en la calidad del servicio; eso es un reto para La Parroquia de Veracruz. Él entiende que eso se debe a que los ciudadanos están habituados a tener una gran calidad de vida, ganada con base en el trabajo y el esfuerzo.

El sabor de la comida es similar al yucateco, al mexicano, en general, que combina lo dulce y lo salado.

Otro socio, Eduardo Vargas Torrado, reconoció que el reto será ofrecer un excelente servicio, con una gran calidad y buen precio, pero que con su experiencia de dos años manejando la franquicia en la ciudad de México, además de 13 años con el restaurante Boston’s, aquí en Mérida, ha cobrado la experiencia y el conocimiento necesarios para ell éxito. “Mérida se convertirá en la punta de lanza para que la marca llegue a otras ciudades de la península y del sureste mexicano, como Cancún, Playa del Carmen y Villahermosa.

Para Don Marcelino La Parroquia de Veracruz es algo más que una franquicia, un franquiciatario o un franquiciante. “Es una alianza estratégica con gente profesional y comprometida con deseos de invertir”. El reto es competir con la gastronomía yucateca, que es amplia y rica, con el ofrecimiento de algo distinto.

[h2]De generación en generación[/h2]

Desde 1926, José Fernández Fernández hasta Pilar Fernández Ruiz, la actual gerente de franquicias han pasado 89 años. En nueve décadas, han sido cuatro las generaciones a cargo de las operaciones de La Parroquia de Veracruz, superando a la estadística que indica que apenas el cuatro por ciento de los negocios familiares en el mundo llegan a los bisnietos.

Para superar los obstáculos que casi un siglo les ha impuesto, Fernández Rivero resaltó la importancia de abrir las posibilidades comerciales. En su caso, señaló que han institucionalizado la empresa, para dejar de ser una Sociedad Anónima de Capital Variable y convertirse en una Sociedad Anónima Promotora de Inversiones.

Cuentan con tres inversionistas externos, lo que “marca un icono en la protección del patrimonio de la familia”. Al incrementarse el número de descendientes, las cosas se complican, por lo que desean evitar ser miembros de la estadística; “queremos protegernos, porque tenemos un compromiso muy grande con quienes han confiado en la marca”.

La propuesta es a largo plazo, al igual que la inversión, por lo que el objetivo es consolidar la operación de la marca, con buena administración, con profesionalismo, para poder ofrecer garantías a los inversionistas.

[h2]El periódico y el café[/h2]

[i]Tin tin tin[/i], es el llamado de los clientes para ser servidos. El golpe de cuchara en una taza, es el preludio del ritual; la bebida incomparable acompañada de la lectura del periódico.

Esta costumbre se remonta a la época en que los tranvías recorrían las calles veracruzanas; los conductores avisaban a la cafetería de su cercanía para que les prepararan el cálido y aromático brebaje. Como “el primer drive-through de la historia”, así califica don Marcelino su negocio; pero no hay que olvidar que los boleadores de zapatos o esa costumbre mucho más reciente, de enfermeras que toman la presión, son parte de la ceremonia.


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